Image: La República, las religiones, la esperanza

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Letras

La República, las religiones, la esperanza

Nicolás Sarkozy

5 octubre, 2006 02:00

Sarkozy sabe que la marginacion facilita el radicalismo

Traducción de A.C. Ibañez. Prólogo de J.M.Aznar. Gota a Gota, Madrid. 2006. 190 páginas, 24 euros

La emergencia del Islam como religión de millones de europeos nos obliga a reflexionar de nuevo sobre el papel de las creencias religiosas en la sociedad y sobre las relaciones entre el Estado y las distintas confesiones. Nicolas Sarkozy, hijo de un inmigrante húngaro, casado con un mujer de familia española, defensor del Estado laico y a la vez abierto al misterio de la espiritualidad, ministro del Interior y probable candidato en las próximas elecciones presidenciales francesas, lo hace en su reciente libro La República, las religiones, la esperanza, a través de una larga entrevista con un catedrático de filosofía y un religioso dominico. Su perspectiva combina la firmeza en la defensa de los valores republicanos con la inteligencia y la generosidad en el análisis de los nuevos problemas a los que se enfrentan Francia y Europa.

La República Francesa es laica y en su origen el laicismo surgió en el combate contra la intolerancia católica, pero ese conflicto, recuerda Sarkozy, concluyó hace un siglo, con la ley de 1905 que confirmó la estricta separación entre el Estado y la Iglesia. La laicidad representa hoy un valor democrático esencial, pues constituye la garantía de las libertades de conciencia y de religión para todos. Por ello los valores republicanos, que en España llamamos valores democráticos, no son en lo más mínimo incompatibles con la fe religiosa, siempre que ésta no se traduzca en una falta de respeto a la libertad ajena. El Estado garantiza la libertad, la igualdad de derechos y deberes, el imperio de la ley, pero no puede imponer un código moral. En cambio, destaca Sarkozy, las religiones pueden desempeñar un papel social muy positivo, al dar a sus fieles esperanza y al comprometerles en una vida guiada por elevados principios, aunque por supuesto otros ciudadanos pueden hallar el fundamento de esos principios en una filosofía puramente humana.

Todo esto resulta muy poco polémico, pero lo importante de la argumentación de Sarkozy es que la aplica también al Islam. En una barriada conflictiva, una mezquita puede representar un foco de convivencia y de pacificación de los espíritus. Para ello es necesario que los musulmanes no se sientan ciudadanos de segunda, sino franceses cuya religión es respetada por el Estado. Por ello impulsó Sarkozy la creación del Consejo Francés del Culto Musulmán, que se ha convertido en el portavoz de los musulmanes franceses en temas religiosos. Pero Sarkozy cree que hay que ir más allá. Dentro del respeto a las normas de la laicidad,sostiene Sarkozy que es necesario que el Estado facilite la construcción de mezquitas y la formación de imanes imbuidos de la cultura francesa. Su convicción es que la marginación facilita el radicalismo. Los musulmanes tienen el mismo derecho que los demás ciudadanos a practicar su religión en condiciones dignas, pero además ello supone el mejor antídoto contra los predicadores de la falsa yihad terrorista. Hay que evitar el repliegue comunitario, que puede convertir a los grupos diferenciados por su religión o su cultura en mundos cerrados, pero para lograrlo, insiste Sarkozy, lo que ha de hacer el Estado es asegurar el respeto a la diversidad y evitar que ninguna comunidad pueda sentirse humillada.

Pero no se trata de un problema exclusivamente religioso. Lo cierto es que, en términos generales, la comunidad musulmana, integrada mayoritariamente por familias llegadas a partir de los años 60, tiene un nivel económico y social más bajo que el de la mayoría de sus conciudadanos. Así es que, en aras de la integración de los jóvenes procedentes de la inmigración, Sarkozy se ha atrevido a usar el término, para muchos tabú, de discriminación positiva. Porque muchos franceses musulmanes tienen la impresión -no siempre injustificada, admite Sarkozy- de que el ascenso social es para ellos más difícil que para cualquier otro francés. La tarea de ofrecer seguridad a los habitantes de la barriadas periféricas no requiere sólo una eficaz acción policial, sino que es necesario que los jóvenes de esas barriadas sepan que, a igualdad de trabajo y de méritos, tienen las mismas posibilidades de éxito que los otros.

Francia padeció crueles guerras entre católicos y protestantes en el siglo XVI, vivió un prolongado enfrentamiento entre católicos y librepensadores a partir del XVIII, y colaboró en el holocausto bajo el régimen de Pétain. Todo ello ha sido felizmente superado y no hay razón para no pensar que también el Islam se integrará en el común crisol republicano. El problema es que la imagen de los musulmanes se ha vuelto problemática, no sólo por el creciente temor de los europeos a una inmigración incontrolada que pudiera causar graves problemas sociales, sino por efecto del terrorismo yihadista. En ese sentido Sarkozy sostiene que millones de musulmanes de todo el mundo son víctimas indirectas de la confusión creada por unos asesinos ebrios de odio que matan en nombre de Dios. Y esto implica la necesidad de actuar con firmeza contra los predicadores del odio. Es significativo que, en estos mismos días, Francia se disponga expulsar a once imanes y líderes religiosos musulmanes extranjeros, debido a sus contactos con redes terroristas o a sus incitaciones a la violencia antisemita y antioccidental. Respeto a las creencias, promoción social y firmeza contra los violentos: he ahí la respuesta.

Islam e identidad europea

Algunos parecen pensar que el violento estallido de las barriadas francesas de hace un año demuestra que Sarkozy ha fracasado. No es así, estamos ante un gran desafío, a la vez cultural y social, que requiere un esfuerzo paciente y prolongado. Respecto a la crucial cuestión de las relaciones entre el Islam y el Estado laico, el libro de Sarkozy, que nos llega en una excelente traducción, representa una reflexión del mayor interés. Su idea fundamental respecto al núcleo duro de la identidad europea al que en ningún caso debemos renunciar la resume muy bien José María Aznar en el prólogo de la edición española: "Nuestra identidad no es de base étnica, sino de valores y principios". Lo deseable es que los musulmanes europeos asuman plenamente esos valores y principios que constituyen el fundamento del Estado democrático de derecho, pero esto no implica que renuncien a su fe ni a su identidad cultural. Francia, observa Sarkozy, se ha vuelto multicultural, multiétnica y multirreligiosa, y hay cinco millones de musulmanes franceses -practicantes, no practicantes, ateos o agnósticos- a los que hay que integrar mediante la aceptación de sus peculiaridades, en lugar de tratar de imponerles una asimilación que implicara la renuncia a su identidad. Y ese diagnóstico vale para el resto de Europa. El Estado debe formar ciudadanos, pero no debe inmiscuirse en la más profunda identidad moral y espiritual de las personas. Esa tarea corresponde a la sociedad civil y ésta se caracteriza hoy por la pluralidad de sus tradiciones religiosas y culturales.