Image: Tres milenios de Europa

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Letras

Tres milenios de Europa

Denis de Rougemont

11 octubre, 2007 02:00

El rapto de Europa, de Rubens

Traducción de Fernando Vela. Veintisiete Letras, 2007. 450 páginas, 21 euros

La recién fundada editorial Veintisiete letras tiene entre sus propósitos el de recuperar obras fundamentales largo tiempo desaparecidas de nuestro mercado del libro, que parece dominado por la obsesión del consumo inmediato. Su primer título en esa línea, Tres milenios de Europa, es una obra de 1961, que en su día publicó Revista de Occidente en una cuidada traducción de Fernando Vela, recuperada para esta nueva edición. Su autor, el historiador suizo Denis de Rougemont (1906-1985), fue un gran estudioso de la tradición cultural europea y en Tres milenios de Europa ofreció un fascinante viaje en el tiempo en el que, a través de una selección de textos integrados en la exposición del autor, cobra vida la reflexión de los europeos sobre su propio continente, desde Esquilo y Aristóteles hasta Sartre y Koestler.

En su origen, el término Europa designaba las tierras situadas en la ribera occidental del Bósforo; al otro lado se extendía Asia. Su etimología es dudosa, pero parece que viene del griego europe, un adjetivo femenino que significa "la de los grandes ojos". Y grandes y bellos debían ser los ojos de Europa, la legendaria hija del rey fenicio de Tiro, a la que Zeus raptó tomando la apariencia de un toro, en una escena que innumerables artistas han representado a lo largo de los siglos y que Rougemont evoca a través del primer poeta que la describió, allá en el siglo II antes de Cristo, el hoy casi olvidado Mosco. No es más que de un mito, pero se trata de un mito que curiosamente refleja una verdad histórica que nadie discutiría hoy: el origen de la cultura europea está en el Oriente Medio, cuna de las primeras grandes civilizaciones de la historia.

Luego, hace dos mil quinientos años, el contraste entre las dos tierras que se miran en el Bósforo adquirió un significado moral y político. Esquilo lo puso en relieve en Los persas, una tragedia que estrenó el año 473 antes de Cristo. Rougemont reproduce la famosa escena del sueño de la madre de Jerjes, en el que éste pretende uncir al yugo de su carro a dos mujeres, ambas de elevado porte y gran belleza, hermanas de sangre, pero griega la una y persa la otra. Esta última ofrece dócil su boca a la brida, pero su hermana se rebela y rompe el arnés. De manera menos poética, Aristóteles retomó este tema, que a lo largo de los siglos se convertiría en un lugar común, no carente de fundamento empírico. Montesquieu, por ejemplo, contrapuso la libertad de Europa y la servidumbre de Asia.

Otro gran tema que se encuentra en los textos de Rougemont es la aspiración a una integración europea, que pusiera fin a las continuas y devastadores guerras. A comienzos del siglo XIV Dante veía la solución en el retorno al imperio universal de Augusto, la edad de oro que cantaron los poetas y en la que Cristo escogió nacer. A fines del siglo XVIII Kant supuso que la paz perpetua podría llegar, a falta de una república universal, por medio de una alianza siempre ampliada de más y más pueblos. En los siglos XIX y XX, sin embargo, la era de las naciones se tradujo en una sucesión de tremendas guerras. En medio de la obsesión nacionalista no faltaron sin embargo mentes lúcidas, como la de madame de Stäel, quien en su famosa obra sobre Alemania de 1810 recordó la necesidad de abrirse a las aportaciones culturales de los vecinos, "porque en este género la hospitalidad hace la fortuna del que recibe". Por su parte Ortega era en 1930 tan optimista, y quizá tan lúcido a largo plazo, como para suponer que la erupción de los nacionalismos no era más que la última llamarada de una fórmula destinada a desparecer, para dar paso a una "supernación" europea, en la que se respetaría la pluralidad interior característica de Occidente.

Ortega y Gasset escribía en la era terrible de las guerras mundiales y de los totalitarismos europeos. Tras ella cobraron más fuerza los llamamientos a la unidad, que en 1952 comenzó a tomar cuerpo en el prosaico pero crucial tema del carbón y del acero. Y en ello seguimos. Por tanto, si usted siente que los interminables debates de Bruselas debilitan su fe europeísta -a veces pasa-, puede encontrar un buen reconstituyente en los textos que Rougemont reunió en Tres mil años de Europa.