Las aventuras de Barbaverde
El lector que termine las casi cuatrocientas páginas de esta novela respirará al fin aliviado. La empresa emprendida por el argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949) no es nueva, aunque lo pretenda. Aira se ha refugiado en una imaginación delirante sirviéndose de las fórmulas del cómic, elaborando una extensa sátira de las novelas de Ian Fleming y de las películas derivadas. En su parodia y en la desbordada imaginación alcanza hasta el surrealismo. Pero Gonzalo Suárez, en España, entre otros, lo había experimentado hace bastantes años, por fortuna en narraciones más breves.
Aira, que prefirió tan a menudo y con éxito la narración corta, se ha inclinado aquí por reunir cuatro relatos, El gran salmón, El secreto del Presente, Los juguetes y En el gran hotel, bajo un título que corresponde al mismo héroe -que no protagonista- del conjunto, Barbaverde, convirténdolas en la unidad “novela”. Las fantasías del narrador se sitúan en la población argentina de Rosario y sus alrededores. El protagonista, ajeno en ocasiones a las aventuras que se suceden, resulta, sin embargo, un joven de “hondas” reflexiones, llamado Aldo Sabor, aunque de luces no muy brillantes, accidental periodista de “El Orden” de aquella capital, convertido en especialista de las aventuras de Barbaverde, salvador casi invisible de la humanidad en cada episodio.
Sus espacios serán más dilatados, como el extraño viaje a Egipto, donde el narrador, dentro de una fantasía de cartón piedra, sitúa al personaje en el seno de un grupo pseudouniversitario que, haciéndose pasar por arqueólogo, sirve a los intereses del Desorden. Sin embargo, las aventuras rosarinas no resultan ni mucho menos locales. Consiguen salvar al mundo de las malas artes del profesor Frasca, equivalente al doctor No, perseguido siempre por Barbaverde, símbolos del Bien y del Mal.
El inicio de la serie se sitúa en el hotel Savoy. El mismo nombre de otro hotel de gran lujo habrá construido el malvado profesor y constituirá el destino del último relato (los paralelismos de origen borgeano resultan frecuentes). La descripción del joven protagonista figura ya en la primera página. Pero las realistas descripciones de los personajes no se corresponden con las situaciones extravagantes. Por ejemplo, el gran salmón que aparece en el cielo y no sólo en el de Rosario, sino en todo el mundo, porque la amenaza es global.
El sillón de unos peluqueros colgado del techo constituye un indicio: “Sabor creyó sacar en limpio que Barbaverde les había mandado traer el sillón al laboratorio de su archienemigo Frasca para efectuar un corte de pelo que salvaría al Universo. ¿Un corte de pelo a quién? Eso no lo tenían muy claro todavía, pero no podía ser otro que al Universo mismo [...] era una abertura del Todo, que era urgente cerrar”. El lector podrá preguntarse si no será él la víctima del corte de pelo y no el Todo. Los esquemas reduccionistas son idénticos en cada una de las partes: el Bien contra el Mal en manifestaciones incongruentes. La ingenuidad de los protagonistas hace el resto. Pero no resulta fácil mantener el humor de las situaciones a base de recursos imaginativos o símbolos.
Ocasionalmente aparece el excelente escritor que es Aira. Numerosos elementos incrementan la eficacia del relato: espejos; personalidades duplicadas; personajes que se transforman (Lenteja se convierte en Egipto en Abu Ibn Wassar, un famosísimo poeta árabe).Tampoco faltan comparsas chinos en Egipto, ni un personaje como Rompetrueno, compañero de aventuras. Pero son seres, acciones planas, suma de aventuras sin sentido que configuran un amasijo de excesos imaginarios. Tal vez a algunos lectores les divierta la experiencia. Como tal, ni es nueva, ni alcanza el dadaísmo, ni mantiene el interés (pese a que el ritmo resulte frenético). Los elementos del cómic, tal vez el octavo arte, no son traducibles a literatura. Las aventuras de Barbaverde lo demuestra.