Letras

El descenso del monte Morgan

Arthur Miller

19 enero, 2006 01:00

Arthur Miller. Dibujo de Grau Santos

Trad. Carlos Milla Soler. Tusquets. Barcelona, 2006. 127 págs, 12,50 euros

El nombre de Arthur Miller es uno de los referentes en la cartelera teatral española. Panorama desde el puente (Dir. Miguel Narros) o La muerte de un viajante (Dir. Juan Carlos Pérez de la Fuente) son los últimos títulos representados en teatro comercial.

Hasta donde recuerdo, El descenso del monte Morgan permanece todavía inédita en nuestros escenarios, y uno espera que la traducción y publicación de la obra en España incentive algún que otro productor o director. En tal caso los espectadores tendremos la oportunidad de volver a recrearnos con el Miller más genuino -al tratar temas universales y personales, puntuales y atemporales, al mismo tiempo-, pero también al Miller maduro que presenta sutiles e interesantísimas variaciones respecto a sus primeras obras. La "premiere" de El descenso del monte Morgan tuvo lugar en Londres en 1991; a Estados Unidos la llevó el Scott Ellis, quien la dirigió en 1996 como parte del Williamstown Theatre Festival; finalmente, David Esbjornson la representó en el Public Theatre de Nueva York en 1998, original tomado para esta versión española, aunque las correcciones de Miller respecto a las anteriores no resultan sustanciales.

El protagonista es Lyman Felt, un popular y acaudalado hombre de negocios que se encuentra hospitalizado a causa de un accidente de tráfico causado por una placa de hielo cuando descendía del monte Morgan. Durante los últimos nueve años Felt ha llevado una vida de bígamo sin que ninguna de sus dos esposas, de sus dos familias, lo supiera. Ahora en el hospital todo sale a la luz y Lyman se encuentra atrapado en su propia mentira, ¿o tal vez enfrentado a su propia verdad?. Theo, su primera y "oficial" esposa, protestante, no pude creer que los nueve años más felices de su vida hayan sido una mentira; tampoco puede entender lo ocurrido Leah, su joven y judía esposa, quien creyó a Lyman cuando le aseguró que se había divorciado de su primera mujer para poder tener un hijo con Leah, decidida a abortar. El resto de personajes son Bessie, hija del primer matrimonio, totalmente indignada con el padre; la enfermera Logan y Tom Wilson, el abogado de la familia.

Personajes como Willy Loman o John Proctor ya forman parte de la historia universal del teatro, pero Lyman (¿paradójica? similitud con Loman) poco tiene que envidiarles. Se trata de un protagonista que lo mismo pude despertar la simpatía y ser considerado un auténtico héroe puesto que "lo que yo he violado en realidad es la ley de la hipocresía" (pág. 85); de igual forma que para otros será un cobarde egoísta que ha hecho de su vida una mentira con el sexo como único referente. Tal vez la auténtica tragedia de Lyman sea la de miles de matrimonios, "tras treinta y dos años, nos aburrimos, ésa es la realidad. Y el aburrimiento es una forma de engaño, ¿no?" (pág. 40). O tal vez la naturaleza del problema, de la tragedia si se quiere, no sea de índole personal sino social, al partir de premisas culturales, sociales y religiosas erróneas, "¿por qué consideramos la monogamia una forma de vida más elevada? Sólo…, sólo era una idea." (pág. 95).

La evolución dramática de Miller se asemeja a la de Shakespeare: la tragedia de sus primeras obras se ha ido atemperando y la resolución se dulcifica hasta el punto de que incluso podríamos hablar de final abierto.

Además de la línea argumental, de la historia tan "milleriana", también resulta interesante detenerse en ciertos aspectos eminentemente teatrales, pues nos encontramos ante una de sus obras más "experimentales". Miller siempre tuvo especial preocupación por reflejar de forma explícita el tono, gesto o actitud que debían tener sus personajes. En Mt. Morgan, casi podríamos hablar de obsesión, pues la mayoría de las intervenciones se acompañan de notas explicativas. Tampoco es una narración lineal, tal y como suele ser la línea narrativa de Miller, sino que asistimos a sueños, "flash-backs", incluso escenas representando distintos puntos de vista, lo que a priori dificultaría la puesta en escena. Es el propio autor quien resuelve la cuestión indicando cómo debe ser la luminotecnia o vestimenta que debe llevar cada uno de los personajes en un momento determinado.

Pone Miller en boca de Lyman, "…nadie anhela la inmortalidad tanto como un escritor" (pág. 57). Sin duda, él la ha alcanzado.