Valle inédito
Las mejores prosas ocultas del autor de Luces de Bohemia
6 diciembre, 2007 01:00Valle-Inclán, visto por Grau Santos
Uno de los míticos legados literarios del siglo XX, el de Ramón María del Valle-Inclán, está a punto de desvelar sus mejores tesoros gracias a sus herederos, a Manuel Alberca y a la editorial Espasa, que lanzará en 2008 un volumen de inéditos del que hoy El Cultural adelanta sus mejores prosas. Además, la próxima semana regalaremos a los lectores lo mejor de su correspondencia secreta. En esta primera parte incluimos los mejores fragmentos de "Sevilla", un desarrollo de la acción del libro séptimo de Viva mi dueño. Por su parte, La muerte bailando pertenecería a la serie de la Guerra carlista: el manuscrito estaba preparado para su publicación, pues va acompañado de una copia a mano realizada por Josefina Blanco, mujer de Valle. Por último, el tercer inédito, Bradomín expone un juicio pesimista y paradójico de España, forma parte de la serie de El ruedo ibérico, con la particularidad de que ofrece una mirada desconocida del taller del escritor. Considerados en conjunto, explica Alberca, "estos textos permiten entender el modus operandi de don Ramón, corroborar suposiciones y eliminar tópicos". Además, Darío Villanueva valora la importancia de los textos, y adelanta suculentas novedades.
por Ramón Del Valle-inclán
Guadalquivir, entre verdes naranjales, lame los muros de las anchas villas solaneras que, de los campos cordobeses, descienden a las arenas marismeñas, villas de prosapia latino-mulsulmana, fulgurantes de sol, con frescos lagares oscuros, de aceite y de mosto, con labradores y ganaderos de muchas onzas: -Verbosas hipérboles: Sombras de azabache: El enjalbe de los muros afina el el negro resalte de las rejas, y el talle de las morenas. -El Guadalquivir, cuna de tantos motines, en los fastos isabelones, arrullaba con el alegre tumulto de los mercados, la alarma demagógica de las agrarias peonadas. Por toda aquella tierra, la gente del bronce, cargaba el trabuco contrabandista, para meter la Revolución en España. Y los huertos de naranjos, entre blancas azoteas, encendían sus verdes con tiros de pólvora y repique de campanas. [...]
Al Duque le tuvo toda la noche desvelado, el misterioso aviso que recibió su ayudante, llamándole al Mesón de San Blas. Un hombre de hábitos se lo había dado al montar en el coche: El Duque conjeturaba que fuese algún conspirador, disfrazado: Las espadas unionistas teníanle comprometido un pronunciamiento, y los agentes de la candidatura orleanista, soliviantaban los cuarteles con oro y promesas. El Duque, por cima de aquellos tiberios, aseguraba sus fondos con giros sobre Londres. Se levantó mañanero, y, como tenía por costumbre, despachó el chocolate oyendo el concierto de la canariera. Dio al loro una sopa, y entró a un salón biblioteca. Saludos familiares al ayudante que, al costado de una gran mesa, responde cuadrándose:
-¿Qué hubo de aquel misterio?
-Vallín, ha conseguido fugarse de Córdoba... Le tenemos disfrazado de jaque, en el Mesón de San Blas.
-¿No será descubierto?
-Espero que no... Ya se verá cómo embarcarlo.
-En Londres, ahora podía sernos de mucho provecho un hombre como Vallín.
En Londres se subastaban unos famosos papeles secretos: Quien propalaba que cartas cristinas, con una confesión de culpas y adulterios: Otras voces aseguraban que la confesión y las cartas eran a cuenta de la Reina Isabel. Se sacaban a relucir maledicencias de la cofradía carcunda, misterios de reales devaneos, bastardías de Príncipes y Princesas. El Duque de Montpensier, estaba interesado en la compra de aquellos papeles, siempre que no se los pusiesen muy caros. El General Prim y un italiano se los pujaban. Le escribían que el italiano era agente del Duque de Módena. Por allí veía asomar una maniobra de la rama de Don Carlos. Repitió varias veces:
-¡Vallín es el hombre! ¡Vallín es el indicado! ¡Muy a propósito!... No le hable usted del asunto, hasta tenerlo a bordo de un barco inglés... Hay que arreglarle el pasaje. Tendrá usted que avistarse con los amigos de Cádiz. ¿Qué condena le ha salido a Vallín?
-¡La ojeriza de González Bravo!
-Cerradas las Cortes, si no vamos deprisa, habrá destierros y cuerdas de Leganés.
-¡Como ahora!
-¡Más! ¡Mucho más! Sin Cortes, ya verá usted como se lía la manta a la cabeza, el señor González Bravo. Nosotros mucha prudencia, y recomendársela a Vallín. ¡Que no se deje ver! ¿Estuvo realmente en el convento de los Tres Clavitos?
-Eso cuenta.
-¡Unas monjas liberalotas!
-¡Doña Juanita Albuerne, que todo lo puede con la promesa de su herencia!
Su Alteza Serenísima, después de limpiarse los lentes con la punta de un periódico, se abismó en la lectura del correo. Meditaba y hacía números con las moscas en la calva. Dejó la mesa, y ante el cofre con cerradura de música, repasó las matrices de un talonario. Se le resbalaban los quevedos, y con gesto preocupado, los aseguró en la judaica narizota:
-¡Un río de oro!
El Duque renaudó la lectura del correo: Apartaba algunas cartas, y a otras les ponía fuego soplando el cigarro, con un reflejo rojizo en la punta de la narizota. El secretario-ayudante, en otra mesa, tallaba las plumas de ave, y las probaba en una hojilla cubierta de rasgueos.
-Entérese usted, Felipe.
Su Alteza Serenísma se inclinaba para dejar una carta en el borde de la mesa. Acudió el ayudante. Su Alteza, a fin de observarle mejor, se quitaba los lentes de présbita. El ayudante, en pie, al otro lado de la mesa, leía con rápido vistazo. Buscó la firma y levantó los ojos:
-Suscribo cuanto dice Ayala. El movimiento hay que hacerlo sin la intervención del Conde de Reus... Adelantarse a dar el golpe...
Asintió el Duque:
-España quiere orden, y el programa de la conjunción progresista-radical, es un retroceso a los tiempos de Mendizabal. Hacer la revolución halagando las pasiones de la plebe, lo juzgo un crimen. Los Generales de la Unión, es indudable que tienen fuerza y prestigio para dar el golpe... Pero el primer grito debe partir de Madrid. La guarnición está bien dispuesta... No creo, no creo, que deban iniciar el movimiento las guarniciones de Andalucía. Aquí la plebe se quema pronto, y las demagogias republicanas hacen mucha propaganda... El movimiento debe iniciarse en Madrid. Sacar las tropas una noche y dar el asalto a Palacio.
Solís tuvo un gesto de suave parsimonia:
-¡Repetir la hombrada que le costó la vida al General León! ¡Eran otros tiempos!
-¡Más románticos!... Dulce que defendía entonces la escalera, podría, ahora, bien tomarla.
Su Alteza, por entre la prosodia gabacha, mudaba dos expresiones, y del pronto sentimental, pasaba a una risa cazurra. El secretario-ayudante, celebró con aduladoras expresiones, el ingenio de su Alteza. Tuvo también su frase:
-El General Dulce no quiere cerrar el broche.
El Duque, a su vez, aprobó con una sonrisa deferente: Levantó un sobre sin sellos:
-¿Ha visto usted al amigo de Londres? Lea usted estos papeles.
-¡Me ha puesto en autos!
-¡Prim en tratos con Cabrera! ¡El progresismo pactando con la causa carlista!
-¡Inexplicable!
El Duque se limpiaba los lentes, cabeceando:
-¡Nada es inexplicable, querido! ¡Nada es inexplicable! En todos los sucesos hay un encadenamiento fatal. Un hecho siempre tiene su origen en otro. El Vaticano, con sus torpezas, hace posible el contubernio de los dos partidos siempre en discordia. ¡Esa es la diplomacia de Antonelli! ¡La presión para el matrimonio de Girgenti! El Vaticano quiere aquí un Borbón de Nápoles. Son los mismos intereses. Hecha la boda verá usted aparecer la intriga ultramontana, para la abdicación con la regencia de los Condes de Girgenti. Roma, con esa actitud, pierde toda influencia sobre la grey carlista. El General Cabrera, más de una vez, ha hecho intentos por que el partido se liberalizase.
-Un clero liberal no se concibe en España.
-No se concibe en ninguna parte. ¡Es una aberración!
-¿Y el carlismo sin curas?
-¿Si lo traen los progresistas que falta le hacen los curas? Prim estudia ese golpe. La Causa del Altar reducida a un partido apostólico, sin figura real que la encarne. ¡Esos son los triunfos que logra estos tiempos la fervorosa diplomacia vaticana!
Solís ornamentaba su acuerdo, con una mueca placentera, de hombre prudente que está sobre las malicias de los más traviesos.
-¡Nada me sorprende!
Su Alteza Serenísima, luego de otra pausa, salió por otro cabo:
-¿Ha previsto, usted, la manera de comunicarse con Vallín?... Ante todo no cometer imprudencias. Usted debe abstenerse de volver por aquel nido. ¿El Parador de San Blas? ¿Dónde cae eso? ¿Por Triana?
-Al otro lado del puente.
-¿Cree usted seguro el nido?
-Convendría buscarle otro mientras no se arregla el embarque.
-¿Pasado el puente?... ¡Ya recuerdo!
El Duque entornaba los ojos. -San Blas en bulto de piedra, azafranes, báculo y mitra, la casulla rojos y verdes, la mano rosicleres, azul el puñete, en un nicho sobre el portón, bendecía el entresale de trajinantes y recuas, contrabandeo y malos pagos-. Aquella bendición tan maja, protegía al amigo Fernández Vallín. [...]
La muerte bailando,
por Ramón Del Valle-inclán
Al General Luyando le gustaban las habaneras, y como el capellán ponía escrúpulo en acompañarlas, salió al piano una señorita sin novios ni esperanzas, seca, cuarenteña, desabrida y burlona. Una vez en el taburete del piano, vuelta la cabeza, sacó la lengua a modo de gracia. Matildita Mencos, hacía veinte años, que acompañaba en las tertulias.
Al otro extremo del salón, sonreía el marido de Octavia. Atento y discreto, sin turbar el baile, con tenues pisadas, vino a conversar con las estantiguas del estrado, el marido de Octavia. Don Eliseo Zarate, de linaje alavés, antiguo y bien notado, era un caballero de graciosa fealdad, muy moreno y endrino. Tenía una notable desigualdad en los ojos: El uno de limpios verdes, y otro partido con iris de gato. Octavia, con suave sonrisa, le hizo lugar a su lado:
-¿Te aburres?
Don Eliseo de Zarate, siempre de humor indulgente, oprimió la mano de su mujer:
-No me divierto demasiado...
Era devoto, amigo de sabias lecturas, genealogista y poeta vascuence. No veía con buenos ojos aquellos rufos alardes, sin embargo, se consumía en silencio y apenas si les oponía un comedido vaivén de cabeza. Más le preocupaban las hipotecas que hacía el suegro, comprometiendo la herencia de los nietos. Y sobre todo la loca aventura de resucitar la guerra de partidarios en las líneas del Ebro.
Octavia, se interesaba, en la amartelada mímica de Jorge y Eulalia:
-Parecen arreglados.
-¡Esa chica está perdiendo el tiempo! Jorge ha pedido el pase para Cuba. Va como ayudante de Valdemoro.
-¿Y Eulalia lo sabe? ¿Usted oye esto, Tía Paca?
-¿Qué hija?
-Que Jorge ha pedido el pase para Cuba. ¿Pensará dejarla comprometida, y largarse?...
-No pensará nada. Esos buenos mozos suelen estar vacíos. ¡Pareja igual de tontos!...
-La boda a mí me gustaba.
-No era un descabello.
Por la noche hubo cena de fiesta, gran cena de cocina provinciana, cordero roncalés de dos madres, zorzas de lomo riojano, empanadas pamplonesas, truchas de Vertiz-Arana: Comiendo y bebiendo hizo proezas el veterano de las guerras carcas. El Vicario de Santa María y Don Julián Larramendi, Capellán de San Miguel, no pudieron competirle, ni en los honores a las viandas, ni en los brindis por el triunfo de la Causa. Encendidos y barbollones, con acompasados encomios, recordaban que el linajudo veterano, en aquellas lides, del comer y del triscar, siempre había sido el primero de Navarra.
El General Luyando, la servilleta en la gola, rufo y apoplético, saludaba levantándose con joviales brindis:
-¡Por la hurí de la media almendra! ¡Por esa que tuerce el morrete con tanta sal! Para que le saque bien los zapatos el Glorios San Crispín. Por los juanillos de la ingrata, que me desafía con el fuego de sus miradas. Hermosa mía, por no verte esa cara de vinagre, me daré por vencido en el baile. San Crispín, te hará unos ensebios para que te luzcas. Por ti se canta la copla:
A la puerta del Cielo
Hacen zapatos
Para los angelitos
Que andan descalzos.
Las luces, los manteles, la cristalería, toda la rueda de comensales, y la servidumbre asomada entre cortinas se arrugaron con una ráfaga de dispersas algarabías. La Marquesa Viuda de Redín, hecha un vinagre, susurró en el oído de Octavia:
-Me parece que tu padre está bebiendo demasiado.
-¡Hay que dejarle!
-Eres su hija, y sabes lo que haces. Pero a cierta edad esos alardes, pueden ser fatales. La muerte de los viejos está en la mesa.
Octavia asintió suspirando, sin perder la sonrisa complaciente:
-Vamos a ver si levantándonos...
Las dos señoras, santiguándose, se levantaron, y a su ejemplo, con mudas señas, los otros comensales. A todos detuvo el veterano de las guerras carcas, levantando el vaso, con gargalladas de Sileno:
-¡Firmes! ¡Ninguno se mueva! Todos en su puesto. Ahora empieza la broma.
Señaló a la puerta. Disimulando risas dos criados, entraban una gran banasta, cubierta con almidonados lienzos. Tiró de una punta el veterano:
-Presente del Glorioso San Crispín. Tome asiento la hurí descalzona.
Descubierta la banasta, aumentaron la bulla y algazara en torno. El veterano, levantaba una enorme bota de montar, y bailándola por el tirante, hacía sonajear la espuela que tenía calzada.
Picada de la broma, arrugados los pergaminos por una risa de vinagre, le interrumpió la vieja de Redín:
-Tendrás tu merecido. Ahora mismo, si hay quien la toque, vamos a bailar una galop.
El veterano le abrió los brazos:
-¡A ello!
La tomó del talle.
-Procura no pisarme.
-Tú, condenada hurí, te figuras que estoy borracho, y quieres darme la puntilla.
-Ya te bates en retirada.
-¡Jamás!
-Mejor será que la duermas y lo dejemos para el bautizo del año que viene.
-¡Por Dios Tía Paca!
Solfeó el Capellán de San Miguel con lumbres fanáticas:
-El año que viene bailaremos con pólvora y guitarras. La España de Cristo, no puede permanecer muda.
La bota de montar, con la espuela calzada, recogía las luces de la lámpara, sobre los manteles de la cena, entre roscos de monjas, y tocinos del cielo. Asentía sin duda, porque amochaba el tirante.
Bradomín expone un juicio pesimista y paradójico de España, por Ramón Del Valle-Inclán
Tornó a repetir, triste, desengañado y burlón el viejo dandi:
-Aquí no puede haber otra cosa que un motín de sargentos.
Replicó Mori:
-Señor Marqués, esta vez los sargentos son generales.
-Cambian los galones, pero la mentalidad no cambia. Las revoluciones, solamente las hacen los grandes Pueblos.
A una voz protestaron las tres señoras, como si hubiera sido la mayor de las herejías.
-¡España es un gran Pueblo!
El Marqués de Bradomín denegó con su lenta sonrisa de caballero galante. Carlos Mori, callaba un poco sorprendido: Al cabo aventuró esta pregunta:
-¿Señor Marqués, verdaderamente usted no cree que el nuestro sea un gran Pueblo?
-Yo no puedo decir lo que no creo.
Saltó la Torre-Mellada:
-¡Dilo! ¿Tú crees que somos una tribu?
Suspiró el caballero legitimista:
-¡Ay, no!
-¿Menos que una tribu?
-España, a mi se me antoja un gran corral. Un gran corral de bueyes.
Gruñó avinagrada:
-¡Hay cada toro marrajo en este corral!
Y el caballero legitimista encubriendo con la sonrisa la amrgura, continuó:
-Los reyes hacen a los pueblos: Y los reyes españoles desde hace doscientos años, padecen el escrofulismo y la triste degeneración que habéis visto en los hospicianos. ¡No os asustéis, yo esto lo digo en todas partes!
Volvió a gruñir la Togores:
-Y tienes la suerte de que no te hagan caso. Tú eres un afrancesado y entre los afrancesados siempre estuvo de moda hablar mal de España. ¡Afrancesado!
Terminó la cotorrona sacando la lengua y haciendo una carantoña de bruja goyesca: Era flaca, menuda, sarmentosa, con la boca colérica como la Reina María Luisa: No desmentía la herencia paterna, que las hablillas viejas y chismes cortesanos, dábanala por hija de Narizotas. El Marqués de Bradomín adoptó un gesto burlón y consternado:
-¡Carmencita, perdóname que sea un admirador de la Historia de Francia!
Interrrumpió la Torre-Mellada:
-La Historia de Francia, escrita por Michet.
Amable y diplomática quería acallar la disputa llevando la conversación a un tema literario, grato al viejo dandi. Pero acriminó la Tagores:
-¡La Historia de Francia! ¡Los crímenes del terror! ¡El reinado de la guillotina!
Bradomín mudó el gesto con arte de gran actor: Ahora parecía sincero, tenía en la frente y en los ojos algo que le hacía temible y simpático. -El Marqués de Bradomín podía decirlo todo porque nada esperaba de los hombres: Tal vez el fracaso de aquel viejo libertino era no haberlo esperado jamás.
La Tagores le clavaba los ojos que eran negros carbones al abrigo de su gran nariz de mochuelo, colgante y triste. El Marqués adelantó un paso:
-La guillotina, la horca, el puñal, el veneno, la hoguera, todo es preferible a la bolsa de los treinta dineros. España apagó sus hogueras, y vendió el cáñamo de la horca para maromas de saltimbanquis: Los Borjas valencianos no le dejaron la fórmula de sus venenos, y el puñal con gracia, es aquí desconocido como todas las saludables enseñanzas del Renacimiento. En España el arte de gobernar, ha sido el soborno de conciencias: El arte de gobernar, y el arte militar, porque las guerras cuando no se pierden se ganan con la bolsa de los treinta dineros. Esta educación política ha dado el fruto de los pronunciamientos. Ya saben su oficio quienes le ofrecen la Corona al Duque de Montpensier.
La Togores escuchaba dando respìngos: Feliche Bonifaz abría el poema de sus ojos. Carlos Mori parecía asustado, y benévola sonreía la Torre-Mellada: Un momento, con la perspectiva encantada de las cosas desaparecidas, recordó la tertulia paterna, aquel salón romántico del terror fernandino, con poetas y literatos, cuando conspiraba el buen Duque de Leyre. De pronto exclamó:
-¿Bradomín, sabes a quien esperamos? A Pepe Zorrilla que ha llegado de México sin un cuarto. ¿No sois amigos?
-Desde el entierro de José Mariano.
-¿Tú también fuiste amigo de Fígaro?
-Le presté las pistolas para matarse. Los que achacan aquel suicidio a un desengaño amoroso, no saben lo que se hablan. Fígaro se mató después de haberlo pensado. Acaso tuvo la primera idea al volver de Francia: Conmigo hablaba de poner fin a su vida, como se habla de un próximo viaje.
Murmuró Feliche apasionada:
-¿Pero no es verdad que fuesen tuyas las pistolas?
-Yo le regalé las pistolas, y le aconsejé que se matase. Con talento y sin dinero, necesitaba poner en venta la pluma para poder vivir en España. ¿No era preferible regalarle un par de pistolas, que a mí no me servían de nada? El suicidio le salvó de escribir el panegírico de Narváez.
Repitió Feliche, marcando con una sonrisa su incredulidad:
-¡Pero las pistolas no eran tuyas?
El Marqués de Bradomín se inclinó con afectada reverencia:
-Yo soy un viejo enamorado tuyo y no me atrevo a contrariarte.
Vino despacio a sentarse en el corro de las señoras, alzó entre sus manos ascéticas la linda mano de la Damisela, y se la besó galante. Feliche se puso encendida, y en el misterio de sus ojos alumbró otra llama.