Letras

Lugares comunes

Irene Jiménez

29 marzo, 2007 02:00

Páginas de Espuma, 2007. 160 páginas, 14 euros

La hora de la siesta (2001) y El placer de la Y (2003) son algo más que dos títulos afortunados en las credenciales de una escritora joven. Cada uno significa el paso cauto y decidido de quien, en el difícil y transitado territorio del cuento literario, se va haciendo valedora de la confianza de muchos lectores; son aciertos a los que viene a sumar Lugares comunes, logrado por lo que denota la frase nominal que rotula el libro, señalando la frecuencia de los escenarios escogidos -"comunes" por cotidianos, por reconocibles- para situar las nueve historias que en ellos se alojan ("En la universidad", "En un pasillo", "En casa de los señores", "En la oficina, "En la calle", "En la ventana", "En el dormitorio", "En una fiesta", "Lejos"), y por lo que connotan esas dos palabras juntas alusivas al sentido ejemplar del "tópico", frecuente, y no por ello menos cierto.

El "lugar común" es, aquí, argumento y fórmula expresiva, sin que el valor del adjetivo reste eficacia al carácter sustantivo del empeño. Y es del énfasis de esa adjetivación de donde deriva la corriente real de emoción que emana de todos, y de la vehemencia de un discurso tan sencillo y riguroso en los detalles que resulta cautivador, confirmador de una prosa firme y una forma de contar heredada de las enseñanzas de Nabokov, atenta a los detalles en la literatura para así descubrir que la vida está llena de ellos. "En el dormitorio" la indiferencia subraya la lejanía; "En la calle" algunos "miran" lo que no tienen para regresar a casa y afrontar su desdicha como el diagnóstico de un mal común. Lugares comunes, "verdades como puños, áridas, heladas, llenas de escombros". Un acierto el estilo y la construcción. Prueba de otra lección bien aprendida, ésta de García Márquez: "cuanto más transparente es la escritura más se ve la poesía".