Letras

Vigencia de Ortega

50 años sin Ortega y Gasset. VItalidad de su pensamiento

13 octubre, 2005 02:00

Enrique Díaz Canedo, José Bergamín, Antonio Marichalar, Alfonso Reyes, Mauricio Becarisse, Eugenio D’ors, José Moreno Villa y Ortega en 1923

El 18 de octubre se cumplen 50 años de la muerte de Ortega y Gasset (1883-1955),"el" filósofo español del siglo XX. Nunca ausente de la vida cultural española, pero reivindicado en los 80 y 90, logró en su momento alarmar a derechas e izquierdas por su libertad. Sus intuiciones en el ámbito de la filosofía cultural, social y moral se han confirmado en parte, así como su peso en el pensamiento español más actual. Jacobo Muñoz analiza las razones de su vigencia y Manuel Barrios comenta La rebelión de las masas, de la que se cumplen 75 años. Ambos asuntos serán analizados en un congreso internacional organizado por la Fundación Ortega, en el que se presentará el IV tomo de sus Obras Completas.

Aunque ni durante su exilio ni en los años posteriores a su muerte estuvo Ortega ausente de la vida cultural española, es evidente que jamás esa presencia fue tan intensa como en los últimos tiempos. No se trata sólo, claro es, de su significativa reactualización como representante e intérprete eximio de la tradición regeneracionista, modernizadora y europeizante española, de la que tantos sectores hoy socialmente influyentes siguen reclamándose. Lo que no deja de confirmar, por otra parte, el hondo calado de su imagen tradicional de inspirador y educador de elites, de "intelectual orgánico", en una palabra, de una vanguardia que al hilo, entre otras cosas, de su palabra poderosa, tomó conciencia de la necesidad de reorganizar y poner al día sus instrumentos de hegemonía ideal en un momento histórico de cambio e incertidumbre. Y ello por mucho que aún queden no pocos tópicos que deshacer sobre el presunto contenido social de esa hegemonía... En cualquier caso, no se trata tan sólo de esto. Porque el Ortega que hoy se revela con mayor capacidad de interpelación es, "precisamente", el Ortega "filosófico", en el más riguroso sentido del término.

La filosofía actual es, en sus manifestaciones más relevantes, el resultado, entre otros factores, de una larga y honda confrontación con el enfoque kantiano de la crítica, desde la conciencia de que ésta no puede seguir siendo ejercida ya de ese modo "clásico". Como tampoco pueden asumirse ya como suficientes sus instrumentos analíticos fundamentales. Las sucesivas crisis de la filosofía durante el siglo XX -y entre ellas, la protagonizada por el propio Ortega con su "superación" del racionalismo "puro" y su rescate del primado de la vida- fueron suscitando una atención creciente a las "impurezas" de la razón, a su imbricación en la cultura y a la sociedad, a su entrelazamiento con el poder y el interés, a la variabilidad histórica de sus categorías y, en fin, al carácter corpóreo, sensual y comprometido de sus portadores. Reconsiderada a esta luz, Ortega se revela como uno de los grandes protagonistas de esta revolución filosófica, que equivale a toda una puesta en cuestión de la filosofía moderna de estirpe cartesiana y sus grandes motivos, del predominio de la razón teórica y del objetivismo axiológico al apriorismo del sujeto trascendental y, en fin, del intelectualismo desencarnado al humanismo convencional.

Que la evolución de Ortega desde el culturalismo a la ontología de la vida y sus resultados obliga a relacionarle con Nietzsche, Heidegger, la Escuela de Francfort e incluso Foucault es cosa que cae por su peso. Pero no le cae menos su íntima relación con los grandes teóricos del "viraje pragmático", de Dewey al segundo Wittgenstein. Un viraje en razón del cual el ser humano pasa a ser considerado ante todo como un ser condenado a la creatividad, a la autoproducción, a la invención de sí mismo y a la intervención en el mundo en el que ya de antemano se encuentra inserto, y sus productos (científicos, culturales, institucionales, manufacturados) pasan a ser considerados como instrumentos destinados a la satisfacción de necesidades, necesidades cambiantes, capaces de ir siempre más allá del límite de la mera supervivencia, a las que su carácter inconcluso, abierto y natural, a la vez que histórico, le condena. Con la consiguiente reivindicación de un nuevo modo de filosofar, ejercido desde las entrañas mismas de la vida, propio del hombre de la voluntad, del trabajo, de la acción y del deseo, pero también de una razón que no ignora su condición de órgano vital, que pasa a ocupar el lugar del hombre de la pura reflexión, de la búsqueda de la utilidad y del primado del cálculo. En la estela de esta conversión de la vida en único trascendental verdadero, Ortega elaboró, en cualquier caso, una compleja ontología de la vida, con sus leyes y categorías propias, cuyo atractivo -que es el de su propio nivel de radicalidad- y capacidad de interpelación siguen intactos.

Convendría, por tanto, releer su obra más allá de los extremos consabidos. Porque lo que Ortega ha legado encaja difícilmente con los intentos de ritualizar y cosificar sus ideas y propuestas en un "sistema" filosófico autosuficiente identificable incluso con la culminación de la historia entera de la filosofía occidental. Pero tampoco es tan vicaria y marginal al tronco central de la filosofía del siglo XX como algunos han pretendido. Y convendría tomar nota también del largo viaje histórico a través de la cultura científica, literaria y filosófica de Ortega y aprender de su curiosidad profunda, del vigor de su palabra optimista y elegante, que poco a poco fue acerándose y depurándose, más allá de los ecos modernistas que tanto la sobrecargaron en un principio.

Sea como fuere, esta revisión parece mucho más incitante que la consabida discusión sobre su "originalidad", algunas veces impugnada con mayor o -más bien menor- fortuna. La obra de Ortega, que jamás fue un mero funcionario académico, tiene, como todas, sus deudas. Pero nada de ello disminuye su originalidad verdadera. Que es, junto a la de su capacidad anticipadora de los caminos abiertos a la filosofía por el viraje pragmático, al de lo atípico y desmesurado de su figura en un mundo cultural de límites más bien estrechos, "a pesar de todo".

Leer "La privatización de las masas", por Manuel Barrios