Image: Rusia y sus imperios (1894-2005)

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Letras

Rusia y sus imperios (1894-2005)

Jean Meyer

20 diciembre, 2007 01:00

El presidente ruso, Vladimir Putin. Foto: Dmitry Astakhov

Tusquets. Barcelona, 2007. 600 páginas, 25 euros

Vladímir Putin acaba de arrasar en unas elecciones legislativas, en las que muy poco espacio de maniobra ha dejado a la oposición, y se dispone a hacer elegir a uno de sus fieles como presidente de Rusia. Todo indica que conseguirá perpetuar su poder más allá de los dos mandatos presidenciales consecutivos establecidos en la Constitución. Los ciudadanos rusos, satisfechos por el restablecimiento del orden, el aplastamiento de los rebeldes chechenos y la bonanza económica, no parecen inquietarse por la deriva autoritaria, cada vez más evidente. Los observadores extranjeros, en cambio, se inquietan, sobre todo porque el autoritarismo interno se combina con un retorno a la retórica antioccidental de la guerra fría. ¿A dónde va Rusia? Como dice un proverbio chino, predecir es difícil, sobre todo el futuro, pero algo ayuda a tal efecto mirar al pasado. ¿De dónde viene Rusia?

La tremenda experiencia que durante la pasada centuria vivieron los rusos y los demás pueblos que con ellos integraron el imperio de los zares y luego la Unión Soviética es insuficientemente conocida. Hitler es recordado, con toda justicia, como la encarnación misma del mal y el adjetivo fascista se ha convertido en un término de descalificación, pero de los crímenes de Stalin no se recuerda gran cosa, salvo que una vez los condenó un dirigente soviético, calvo y simpático pero un poco patán, que se llamaba Khruschev, o Jruschov, o vaya usted a saber cómo se deletrean los apellidos eslavos.

En cuanto a Lenin, en ambientes progresistas sigue teniendo una imagen casi, casi positiva: el experimento salió mal, es verdad, pero era tan grandioso… Muy pocos occidentales saben en qué profundas simas de horror se hundió el régimen soviético, mientras que la mayoría de los rusos parece preferir olvidarlo: en la Rusia de Putin se rescriben los libros de historia para justificar a Stalin. Sin embargo, todo el que desee comprender lo frágiles que son las convenciones civilizadas que sujetan a la bestia humana debiera informarse a fondo sobre las experiencias totalitarias del siglo XX, con el mismo espíritu con que nuestros antepasados se asomaban con Tácito al alma depravada de los emperadores romanos.

Respecto al caso soviético, pocas guías encontrará el lector español mejores que Rusia y sus imperios, el extraordinario libro de Jean Meyer. Historiador francés residente en México, Meyer publicó allí hace diez años una primera edición de este libro, editado ahora en España en una versión ampliada que lleva el análisis hasta casi el día de hoy. No es un relato histórico convencional, pues el autor muestra un brío polémico que le lleva incluso a increpar al posible lector escéptico que se negara a admitir la verdad de algunos episodios particularmente horrendos, como la responsabilidad directa del régimen soviético en el hambre que asoló Ucrania en 1933. Para dar realismo a su relato, combina los fríos datos estadísticos con las citas de testigos directos que vivieron los acontecimientos relatados, e incluso de novelistas que supieron recrearlos en obras que, pese a su componente de ficción, han sabido trasmitir la verdad más profunda, como es el caso de Vasili Grossman en Vida y destino.
Ello hace que Rusia y sus imperios sea un libro cuya lectura cuesta interrumpir, sobre todo en las páginas centrales dedicadas al período que va de la revolución de octubre de 1917 a la muerte de Stalin en 1953. Un asombroso dominio de la inmensa bibliografía existente y una gran claridad de ideas permiten a Meyer ofrecer al lector una excelente interpretación de la experiencia casi inconcebible que en aquellos años vivieron los pueblos del imperio: el frío sacrificio de millones de vidas en la búsqueda de una utopía que había de imponerse mediante el terror.

Los grandes acontecimientos, recuerda Meyer, no siempre tienen grandes causas y nada condenaba a Rusia de antemano a convertirse en víctima de aquel atroz experimento. Cierto que no era fácil la modernización de aquel imperio poblado mayoritariamente por campesinos pobres y regido por una autocracia que se creía querida por Dios, pero había síntomas prometedores en la Rusia de comienzos del siglo XX, en la que la economía capitalista se iba abriendo paso y florecía la cultura. La primera guerra mundial fue un disparate de catastróficas consecuencias para Rusia y para toda Europa, pero no fue el régimen zarista el principal responsable de que estallara. El error crucial de Nicolás II quizá fuera no asociar a la dirección de la guerra al máximo de fuerzas sociales y políticas, como lo hicieron otros contendientes. Luego resultó decisiva la personalidad de Lenin, con su insólita combinación de fanatismo e inteligencia, pragmatismo y obstinación.

Las circunstancias de la guerra jugaron dos veces en su favor, pues las victorias iniciales de Alemania favorecieron el triunfo de la revolución, mientras que su derrota final la salvó del fatal destino al que le habría probablemente llevado una hegemonía alemana en toda la Europa oriental. Luego la voluntad bolchevique de eliminar a todas las demás fuerzas, incluidas las socialistas, condujo a la guerra civil, de la que emergió una sociedad destrozada y sometida a un solo poder, el del Partido Comunista. El cual pareció guiarse por una observación que un siglo antes consignó el vizconde de Chateaubriand en sus Memorias de ultratumba: el terror jacobino no logró sus objetivos porque no cortó suficientes cabezas, habría necesitado hacer caer medio millón más.

Stalin acabaría con millones de vidas en tiempo de paz, pero Meyer insiste en que no se debe suponer que impuso un giro radical a los acontecimientos. El georgiano fue un excelente discípulo de Lenin, aunque éste en su testamento previniera, demasiado tarde a sus colegas contra él. Y fue Stalin el que llevó a su apogeo al imperio ruso, tras su victoria en la segunda guerra mundial, que empezó sin embargo con su tremendo error de no haber comprendido las intenciones de Hitler. éste podría haber contado con el apoyo de los pueblos oprimidos por el dictador del Kremlin, pero la ferocidad genocida de los nazis galvanizó la resistencia soviética. Stalin murió en 1953 en el apogeo de su poder y su muerte, observa Meyer, salvó quizá al mundo de una tercera guerra mundial.
Tras él comenzó la larga y mediocre historia del bajo imperio, en la que el terror dio paso a una dictadura burocrática y la fiebre revolucionaria se extinguió. Cuando Gorbachov intentó revigorizarlo, el comunismo era un cuerpo privado del espíritu que lo había animado, aunque el mundo no se diera cuenta de ello hasta la implosión de 1991.

Toda esta historia terrible explica mucho de la falta de vitalidad democrática en la Rusia de hoy, pero para comprenderla hay que rememorar también el caos más reciente de los años noventa, en los que la economía se hundía, el Estado se descomponía, las fuerzas armadas eran humilladas en Chechenia y muchos rusos identificaban las reformas liberales con la miseria de la mayoría y el enriquecimiento de un puñado de oligarcas.

De ahí la popularidad de Putin, que puede pasar a la historia como el gobernante enérgico que sentó las bases de una Rusia próspera y democrática o como el hombre que perdió una gran oportunidad. El tiempo lo dirá.

Jean Meyer. Un mexicano de adopción

Aunque nacionalizado me-xicano, Jean Meyer nació en Niza en 1942 y cursó estudios de Geografía e Historia en la Sorbona de París. Allí fue cautivado por la historia de México y Rusia, dos países muy diferentes entre sí pero cuyas similitudes, entre las que destacan sendos procesos revulucionarios de enorme importancia, se decidió a investigar. Tras numerosos viajes al país azteca fijó allí su residencia. En la actualidad

es miembro de la Academia Mexicana de Historia.