Las baladas del ajo
Mo Yan
22 mayo, 2008 02:00Mo Yan. Foto: Aritz
Influido por Faulkner y García Márquez, Mo Yan (Shandong, China, 1955) se llama en realidad Guan Moye. Mo Yan es un apodo que significa No hables, la consigna que le transmitió su padre durante los años de la Revolución Cultural. Es indiscutible que la violencia de esa época no se corresponde con la situación actual, pero China continúa estrangulando las libertades. Director de ¡Vivir!, galardonada en el Festival de Cannes de 1994, Zhang Yimou no ha conseguido estrenar en su país Ju Dou, semilla de crisantemo (1990) ni La literna roja (1991), ambas nominadas al Oscar. Exiliado en Francia desde 1987, Gao Xinjiang (Premio Nobel 2000) sufrió el boicot de las autoridades comunistas, que no han permitido la publicación de su obra más ambiciosa, La montaña del alma (1989). Autor de La espera (1999) y Despojos de guerra (2007), Ha Jin (Liaoning, 1956) fijó su residencia en Estados Unidos, después de la masacre de Tiananmen. Gao Xinjiang disfruta de nacionalidad francesa y Ha Jin escribe en inglés. Por el contrario, Mo Yan ha permanecido en su país y ha escrito más de diez novelas en su idioma natal.La vitalidad creativa de la sociedad china contrasta con el inmovilismo del Partido Comunista, que ha emprendido reformas en lo económico, pero no en lo político. Es imposible pronosticar la evolución de una potencia emergente que aún conserva la retórica de una ideología desfigurada por los acontecimientos históricos. Hasta ahora conocíamos a Mo Yan por La familia (adpatada al cine en 1987 por Zhang Yimou con el título Sorgo Rojo), perfecta recreación de la violencia que afligía a China en los años 30, cuando soportaba simultáneamente una guerra civil y la invasión japonesa, y por Grandes pechos, amplias caderas (1996), que mostraba la tragedia de las mujeres chinas en las zonas rurales, obligadas a realizar matrimonios forzosos, donde la ausencia de hijos varones se consideraba una desgracia intolerable.
Las baladas del ajo (1989) refleja las desastrosas consecuencias de una economía dirigida. Animados por el gobierno comunista, los agricultores emprenden el cultivo del ajo en grandes extensiones de terreno. La producción es gigantesca, pero no hay suficiente demanda. Es absurdo buscar compradores, pues los almacenes del Estado rebosan excedentes. Las cosechas se malogran y la ruina afecta a miles de familias. Las protestas populares son reprimidas con brutalidad. Mo Yan no escatima detalles. Como un notario que levanta acta, describe la crueldad de los funcionarios policiales, sin mostrar mucha preocupación por el estilo. No pretende ser Malraux, que hace poesía con la guerra, ni Hemingway, que narra los acontecimientos desde la perspectiva de un ego hipertrofiado. Mo Yan busca la voz del testigo impersonal: fiel a los hechos, pero ecuánime y justo. Al borrar la sombra del autor, Mo Yan pretende infundir a las palabras la máxima credibilidad para relatar el infortunio de unos personajes obligados a participar en un experimento político, sin espacio para las ilusiones individuales. Mo Yan utiliza la literatura para rescatar a esos hombres y mujeres sin relevancia. Las baladas del ajo no está ambientada en un pasado remoto, sino en el presente de China y otras naciones que empiezan a conocer las revueltas del hambre impulsadas por la crisis energética. En las páginas preliminares, Mo Yan cita a Stalin para justificar la necesidad de una literatura comprometida. El novelista está condenado a implicarse en la política, pues el objeto de la novela es la realidad, punto de encuentro de los destinos individuales, incluido el del propio escritor.
Gao Yang y Gao Ma son cultivadores de ajo, familiarizados con los lemas del comunismo, pero sin esa conciencia de clase que transforma al trabajador en sujeto ético. Sólo la miseria y un amor frustrado despertarán su inconformismo, revelando las profundas tensiones que persisten en un país, donde el pasado feudal convive con el anhelo de modernidad. Gao Ma se enamorará de Crisantemo Dorado, pero la pervivencia de los contratos de matrimonio convertirá el idilio en un drama de acento isabelino, con las mismas dosis de desesperación que empujan al suicidio a los personajes de Shakespeare.
Las baladas del ajo no se ajusta a la forma del poema épico, pero tragedia y ensoñación, drama y sensibilidad, se conciertan para elaborar una obra áspera y delicada, con una violencia ancestral y una ternura reservada a las grandes tragedias, que se abastecen de los estratos más profundos de una cultura. Mo Yan prescinde de elipsis para retratar la vulnerabilidad del cuerpo: la carne se desgarra, los fluidos se precipitan al exterior, la dignidad se desintegra frente a la tortura. La redundancia de estas escenas sólo se rompe para introducir los comentarios Zhang Kou, poeta ciego, clarividente y ensimismado, que encadena el presente y el porvenir en sus baladas. La poesía es el hilo que guía a los hombres en el laberinto de la Historia. La hija ciega de Gao Yang expresa la extrema indefensión de los inocentes, que aceptan el dolor provocado por sus semejantes como una catástrofe natural. Su incomprensión es tan insoportable y hermosa como las apariciones de un potro castaño, que apoya su cabeza en los amantes Gao Ma y Crisantemo Dorado, aterrorizados por la imposibilidad de su pasión. Pero la belleza es un paréntesis efímero. Las cosechas de ajo se pudren mientras Gao Zhieling cría a sus periquitos, esforzándose en no escuchar el sonido del mundo. La dolorosa peregrinación de Gao Yang, con el cadáver de su madre sobre sus espaldas, recuerda las lágrimas de Príamo. En ambos casos, se busca una tumba digna para el ser querido. Gao Yang entierra a su madre, asesinada durante la Revolución Cultural, en un paisaje circundado por un río y con el Pequeño Monte Zhou al sur, garantizando una eternidad de paz.
La perspectiva crítica de Mo Yan está matizada por el realismo. En China hay corrupción, escaso respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión está sujeta a censura, pero la China tradicional, la China profunda, no es menos refractaria a la modernidad. Las mujeres viven sometidas a la voluntad de sus padres y esposos, brutales e ignorantes. El problema no es el socialismo, sino la ausencia de compasión. Las baladas de ajo muestra una notable afinidad con El intendente Shanso (1954), del japonés Kenji Mizoguchi, una fábula moral que, sin renunciar a las exigencias estéticas más rigurosas, evoca el pesimismo de Plauto: los hombres actúan con sus semejantes como feroces depredadores. Sin embargo, esa tendencia es reversible. La ternura de una niña ciega o de un potro castaño restituyen la esperanza de un porvenir gobernado por sentimientos de fraternidad y misericordia. El pesimismo es la tentación más seductora, pero Mo Yan es un poeta ciego. Su escritura es la obra de un visionario deslumbrado por la convicción de un futuro mejor.
Mo Yan, un escritor en el Ejército
Es profesor en la Academia de las Fuerzas ArmadasMo Yan ha manifestado que su obra narrativa está concebida como un doble homenaje a la libertad y a la condición femenina. Al parecer, el autor de Las baladas del ajo empezó a escribir cuando se enroló en el Ejército Popular de Liberación para huir de las escasas oportunidades de promoción social de los hijos de las familias campesinas. Actualmente, ejerce como profesor del Departamento de Literatura de la Academia Cultural de las Fuerzas Armadas. Alabado por Kenzaburo Oe, que le considera merecedor del Nobel, su trabajo docente se ha convertido en una objeción a su talante crítico con el gobierno comunista. Sin embargo, sus novelas no son nada complacientes con un sistema sin legitimidad democrática.