Estambul tras el filtro de Pamuk
Orhan Pamuk. Foto: Pen Club
El autor de este libro, Orhan Pamuk (Estambul, 1952), es una de las figuras literarias más seductoras del presente. Sabe adentrarse con maestría y buen tacto en los espacios privados y públicos donde se negocian las identidades y los valores sociales, utilizando de escenario su ciudad natal, ese borde sensible donde se encuentran las culturas de Oriente y de Occidente. La ultraderecha turca, sin embargo, irritada por el éxito internacional de novelas como Me llamo rojo y Nieve, le ha perseguido violentamente.
La seducción ejercida por Pamuk sobre los lectores se relaciona también con su personalidad. La sencillez con que presenta en este libro la ciudad, filtrada por la sensibilidad de un hombre de 50 años, que se vale de la memoria y de las capas dejadas en ella por las impresiones artísticas, escritas y visuales, de su entorno vital. Las creencias religiosas que empañan cuanto hoy se escribe sobre los países en el entorno del Oriente Medio brillan por su ausencia en el volumen. En cambio, la riqueza de cuanto los escritores turcos y occidentales han escrito sobre Estambul viene contado con deleite.
Orhan Pamuk exhibe una profunda sabiduría humana, por lo que algunos críticos le han llegado a denominar el Erasmo contemporáneo, pues combina con talento los conocimientos aprendidos de los libros y los adquiridos mediante la observación. Y a diferencia de los autores mejor considerados del presente, Salman Rushdie (de origen indio reside en Gran Bretaña) o Coetzee (surafricano que vive en Australia), a cuyos libros acudimos también en busca de un espejo donde reconocer las conductas, la identidad, de los actores del mundo actual, que viven afincados en lugares alejados de sus raíces, el domicilio residencial de Pamuk ha sido casi siempre Estambul, y en la misma casa, donde redactó estas páginas.
En el corazón de este libro late un sentimiento (hözön), palabra imposible de traducir, pero que traduciremos como melancolía. El lector aprende desde las primeras páginas que el huzun resulta tan inesquivable en Estambul como el aire de sus calles. Y que emana de una mezcla de añoranza del pasado glorioso, de la época del Imperio turco, anterior a la República, y de la tristeza producida por el vivir en la actualidad rodeado por sus escombros. Las bellas casas y edificios oficiales de los pachás yacen en ruinas, mezclados con los feos bloques de apartamentos. Sí queda, para quien quiera acercarse al Bósforo, la energía que emana de esa fuerte corriente marina que corta la ciudad, que trae un aire revitalizador.
Pamuk es, además, un narrador que gusta de la filigrana narrativa, de relatar los sencillos episodios cotidianos, la historia matrimonial de sus padres o la vida de su peculiar abuela, de describir los interiores familiares de su niñez y juventud, de una familia típica de clase media alta, cuya casa resulta una especie de museo de objetos occidentales curiosos. A la vez, describe su visión melancólica de Estambul, formada en buena parte por las lecturas de significativos autores turco, Kemal, Koçu, Tampinar y Hisar, los que a su vez se dejaron inspirar por la visión de muchos extranjeros, como Melling, Gautier, Flaubert y otros, quienes durante sus visitas admiraron la mezcla multicultural de la ciudad.
Pamuk nos permite divagar por la ciudad sin hacernos elegir entre su cara musulmana (Estambul) o la que tiene un pasado cristiano evocado por su antiguo nombre, Constantinopla. Qué maravillosa fiesta para la mente poder visitar así la gran ciudad liberada por el escritor.