Image: La guerra civil española

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Letras

La guerra civil española

Antony Beevor

22 septiembre, 2005 02:00

Antony Beevor, por Gusi Bejer

Traducción de Gonzalo Pontón. Crítica. Barcelona, 2005. 870 páginas, 29’90 euros

Antony Beevor es uno de los historiadores más prestigiosos de la actualidad. Algunos de sus estudios se han convertido últimamente en grandes éxitos de venta. Baste recordar Berlín, la caída: 1945, Stalingrado o París, después de la liberación, 1944-1949, por citar tres obras recientes que tienen en común la vívida recreación de impactantes ambientes bélicos.

Ahora aparece traducida al español una obra que nos toca todavía más de cerca, cuya génesis data de fines de los setenta (fue publicada originalmente en 1982). No se trata, matiza Beevor, de una mera edición ampliada sino un volumen de nuevo cuño que, aun conservando estructura y enfoque primigenios, incorpora recientes investigaciones propias y ajenas, como se confirma con las abundantes notas que complementan al texto y, en general, con la incorporación de la bibliografía relevante aparecida en los últimos años. Paradójicamente, como también subraya el autor en el prólogo, la mayor y mejor información de la que disponemos hoy ha servido, más que para anclarnos en viejas certezas, para plantearnos nuevas preguntas. Quien lea detenidamente estas páginas reconocerá que esta declaración no es mera retórica sino que impregna todo el libro de un encomiable espíritu crítico y un saludable antidogmatismo.

Frente al tópico de que "la historia siempre la escriben los vencedores", enfatiza Beevor en varias ocasiones que nuestra guerra civil la han escrito con más eficacia y de modo más persuasivo los vencidos que los triunfadores. La derrota de las potencias fascistas en la posterior guerra mundial y la asimilación a aquéllas del régimen de Franco contribuyó a ello, pero la sistemática e implacable represión franquista tras la guerra y su negativa radical a cualquier forma de reconciliación ahuyentaron definitivamente cualquier atisbo de simpatía en todos los demócratas que no querían transigir con el señuelo del anticomunismo a cualquier precio. Y, sin embargo, sigue argumentando Beevor, la mayor o menor repulsión que suscitaba el franquismo entre intelectuales y regímenes democráticos no justifica una actitud seráfica con la República de 1936.

Aduce en primer lugar que estaba injustificada la desatada euforia frentepopulista (las izquierdas, dice, se habían impuesto por un ajustadísimo margen que no llegaba al 2% del voto popular), pero aún más grave y hasta suicida era adoptar, como se hizo, una política de confrontación abierta y desquite por la represión del 34. Responsabiliza en este sentido a la demagogia extremista de un sector del PSOE, con Largo Caballero como Lenin español, pero extiende también sus críticas hacia otros partidos -Beevor se muestra siempre muy crítico con el comunismo de obediencia soviética-, sin que ello suponga a su vez eximir de responsabilidad a una derecha sociológica y política sólo pendiente de preservar sus privilegios. Por consiguiente, el panorama que presentaba el verano del 36 era de un radicalismo demencial, con ambas partes cebadas de odio y miedo al "enemigo" e impelidas a "ignorar el imperio de la ley".

No obstante, frente a las simplificaciones de que la guerra era inevitable y tenía su camino casi marcado, el historiador aspira a desentrañar la complejidad de los hechos. Para colegir que las cosas pudieron discurrir de otras maneras, basta fijarse en cómo fracasa el golpe: analizando ciudad por ciudad, vemos hasta qué punto fueron determinantes las primeras horas y cómo intervienen factores fortuitos, a menudo simples improvisaciones y hasta chapuzas. En líneas generales, sin embargo, ya desde estos primeros días se perfila una situación que marcará la contienda: frente a los titubeos y desorganización republicanos, el ejército sublevado mantendrá una alta disciplina y rentabilizará mejor la ayuda exterior.

Pronto aparece el más siniestro fantasma de estos trágicos años: la muerte, no como ineluctable matanza en las trincheras sino como frío y despiadado castigo de la población civil. "Terror rojo" y "terror blanco", en terminología del autor que, sin pretender escabullirse con falsos paralelismos, establece las características diferenciales en uno y otro campo, y hasta el número aproximado de víctimas: 38.000 bajo el gobierno republicano y 200.000 como resultado de la represión franquista en un lapso mayor (años de guerra y posteriores). Mientras tanto, tiene lugar la "revolución anarquista" dentro de la zona leal, una utopía de colectivizaciones agrarias, sobre todo en Cataluña y Aragón, que Beevor examina con un escepticismo no exento de tibia simpatía. Justo la contrafigura de lo que está sucediendo en el otro bando, con una autoridad cada vez más centralizada y personalista, y con unos objetivos mejor definidos. Dentro de esos objetivos ocupaba un lugar preeminente una "limpieza" que desbordaba los fines puramente militares.
La internacionalización de la guerra civil es otro tema controvertido que incita a engañosas equivalencias. Nada más lejos de la realidad, apunta el historiador con los datos concretos en la mano, pues hubo un gran desequilibrio entre la ayuda, nada despreciable por otro lado, que la URSS prestó a la República y la que recibió Franco: baste recordar que los nazis tenían en ese momento el ejército más poderoso del mundo. Más allá de los elementos materiales que llegaron a unos y otros combatientes, y de la presencia de soldados extranjeros en una y otra parcela, Beevor analiza la coyuntura internacional y los manejos diplomáticos, siendo muy crítico con la postura británica por abandonar a su suerte a la República bajo la hipocresía de la no-intervención aunque, por otro lado, en contra de una opinión muy extendida, no cree que la inhibición de Londres y París decidiera el resultado final.

Como el autor es sistemático y detallista, no podemos seguirle en todos los episodios y matices que se acumulan en una narración que respeta de modo bastante estricto el curso de los acontecimientos. Beevor ensambla en su exposición elementos bélicos, políticos y simplemente humanos: por ejemplo, en la batalla de Madrid recalca la crueldad innecesaria de los bombardeos franquistas, pero se detiene también en el proceso que lleva a las milicias a convertirse en ejército formal y trata hasta los efectos psicológicos que sufren los combatientes (lo que hoy llamamos estrés postraumático). La defensa de la capital fue un éxito sin duda pero, en general, frente a la concepción últimamente puesta de moda acerca de la "genialidad" de Vicente Rojo, considera que tanto éste como Negrín siguieron una estrategia equivocada y a la postre letal para la República de buscar la confrontación en campo abierto. Ambos bandos se mostraron prisioneros de una concepción convencional de la guerra que se tradujo en mayor dosis de sufrimiento y muerte de las que eran previsibles o inevitables: los combates por Teruel o el dominio del Ebro, sólo por cuestión de prestigio, fueron en su opinión buena muestra de ese encarnizamiento insensato.

Aunque las simpatías de Beevor caen del lado republicano, una de las virtudes del libro es que intenta comprender las razones de cada cual y no oculta los errores e incongruencias -a menudo cosas peores- de unos y otros: así, la desmitificación de las Brigadas Internacionales, con una disciplina interna rayana en la ignominia. Tampoco orilla los asuntos polémicos -como los múltiples enfrentamientos intestinos en el campo republicano- aunque, con buen criterio, no trata de sentar cátedra, de modo que a veces traza un estado de la cuestión sin decantarse plenamente. En definitiva, quizás la mejor obra de síntesis sobre la guerra publicada en las últimas décadas.


El oficial escritor
Antony Beevor colgó su uniforme de oficial de la Armada británica para dedicarse a la escritura, convencido de que la mejor forma de participar en la Historia era conociéndola. Gracias a él entendimos mejor algunos de los episodios decisivos de la segunda guerra mundial -Berlín. La caída, 1945 y Stalingrado- y pudimos conocer El misterio de Olga Chejova -todos publicados en Crítica-. Caballero de la Orden de las Artes y las Letras Francesas, Beevor asegura en La guerra civil española que "el historiador no debe ir más allá de tratar de comprender los sentimientos de los dos bandos, demostrar hipótesis previas y ampliar las fronteras de lo que ya sabemos sobre la guerra civil".