Matar y guardar la ropa
Carlos Salem
12 junio, 2008 02:00Carlos Salem
Quien no haya tropezado todavía con el periodista argentino Carlos Salem (Buenos Aires, 1959), autor de relatos, poemarios, e iniciativas culturales que parecen contar con un séquito de seguidores, tiene dos opciones: comenzar por el principio, su primera novela, Camino de ida, y dejar que su capacidad de asombro vague a sus anchas por un relato irreverente y disparatado, capaz de burlar la trascendencia escudándose en la sin par aventura vital de un personaje surcado por el único deseo de ver muerta a su mujer. O puede comenzar por este segundo intento, que en lugar de un viaje se inclina por la estancia, durante unas vacaciones veraniegas, en un camping nudista de Murcia que acoge las inena-rrables vacaciones de otro estrafalario personaje. En ambos casos, el ritmo trepidante y la excusa negra como acicate para la trama son un acierto y una garantía de diversión; esta segunda apuesta confirma el dominio para el embuste de este atrevido embaucador -en el mejor de los sentidos- y reafirma su pasión por recrearse en un ejercicio metaliterario que consiste en propiciar que el argumento abra la posibilidad de formar parte de otro en el que hallar sentido a través de otra trama que, a su vez, quizá, encuentre otro final al delirio de identidades en el que vive sumido Juan Pérez Pérez, este "nivolesco" protagonista.Conviene aclarar con un resumen intencionadamente incompleto el dispositivo que dispara la acción: el mencionado personaje, ex marido y padre de dos hijos, asesino a sueldo de una empresa que "administra" la muerte facturando pedidos, comienza unas simples vacaciones de verano para reencontrarse con sus hijos. Un giro inesperado cambia el rumbo del viaje y lo conduce hacia una misión con un objetivo poco claro y un despliegue de situaciones absurdas por donde campean demasiadas casualidades: su ex mujer, un juez incorruptible, un amigo de la infancia con un parche en un ojo y una pierna ortopédica, un pedido sin concretar, una pasión imprevista, un viejo escritor y la inesperada aparición de un policía intelectual, "mezcla de matón y poeta". ¡Un cuadro de extravagancias sin desperdicio!
Sí podemos constatar que no hay riesgo de distracción, y que así como el final juega a responder con coherencia al despliegue de desatinos, la ironía que envuelve el conjunto y lo trasciende consigue afinar su puntería al contar otra historia. La de una identidad cambiante -el pusilánime Juan Pérez, el "Número Tres" de la empresa de matarifes-, que entra en crisis. Su historia relata su pelea por desprenderse de su ropa, de su oficio, de sus miedos. Acabar con él -¡ya lo leerán!- es su más difícil misión.