Image: Manuel Fernández Montesinos

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Letras

Manuel Fernández Montesinos

“Seguimos donde siempre. Oponiéndonos tajantemente a que se remueva la fosa de Federico"

2 octubre, 2008 02:00

Manuel Fernández Montesinos. Foto: Sergio Enríquez

Extracto de 'Lo que en nosotros vive'

Bilbao, agosto de 1940. En el "Marqués de Comillas" (más de veinte mil toneladas de orgullo de la marina española) un niño llamado Manuel Fernández-Montesinos (Granada, 1932) mira el ajetreo del muelle entre los barrotes de la barandilla, feliz por estar en un transatlántico por vez primera, por irse a América y porque lleva escondido en su bolsillo, para evitar que lo requisen en la aduana, el reloj de oro de su abuelo. Hasta que don Federico García, el padre de Lorca, su abuelo, rompe la sensación de orgullo y de triunfo y de aventura, tronando: "No quiero volver a ver este jodío país en mi vida". Así arranca Lo que en nosotros vive (Tusquets), el volumen de memorias de un niño que creció con los fantasmas de su tío y de su padre, alcalde socialista de Granada, asesinado pocos días antes que el propio Lorca junto a la tapia del cementerio de la ciudad.

No es la Huerta de San Vicente, ni siquiera la vega de Granada, pero hoy Fernández Montesinos vive feliz en una coqueta colonia de chalecitos, verdadero oasis en el bullicio madrileño, una tregua cercada por la M-30 pero ajena a las populosas calles que la rodean. El tiempo parece detenerse junto a la puerta verde de la calle Charca Verde, y esa borrachera de paz se acentúa al pasar al pequeño patio de la casa, con sus cipreses, el bambú, un limonero que no da limones, un macasar y una higuera a cuya sombra, en primavera, Fernández-Montesinos se afana por solucionar el crucigrama del Herald Tribune mientras sigue los resultados de su equipo de béisbol favorito, los Dodgers, a los que se aficionó mientras vivía en Nueva York...

Amabilísimo, lleva un jersey inevitablemente verde, y saluda con ese deje granadino que los años en Estados Unidos, en Alemania o sus mil aventuras no han logrado disfrazar. En el salón, una librería repleta de libros de y sobre Lorca recuerda que sí, que estamos con el sobrino del poeta, alma mater de su fundación desde su creación en 1982, su presidente hasta su jubilación en 2006, y actual portavoz de la Comunidad de Herederos de Federico García Lorca. Por desgracia, era tan pequeño cuando mataron al poeta que ni de él ni de su padre guarda recuerdo alguno:

-"No, nada. En el caso de mi tío quizá bultos indestinguibles, gente que subía y bajaba, pero no los podría distinguir, es como una masa gris. Y de mi padre mucho menos, porque lo detuvieron en el ayuntamiento", afirma.

En cualquier caso, la primera pregunta la dicta la actualidad. Tradicionalmente la familia de Lorca siempre se había opuesto a que abrieran la fosa del poeta y ahora, sin embargo, han afirmado que no lo van a impedir... ¿por qué han cambiado de opinión?
-No, no...Yo creo que eso no se ha interpretado bien. Nosotros seguimos oponiéndonos tajantemente a que se remueva la fosa de Federico. Seguimos donde siempre. Esto, nuestra negativa, lo hemos dicho, cantado y bailado cuando no había ninguna posibilidad de que hubiese un acto administrativo forzoso contra el que no nos podemos oponer. Somos seis herederos de Federico García Lorca, tres de nosotros de más de setenta años... ¿cómo nos vamos a enfrentar a una máquina excavadora en esos terrenos! Pero a nosotros eso, y el circo mediático que puede organizarse, nos ponen los pelos de punta. Más aún, piense que en esa fosa hay cuatro cadáveres, uno de ellos sin parientes conocidos, otro al que tampoco quieren desenterrar, los restos de mi tío... Así que en realidad sólo una cuarta parte de los herederos es la que se empeña en sacar esos restos y nos coloca a los demás en esta situación. Y luego hay otra cosa, que va en la manera de ser, y es que la gente piensa que es un oprobio, pero yo creo que ninguno de los herederos de la gente fusilada y metida en una fosa común o en una cuneta deben avergonzarse.

Sin noticias de Garzón
Contundente, explica también que no conoce a Baltasar Garzón, que el juez nunca le ha llamado, pero que ellos no están cruzados de brazos, y que en la actualidad "estamos investigando con profesionales del Derecho exactamente cómo se desarrolla este proceso: estos señores han presentado una petición a Garzón, Garzón dirá si la admite a trámite o no, supongo, y si la admite nos tendrá que dar parte y nos tendrá que dar una oportunidad ante él de darle nuestra opinión. Porque nuestra situación es especial, sobre todo comparada con esos casos de víctimas de la guerra civil en los que no se sabe dónde están o qué les pasó, eso sí hay que averiguarlo. Y en los dos lados".

El sol de otoño atraviesa los cristales mientras Fernández-Montesinos se presta al juego del fotógrafo con docilidad infinita ("¿Qué hago?, Ah, que mire por la ventana, sí, y ¿ahora allí? Si quiere salimos al patio..."). Está feliz y algo inquieto porque dentro de diez días ven la luz sus memorias, Lo que en nosotros vive, finalista del premio Comillas, y él, que siempre se había resistido a airear "los titubeantes pasos y traspiés" que ha dado en su vida, ahora confiesa que al escribirlo se ha reído mucho pero que también muchas veces ha tenido que parar "porque por las lágrimas no veía el ordenador".

Y dice más. Que ha tardado casi tres años en terminarlo, y que si no fuera precisamente por el ordenador tal vez no lo hubiera escrito, "porque tengo una letra infecta que ni yo entiendo al día siguiente de haberla escrito. Casi me molesta físicamente. Tampoco sabía muy bien qué estructura darle, si organizarlo por temas o personas, hasta que me pareció que lo que iba a ser más fácil era adoptar una estructura lineal, aunque, en vez de empezar con mis cuatro años, arranco con las tremendas palabras de mi abuelo en el barco".

-¿Y por qué ahora precisamente?
-Bueno, porque creo que es mi momento, no por lo que me circunda, sino porque he pasado bastante de los 70, y con estas cosas que hay y que hacen que se te vaya la memoria... Lo he hecho no tanto por subrayar mi actividad en los sucesos que narro sino porque hay una serie de gente cuya memoria yo quería perdurar, y seguramente se notará, que ahí estan protagonistas como mi madre, mi abuelo, mi tío don Fernando de los Ríos, y luego estos personajes que de pronto aparecen en la obra, completamente olvidados, pero que forman parte de la historia, como nuestro tío José Luis Roldán, más conocido como el niño de la noche, o el tío Enrique el Cejas, que fue bígamo... son de esas locuras graciosas de los granadinos.

-La verdad es que, con lo fácil que le hubiera resultado naufragar en el rencor, su libro está lleno de ironía...
-Sí, me ha salido así. Por eso, aunque tal vez no sea políticamente correcto, cuando estoy recordando una reuniones subversivas en la España de Franco, de pronto cuento una anécdota erótica. Porque era así. Y luego hay una cosa muy importrante, lo extraño que es la memoria. Hay una canción de estas country, americana, con un título absolutamente genial que explica muy bien mi perplejidad: I forget to remember to forget, "se me olvidó acordarme que debía de olvidarme". Porque hay cosas que uno quiere sacar de ahí pero que se quedan aferradas a la memoria.

JRJ y su mirada sin bondad
-Y no sólo ellos, porque por las páginas del libro se pasean Soledad Ortega...
-Sí, que me consoló una vez tras un accidente casero...

-O Juan Ramón Jiménez...
-...con esa mirada terrible, exenta de bondad. Sí, es que es mi historia. Verá, todo el mundo tiene una novela dentro, no hay nadie que pase anodinamente por la vida, todo el mundo tiene sus tragedias, sus alegrías, sus tremendos fracasos.

-¿Tambien usted?
-Desde luego. Al repasar mi vida me doy cuenta de todos ellos. Fracasé en el college, donde perdí la beca de estudios; al regresar a España, me meten en la cárcel. O lo de intentar poner Mariana Pineda... otro fracaso. Ahí mi hermana y yo perdimos la herencia de mi madre, en el montaje aquel famoso, manteniendo a María Dolores Pradera y a todo el elenco durante casi un año.

-Es curioso, pero en España los teatros oficiales apenas montan obras de Lorca. ¿En qué país tienen más éxito sus obras?
-Por sorprendente que le parezca, en Alemania, aunque quizá sea porque cuenta con una red impresionante de teatros municipales y regionales. Allí de toda la obra de Lorca existen al menos dos traducciones y conviven la versión más arcaica y barroca y la más sencilla y moderna. Las traducciones envejecen aunque la obra no lo haga.

-¿Y queda algún texto inédito de Lorca?
-Ni una brizna.

-Voviendo a sus memorias, ¿cuál ha sido el episodio más difícil, más doloroso, de recordar?
-Bueno, ése lo tenía grabadísimo: la mención de mi padre. Verá, ya en Nueva York me pide un profesor que venga mi padre a hablar con él, porque me han descubierto en el colegio con unas fotos de mujeres desnudas. Era la primera vez en que alguien me imponía pensar de pronto en la sombra de mi padre, adormecida y apartada. Me acuerdo que tardé mucho en escribir el episodio, y no estaba seguro de cómo salía, pero se lo dí a leer a mi mujer y al cabo de un rato vino con lágrimas en los ojos y dijo "estupendo"

-¿Y qué capítulos cree que les hubieran gustado más a "todas las personas cuya ausencia tanto le ha vuelto a doler al escribir el libro"?
-Bueno, hay distintas cosas. Yo creo que, aunque parezca mentira, una de las partes que están mejor explicadas en cuanto a emociones es lo de alumbrar agua en Granada, porque yo tenía ese problema con el agua desde que siendo niño se me anegó mi huertecillo y empezó a entrar el agua en casa de los caseros... A mi abuelo, desde luego, le hubiera gustado. Y creo que a mi padre le hubiera hecho gracia leer que fui elegido diputado. Fíjese que mi padre estaba en la lista para las elecciones, en la lista del Frente Popular, por el PSOE, en un sitio muy bueno, pero como ya entonces había problemas con las listas, y no le encontraban hueco a Pascual Tomás, jefe de la Metalurgia de UGT, quitaron a mi padre para ponerlo, y salió elegido. Si no, lo hubiera hecho mi padre, y nos hubiéramos ido a Madrid.

Más tarde vendría el exilio. Y Nueva York, "mi ciudad, la única a la que pertenezco". Era, sonríe ahora "un niño algo perdido entre dos culturas, dos idiomas, dos mundos", una "flecha sin blanco" que sólo encontró su rumbo "cuando me casé, ya pasada la cincuentena, y, sobre todo, con el nacimiento de mis hijas gemelas".

-Ya en Madrid, de regreso del exilio y mientras estudiaba Derecho, la lucha antifranquista le llevó a la cárcel, con Paco Bustelo. ¿No le sorprenden todos los que hoy presumen de un imaginario pasado heroico?
-Desde luego, porque en realidad éramos pocos: había una cierta complacencia con el régimen, no sólo por el miedo sino porque se aceptaba como una cosa hecha, que la dictadura estaba ahí, como la pobreza o la corrupción, parecía inevitable y se miraba al otro lado, un poco como está ocurriendo ahora en el País Vasco con el terrorismo y con el nacionalismo radical, que ya no sé si es nacionalismo o qué es.

-Usted encabezó la candidatura del PSOE por Granada en las elecciones al senado del 77. ¿Es muy distinto el partido de aquel de Felipe González que surgió del Congreso de Suresnes?
-Hombre... sí, bueno, ha cambiado en su proyección. Entonces éramos unos amateurs, pero ahora ya es una institución, quizá como todo lo que crece, por mastodóntica, lenta, no sé si en parte está perdiendo el contacto con la vida cotidiana. Yo me acuerdo de que nosotros estábamos continuamente en los pueblos... Sí, ha perdido el romanticismo del momento, pero eso es normal. Contra Franco éramos más románticos.

En defensa de la Transición
-¿Y comparte las críticas que se hacen ahora a la Transición?
-No, no, no, en absoluto. Hubo errores y pasos en falso, pero nosotros estábamos muy empeñados en que no se nos confundiera con los otros, porque, a pesar de la propaganda franquista y todo eso del terror rojo, no íbamos a fusilar a nadie. Cuando la gente se metía con Fraga yo decía que ya era de los nuestros, que ya no censuraba nada, que ya no quemaba libros. Ahora, les decía, es cuando efectivamente hemos ganado la guerra. Sí, yo tengo esa satisfacción interna, porque la guerra ha durado cuarenta años, pero la hemos ganado.