Ballard. Milagros de vida. Una autobiografía
J. G. Ballard
18 septiembre, 2008 02:00J. G. Ballard. Foto: Tom Mix
"Esto es kafkiano"; incluso quien nunca ha oído hablar de El Proceso ni de Joseph K. conoce esta expresión. Y es que la cosmología literaria está plagada de expresiones y términos que han trascendido el ámbito cultural. Esto ha ocurrido -sin la repercusión de Kafka- con el británico J. G. Ballard (Shangai, 1930), cuyo apellido adjetiva un tipo de situaciones o expresiones artísticas entre surrealistas, kafkianas, conceptualmente experimentalistas, futuristas y escabrosas. En el momento de escribir esta reseña aparecen en Google 47.200 entradas referentes a "ballardian" y la creciente popularidad del término motivó su inclusión en la última edición del diccionario Collins.La aportación novedosa de J. G. Ballard a la historia de la literatura tiene que ver con la ciencia ficción, pero no según el modelo tradicional del género, sino presentando hipotéticas situaciones increíbles e inquietantes, como en su primera novela, El mundo sumergido (1962), que narra cómo sería la vida en laTierra cuando se derritan las masas polares, o en El mundo de cristal (1966), en la que áfrica se está cristalizando. El término "ballardiano" adquirirá plena categoría con su escabrosa y polémica Crash (1973), llevada al cine por David Cronenberg en 1996. Y, sin embargo, no debe su popularidad a la ciencia ficción, sino a la versión cinematográfica que Spielberg hizo en 1987 de su novela autobiográfica El imperio del sol (1984).
Y de El imperio del sol habla en esta autobiografía, Milagros de vida (2008), recién publicada y escrita a lo largo de 2007, al poco de serle diagnosticado un cáncer de próstata. Las 236 páginas de la obra pudieran parecer escasas para una vida tan rica e intensa como la de Ballard, y en ellas rememora sus años de infancia en Shangai, su internamiento en un campo de concentración japonés durante la II Guerra Mundial, el retorno a una Inglaterra destrozada tras la guerra, los fracasados años de estudiante en colegios de prestigio; su vocación literaria, la vida familiar, la traumática muerte de su esposa, o la gloria literaria… éstos son algunos de los temas tratados en este volumen y, siendo importantes, tal vez sean aún más interesantes las páginas relativas a la literatura. Pero también tiene esta autobiografía otras bondades que merece la pena resaltar. La primera es su prosa, ágil y amena, que se traduce en una lectura fácil y entretenida.
Encontramos también alguna que otra referencia a España, la más importante la relativa a la dolorosa e inesperada muerte de su esposa estando en San Juan y el posterior funeral en el cementerio protestante de Alicante. También aparece Sevilla, y encontramos referencias a Buñuel y sobre todo a Dalí; conviene recordar que España le resulta un territorio familiar que recrea en Noches de cocaína (1996), ambientada en una decrépita Costa del Sol. Y, por último, también hace gala de un excelente sentido del humor británico: así, por ejemplo, cuando decide abandonar sus estudios de medicina para convertirse en escritor, su padre "decidió que debía estudiar literatura inglesa, la peor preparación posible para la carrera de escritor, algo que posiblemente él ya se había imaginado. […] la fantasía inglesa rayaba la extravagancia. Eso me planteó unos problemas que tardaría años en resolver." (pág. 132-133).
Ya he mencionado cómo, aunque El imperio del sol no sea su obra más representativa, sí es la más popular, y a los años de la infancia referidos en la novela dedica todo el Libro Primero. La principal alteración en la obra de ficción respecto a la realidad la encontramos en la exclusión de sus padres en la novela, y aquí nos explica los motivos: "Me pareció que era más fiel a la verdad psicológica y emocional de los acontecimientos convertir a ‘Jim’ en un huérfano de guerra." (pág. 78). Volverá más adelante sobre el tema, al explicar cómo "no me parecía que tuviera sentido inventarme un niño ficticio cuando disponía de uno: mi yo de la infancia" (pág. 212). Las reflexiones del joven protagonista resultan ahora mucho más reales, y los meses de internamiento en el campo de concentración resultaron la mejor escuela que pudo tener; "La cárcel, que tanto recluye a los adultos, ofrece oportunidades ilimitadas a la imaginación de un adolescente" (pág. 102).
Como ya se ha anticipado, los pasajes de contenido literario resultan especialmente interesantes, sobre todo para entender cuáles eran sus inquietudes artísticas y cómo se perfila su conciencia e intereses narrativos. Respecto a Crash, la novela que probablemente superará la insobornable prueba temporal, escribe: "Crash no es tanto una oda a la muerte como un intento por aplacar a la muerte, por sobornar al verdugo que nos espera a todos en un silencioso jardín, … se desarrolla en un punto en el que el sexo y la muerte confluyen, aunque el gráfico resulte difícil de interpretar y se reajuste constantemente".(pág. 206). Y tal vez sea al referirse a la ciencia ficción donde resulta intelectualmente más inquietante en una singular reflexión: "Entonces pensaba, y lo sigo pensando, que en muchos aspectos la ciencia ficción era la auténtica literatura del siglo XX, con una enorme influencia en el cine, la televisión, la publicidad, y el diseño de consumo. Actualmente la ciencia ficción es el único rincón en el que sobrevive el futuro, del mismo modo que los dramas de época televisivos son el único rincón en el que sobrevive el pasado" (pág. 167-168).
Se reafirma en las que fueron las dos influencias definitivas en su formación como escritor; primero sus años de estudiante de medicina, "Casi sesenta años después, sigo pensando que los dos años que estudié anatomía se cuentan entre los más importantes de mi vida" (pág. 126) y también el psicoanálisis: "Creía firmemente, y lo sigo haciendo, que los psicoanalistas y los surrealistas eran la llave para alcanzar la verdad sobre la existencia y la personalidad humana, y también una llave para conocerme a mí mismo (pág. 119). Conociendo su corpus literario no sorprende su admiración por las disciplinas mencionadas, pero sí resulta cuestionable que critique a autores como "Greene, Huxley… etc., demasiado ingleses…. me valía de los escritores estadounidenses y europeos… Hemingway, Dos Passos… etc. Probablemente fue una pérdida de tiempo total" (pág. 118) y treinta páginas más adelante leemos: "Los escritores de la llamada narrativa de ficción seria compartían un rasgo dominante: su narrativa trataba ante todo de ellos mismos… pero ahora tenía un poderoso rival… Por encima de todo, el género de la ciencia ficción tenía una enorme vitalidad" (pág. 146). Una sorprendente apreciación, no tanto por su contenido, sino por que quien así se expresa es un autor que debe su popularidad a una novela autobiográfica.
Salpicados entre recuerdos y reflexiones, también encuentra Ballard espacio para incluir emocionadas referencias a sus seres más queridos ahora que se sabe enfermo, y entre todas destaca el guiño complaciente y bonachón que lanza a sus nietos y que revela su actual estado de ánimo: "No cabe duda de que los nietos hacen desaparecer el miedo a la muerte" (pág. 232).