Letras

Vecinos alejados. Los secretos de la crisis entre España y Marruecos

Ignacio Cembrero

6 abril, 2006 02:00

Foto: Adbelhak Senna

Galaxia Gutenberg. Madrid, 2006. 277 páginas 17’50 euros. Ana L. Planet y Fernando Ramos: Relaciones hispano-marroquíes: una vecindad en construcción. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. 430 p&aa

Separados por tan sólo catorce kilómetros de mar, España y Marruecos están condenados a entenderse. La cooperación con nuestro país es vital para el desarrollo de Marruecos, pero España a su vez tiene un interés estratégico en la estabilidad del país magrebí. Vecinos alejados constituye un excelente análisis de las complejas relaciones entre ambos países.

Corresponsal en Rabat desde el año 2000, Ignacio Cembrero es uno de los españoles que mejor conoce la intricada realidad de un país que a nosotros nos cuesta entender, de la misma manera que a los marroquíes les resulta difícil entendernos a nosotros. Su larga experiencia y las sesenta entrevistas con personalidades españolas, marroquíes y francesas que para escribirlo ha realizado, hacen que su libro sea una reveladora crónica de las relaciones hispano-marroquíes desde que en 1999 Mohamed VI subió al trono alauí. Los comentarios de José María Aznar, que respondió por escrito a un cuestionario que le envió al propio autor, resultan particularmente interesantes, pero el valor de este libro está en la variedad de las fuentes utilizadas, que no siempre coinciden en su explicación de los hechos.

La clave de la crisis que culminó en julio de 2002 con el incidente de Perejil, se halla en la cuestión del Sahara, vital para la monarquía alauí. A la altura del año 2001, el plan de arreglo acordado en 1988 resultaba claramente inviable y Mohamed VI creía poder alcanzar una solución mucho más favorable para sus intereses, con el respaldo pleno de Francia. Pero el gobierno español, que sigue teniendo una gran influencia internacional en todo lo relativo a su ex colonia, se mostró reacio a una solución que ignoraba las aspiraciones de una de las partes. De ahí la irritación marroquí contra España, que se tradujo en la ruptura de las negociaciones pesqueras y en la retirada del embajador. Se trataba de un intento de presionar a España, con el beneplácito del Elíseo.

Uno de los capítulos más notables de Vecinos lejanos es el que analiza la influencia personal en los asuntos de Marruecos del presidente Chirac, Jacques El Alauí le llama Cembrero, quien ha llegado a intervenir personalmente para suavizar roces en la propia familia real. Sintiéndose amparado por su protector francés, el régimen de Rabat se embarcó en un arriesgado rumbo que le llevó a la colisión con Madrid. Y tras la ocupación marroquí de Perejil, Aznar se encontró con la sorpresa de que Chirac le recomendaba ceder, no sólo los peñones de la costa marroquí, sino también Ceuta y Melilla. Es más, Aznar ha llegado a pensar que el propio Chirac estimuló la toma de Perejil. Cembrero no lo cree, pues da más crédito a la versión según la cual el presidente francés lo consideró una metedura de pata y comentó que Mohamed VI no sabía con quien se estaba jugando los cuartos. Se enteró cuando tropas españolas recuperaron el islote y al final fue Colin Powell quien hubo de actuar como mediador para que se volviera a la situación inicial. Aznar, sin duda, tomó buena nota de que el presidente francés había evitado que la Unión Europea diera un apoyo más decidido a España y de que los buenos oficios de Washington habían permitido alcanzar una solución satisfactoria.

La reconciliación se selló en la cumbre de Marraquech de diciembre de 2003, y a ella contribuyeron mucho dos políticos cuya valía resulta evidente en Vecinos lejanos, el primer ministro Driss Jettou -cuyos poderes reales son muy inferiores a lo que sugiere su título- y la ministra Ana Palacios. Un interlocutor marroquí le aseguró sin embargo a Cembrero que no habría habido cumbre si ellos hubieran previsto que el Partido Popular iba a perder las elecciones generales. El triunfo de Rodríguez Zapatero causó en efecto alborozo en Rabat... y en el Elíseo. No era para menos, porque la actitud del nuevo gobierno se ha mostrado muy favorable a Marruecos, especialmente en la cuestión crucial del Sahara.

A contracorriente de lo que piensan la mayoría de los españoles, que simpatizan con la causa saharaui, tanto Zapatero como Moratinos se inclinan hacia las tesis de Rabat, aunque traten de no decirlo demasiado claramente. Cembrero cita una observación de Zapatero, según el cual la autodeterminación y la creación de nuevos Estados no representan una garantía de progreso. "También algunos vascos me piden la autodeterminación", comentó más tarde a un ministro argelino. Por su parte, Moratinos parece estar convencido de que una eventual independencia del Sahara resultaría muy peligrosa para la estabilidad de la monarquía alauí, cuya gradual democratización representa para España la mejor garantía de que no tendrá graves problemas en su frontera meridional. En opinión de Cembrero, sin embargo, no resulta apropiado que el gobierno español y el partido socialista se muestren tan circunspectos respecto a las violaciones de los derechos humanos, el amordazamiento de la prensa independiente y el escaso avance hacia la democracia que caracterizan al régimen alauí, aunque este es sin duda uno de los más libres del mundo árabe.

La crisis de Perejil es también abordada, en el marco de las reivindicaciones territoriales marroquíes, que califican de "espada de Damocles de las relaciones bilaterales", en un interesante ensayo de Ana Planet y Manuel Hernando de Larramendi, incluido en el libro Relaciones hispano-marroquíes. Ofrece esta obra un variado conjunto de ensayos, de diferente interés y calidad, que muestran el interés que en diversas universidades españolas empieza a despertar nuestro vecino del sur. Desde las relaciones entre Al Andalus y el Magreb en la Edad Media, hasta la narrativa marroquí de nuestros días, algunos de cuyos títulos más sobresalientes se han traducido al español, son muchos los temas atractivos que se abordan en el volumen.
No cabe olvidar, por último, la importancia de la dimensión económica de las relaciones hispano-marroquíes, tema al que Cembrero también presta atención. Las inversiones españolas son todavía limitadas, en parte por los obstáculos que se derivan de la incompleta consolidación del Estado de derecho en Marruecos, pero hay algunas historias de éxito. La más notable es la de Méditel, una compañía propiedad de Telefónica y de Portugal Telecom, que ha contribuido de forma notable a la difusión en Marruecos de los teléfonos móviles, un instrumento cuya contribución al desarrollo de los países del Sur es mucho mayor de lo que a primera vista pudiera pensarse. Más importantes aún son las relaciones comerciales, pues España es el segundo proveedor de Marruecos y éste es el décimo cliente de España, y los intercambios aumentarán cuando Europa se abra a las importaciones marroquíes y en el Estrecho se construya un túnel, que ya empieza a ser viable en términos de rentabilidad económica. El establecimiento de una zona de libre comercio entre la Unión Europea y Marruecos está prevista para el año 2010 y ello obligará a una reorientación de la actividad económica de Ceuta y Melilla, cuyo futuro parece hallarse en una mayor imbricación con su entorno marroquí. Esto si no lo impiden obstáculos políticos, porque el futuro de Marruecos es incierto. Hay demasiados jóvenes sin perspectivas, cuya única esperanza se cifra en emigrar, y la posible victoria islamista en las próximas elecciones generales representa un factor de consecuencias hoy por hoy imprevisibles.