Image: Juegos sagrados

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Letras

Juegos sagrados

Vikram Chandra

15 noviembre, 2007 01:00

Multitudes, miseria y una alegría de vivir inexplicable para muchos occidentales... Escena cotidiana de Bombay.

Trad. Dora Sales Salvador. Mondadori, 2007. 1088 pp. 29 e.

La novela actual testimonia que no hemos alcanzado los confines de la realidad, el anunciado finisterre histórico. Queda aún mucho por contar sobre la gente y nuestro mundo. La ficción internacional atraviesa una etapa interesante gracias, en parte, a varios escritores de lengua inglesa y de ascendencia india, quienes extienden los límites de la exploración de lo real nada menos que a un subcontinente, la India. País habitado por cientos y cientos de millones de personas, de diversas religiones y lenguas, que viven en una plenitud democrática de intercambio multicultural, pero hirviendo en los conflictos económicos y sociales derivados de la globalización, de la diferencia de castas y de la simple explotación de millones de desposeídos por una elite económica. La novela india, como hiciera ayer la hispanoamericana, obliga incluso a aceptar una realidad que diverge frontalmente de la evocada en la narrativa europea moderna. A la nómina de narradores indios importantes, Salman Rushdie y Kiran Desai, entre muchos otros, añadimos hoy el de Vikram Chandra (Nueva Delhi, 1961).

Los tres escritores residen fuera de su país natal, aunque vuelvan a él con frecuencia. Chandra ejerce como profesor de creación literaria en la Universidad de California en Berkeley. Pertenece a la alta burguesía india, y tanto su madre como dos de sus hermanas y un cuñado destacan en el ámbito del cine indio. Vikram Chandra dedicó siete años a la redacción del monumental volumen Juegos sagrados, ganador del premio Hutch Crossword (2006), que presenta un inmenso mural de la vida en la ciudad de Bombay o Mumbai. Esta megalópolis resulta a la vez escenario y protagonista de la obra, un universo dominado por un caos absoluto, donde la convivencia ciudadana se convierte en azarosa y llena de peligros. Lugar sucio, corrupto a diversos niveles, policiales y políticos, y donde la dignidad del hombre queda postergada por las urgencias derivadas de la supervivencia. La única felicidad posible para el individuo común proviene de las pequeñas cosas, de los momentos vividos en la intimidad personal y, con suerte, en el entorno familiar.

Distintos críticos califican la novela de dickensiana, porque representa Bombay como el autor inglés hizo con Londres, y nosotros añadimos que clariniana, ya que recuerda también a la manera en que Leopoldo Alas retrató Oviedo en La Regenta. La obra de Chandra, y adelanto mis conclusiones, resulta una obra maestra, y quien la lea nunca más podrá separar la imagen creada por el escritor de la obtenida durante una visita a la susodicha urbe. El Mumbai de Chandra ofrece una visión sumamente compleja del entramado humano en un entorno ciudadano completamente caótico, escindido por diferencias religiosas, de lengua y de origen social. Si en la Vetusta de Clarín había dos religiones, la católica y la de los ateos, en Bombay tenemos sijs, hindúes, musulmanes, budistas, cristianos, y muchas más variedades, gentes venidas de numerosos puntos geográfi-
cos, pero que se amontonan ilegales, ocultos en los pliegues de este entorno que acoge a todos. Apenas comenzar, cuando el policía, que será uno de los dos protagonistas de la obra, la extraordinaria figura de Sartaj Singh, investiga un crimen corriente y visita por oficio a los padres de un joven asesinado, descubrirá que son ilegales: oriundos de Bangladesh, aunque ellos afirman que nacieron en la India, les reconoce por el acento.
El lector se encuentra enseguida cómodo y extraño con el texto, por la textura verbal del mismo, un conjunto léxico hecho de palabras mezcladas, populares y del inglés ordinario. El texto principal, en inglés en el original, viene salpicado con palabras del argot urbano y de otras provenientes de diversas lenguas, el hindú, el punjabi y demás, con lo que el narrador consigue que experimentemos el verdadero sabor de la lengua, a través de los insultos, de las palabras malsonantes, de las expresiones de cortesía y sumisión. Nuestro paladar lectorial acaba haciéndose a tales especias verbales de sabor indio. Tenemos ejemplos parecidos en castellano, pienso en la genial obra de José María Arguedas, Los ríos profundos (1956), donde el español y el quechua se unen con un propósito semejante. El estadounidense Comac McCarthy también ha mezclado con éxito expresivo el inglés con el español del norte de México en varias de sus novelas.

Bombay, el escenario, aparece, pues, transmitido en su ruidosa y asimétrica multiculturalidad, expresada oralmente en diversos registros léxicos, y nos muestra los secretos humanos de la mano de sus dos personajes principales, el mencionado Singh, inspector de la policía, y Ganesh Gaitonde, un notable criminal de la ciudad cuyas conexiones con la política local le permiten vivir de sus lucrativas ganancias, quizá mayores que las del propio municipio. El argumento comienza a desarrollarse cuando Singh, un curtido policía de 40 años largos, recibe una llamada telefónica anónima comunicándole el escondite del famoso criminal, al que enseguida capturará de una curiosa manera. A lo largo del texto sabremos de la vida y milagros de ambos. No de forma lineal, sino dando giros y vueltas mil, que ofrecen vistas yuxtapuestas sobre la vida privada del primero, y permiten conocer las maniobras del gángster. Este aspecto de la novela, las averiguaciones de la vida de Gaitonde, ofrece el aspecto de un auténtico thriller, del criminal investigado por el policía, pero la multi-
plicidad de situaciones en que los encontramos y la intimidad de detalles que conocemos de sus vidas hace pensar también en una novela psicológica.

El comienzo marca la pauta del argumento: tras la mencionada llamada telefónica, Singh acude con su ayudante, Katekar, a capturar a Gaitonde, que sorprendentemente se encuentra oculto en una especie de contenedor blindado a modo de búnker. Singh conversa un rato con el criminal, que le relata sus comienzos en el mundo del delito, hasta que el policía decide llamar a un bulldozer y sacar al delincuente del buúnker, pero lo que se encuentra es que Gaitonde se ha suicidado y a una mujer desconocida muerta. A partir de entonces, la novela deviene un thriller; los servicios de inteligencia le ordenan investigar las conexiones de Gaitonde, comenzando con la desconocida mujer que apareció también muerta. Sabremos que Gaitonde era un rey del submundo criminal de Bombay, y que ha sido informante de la policía. Aprenderemos también de sus actividades como vendedor de armas, su relación amorosa con una famosa actriz de cine, y sus enfrentamientos con otro musulmán, su gran rival en el mundo del hampa, hasta desembocar en un sorprendente final. Terminaremos también por conocer el carácter de Sartaj Singh, de su matrimonio con una mujer adinerada, lo que hasta su divorcio le permitió permanecer puro dentro del cuerpo de policía, sin admitir sobornos, lo que tras el divorcio le será imposible. Así funciona la policía, los sobornos sirven para complementar la paga o el mismo presupuesto del cuerpo, porque la dotación económica no cubre los gastos.

Los lectores disfrutamos por igual de la intriga como de la infinidad de detalles que iremos conociendo de los personajes y de la ciudad, que nada tienen de heroico en el sentido estricto de la palabra. Singh posee una extraña dignidad aunque si sucumbe al soborno es por lo inevitable que resulta tomarlo. Chandra consigue que tanto el detective, el criminal y sus mujeres, que fácilmente pudieran caer en el estereotipo, diluirse en imágenes tópicas de Bollywood, permanezcan siempre verosímiles. Sabe equilibrar ese mundo oral, de la calle, la ligereza del pequeño crimen con la seriedad de los peligros latentes en una sociedad con armas atómica. Posee, en fin, el talento de narrar una historia y permitirnos imaginar lo que sienten en la intimidad estos seres que habitan una realidad diferente a la nuestra.

Vikram Chandra

El libro del millón de dólares

Tras el éxito de su primera novela, Tierra roja y lluvia torrencial (Siruela), traducida a nueve idiomas y galardonada con los premios David Hogham y el Commonwealth a la mejor opera prima, y el de su segunda obra, Amor y añoranza en Bombay (Espasa), premio Commowealth al mejor libro del año, Chandra obtuvo un anticipo de un millón de dólares de la editorial estadounidense Harper Collins por estos Juegos sagrados.

Quizá por eso, el propio Salman Rusdhie llegó a escribir: "Vikram Chandra es un escritor que leo desde hace tiempo. Siempre me ha gustado y siempre le he envidiado. La envidia es un buen test para detectar si hablamos de un gran escritor".