Image: Álvaro fue

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Letras

Álvaro fue

Leticia Sigarrostegui

5 abril, 2007 02:00

Leticia Sigarrostegui

Lengua de Trapo. Madrid, 2007. 381 páginas, 21’90 euros

Decía Wittgenstein en sus Observaciones que la tragedia no consiste en que el árbol se doble, sino en que se rompa. éste es el espacio de la primera novela de Leticia Sigarrostegui: el análisis detallado de la irreparable tragedia de álvaro, un cooperante (mediador) español de veinticuatro años asesinado en Perú junto a dos de sus compañeros. Sigarrostegui se apoya en tres ángulos para la narración: la madre, la hermana pequeña y una ex novia obsesionada por esclarecer los hechos y no aceptar sin más la versión oficial (un crimen de Sendero Luminoso), porque todo apunta a una ejecución llevada a cabo por los militares. Esta peripecia central, con la alternancia de las tres voces en ágiles capítulos, permite a la autora (nacida en 1975 en Madrid de madre española y padre peruano) desplegar su mejor arma: el talento costumbrista para detallar las siempre difíciles relaciones personales (madres e hijas, padres ausentes, incomunicaciones, divorcios, cercanía y lejanía en la vida de pareja...). Como del gato Tristán de la página 24, también de esta escritora podría decirse que "la observación le otorga fortaleza". Se trata de una novela acerca de lo que el filósofo Adorno llamaba "la vida dañada": ese después que sobreviene a la pérdida irreparable y el ineludible vacío que deja álvaro: la extrañeza e irrealidad que cobra una realidad antes vivible y hasta confortable. Impresiona el análisis que Sigarrostegui hace de la conciencia desequilibrada y aislada de Beatriz, la madre, el discurrir de sus estados de ánimo, la batalla que libra consigo misma. Asombra también la capacidad de la autora para imitar voces y registros, niveles de lenguaje: el mundo visto a través de Natalia (hermana de álvaro), su inconfundible voz y percepción adolescentes. Sigarrostegui escribe con una técnica realmente afinada, se hace cargo de una gran complejidad, muestra naturalidad en los diálogos y en su manera progresiva de introducirnos en la vida de los otros, dosifica pistas e informaciones. Hasta las palabras dichas en el pasado quedan en el ambiente, para comparecer y solaparse con los diálogos presentes colaborando a esclarecer. Habla de los sentimientos con una firmeza casi austera, apartada de sensiblerías. La obra es un ascenso hacia la luz y la reconciliación, hacia un renacer cotidiano: reparar los desórdenes cercanos, ya que las más graves injusticias se resisten a ser reparadas. Pero es también un canto contra el conformismo y el olvido: contra el conservador archivo de los casos y las causas justas lejanas o cercanas. Mención aparte merece la enigmática vida de álvaro en Perú, la que sus familiares nunca conocieron: un álvaro que apostó por la práctica y el compromiso (real) con el otro, más allá de palabrerías e instituciones oficiales, porque el otro se descubre como exacto a uno mismo y "los planes en algún momento debían dejar la esfera de la imaginación" (p.209). Sigarrostegui se desdobla para introducirnos en ese mundo peruano, nos muestra la siempre dramática batalla entre renovación y tradición en América Latina: la elección voluntaria de una posibilidad vital que cuesta la vida. Sabe enredarnos con pasión en la escapada que el protagonista hace de su realidad española para afrontar aquella otra. Nos sitúa, finalmente, ante la sensación de irrealidad febril e insomne (casi autodestructiva), y ante la finura perceptiva y premonitoria, que alcanzó álvaro en sus últimos días: su extrema lucidez... Y la de Leticia Sigarrostegui.