Image: Las perlas del Loco Ventura

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Letras

Las perlas del Loco Ventura

Luis Artigue

29 marzo, 2007 02:00

Luis Artigue

Premio Joven 2006 de la Fundación Gral. de la Univ. Complutense. Edaf, 2007. 171 páginas, 12’50 euros

Aparece esta obra de un joven autor leonés, hasta ahora más orientado hacia la creación poética, avalada por el Premio Joven 2006 que otorga la Fundación general de la Universidad Complutense. Las perlas del Loco Ventura es una obra imaginativa, aunque de construcción un tanto deshilvanada, puesto que se organiza sobre una sucesión de breves relatos, cuentecillos, anécdotas, reflexiones o facecias -con la estructura abierta de lo que en tierras leonesas se denomina un "filandón"- cuyo nexo de unión consiste en atribuir los relatos a un curioso personaje, el Loco Ventura, un "viejo de barba blanca, camisa de leñador, pantalones de pana, chaleco y sonrisa histriónica" (p. 16), que actúa en un bar donde narra sus historias, además de ejercer en otras ocasiones como curandero. Pero lo cierto es que, si bien en algunos de los cuentos se recoge el marco narrativo o se menciona la presencia del personaje, lo normal es que los relatos se sucedan como capítulos independientes y proporcionen a Las perlas del Loco Ventura la fisonomía propia de un libro de cuentos yuxtapuestos, rasgo al que contribuye la diversidad de motivos y tonos de los textos. El autor se presenta, no obstante, como discípulo que da a conocer la obra del maestro, como el Platón de un Sócrates imprevisible y genial -que tiene, además, mucho de pensador provocativo-, con una actitud que parecerá muy unamuniana si se recuerda, por ejemplo, el papel de la narradora ángela Carballino en San Manuel Bueno, mártir. Las palabras del narrador-compilador de Las perlas del Loco Ventura no dejan lugar a dudas: "Aquel hombre fronterizo y yo nos hicimos primeramente amigos, luego maestro y discípulo y, finalmente, casi padre e hijo [...]. Yo empecé este libro [...] para que la existencia del Loco Ventura en esta ciudad no fuera un acontecimiento efímero" (p. 139). Como en Unamuno, en efecto, la fijación por escrito prolonga al sujeto y garantiza su perduración, su inmortalidad.

éstas son las coordenadas en las que se sitúa la obra de Luis Artigue. Por lo que se refiere a los relatos -más de 70-, su desigual extensión es paralela a sus diferencias de calado. Los hay que son meras ingeniosidades, chispazos brevísimos de apenas cuatro líneas, como "La pintada" o todos aquéllos cuyo título comienza por las palabras "Lo que quedó de..." y que son como decantaciones de coloquios o historias que se han esfumado por completo dejando tan sólo una frase, un retazo suelto, un leve eco de lo que se ha omitido y el lector puede imaginar.

La brevedad no excluye forzosamente una estructura de discurso medida y rigurosa, como puede advertirse en el texto titulado "Crema de compasión", habilidosamente trazado. Otros relatos, más complejos, rozan las fronteras de la alegoría, como "El autobús de la imaginación", o apuntan hacia la esencial unidad de la historia humana, como sucede en "La bruja de la calle La Rúa". El humor -a veces con tintes macabros-, la fantasía y el juego constante con la literatura salpican estas páginas, donde lo único reprochable es cierta falta de poda. El autor tendría que haber eliminado algunas "perlas" de este conjunto, por su menor entidad, o haber acortado otras que, a pesar de su brevedad, desarrollan nocivos meandros, como "El hombre invisible no sabe ser narcisista". Y del lenguaje poco hay que decir, salvo señalar algunas caídas en la trivialidad ("en el día a día", p. 42; "se culpabiliza", p. 34) o algún enrevesamiento sintáctico: "una a la que sabía que conocía de algo, pero de la cual no recordaba el nombre" (p. 47).