Image: Obama: Los sueños de mi  padre. Una historia de raza y herencia

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Letras

Obama: Los sueños de mi padre. Una historia de raza y herencia

Barack Obama. Traducción de Fernando Miranda y Evaristo Páez Rasmussen

30 octubre, 2008 01:00

Barack Obama. Foto: Jim Young / Reuters.

Almed. Granada, 2008. 425 páginas, 22 euros Leer extracto

En aquella aldea de Kenya, habitada por gentes del pueblo luo, nadie había visto nunca al hombre blanco, así es que cuando se supo de la llegada de los británicos a una población cercana todos se mostraron recelosos, salvo un joven que quiso conocerlos. Se llamaba Hussein Onyango Obama y cuando meses más tarde regresó vestido con pantalones, camisa y zapatos provocó burlas y desprecio. Un siglo más tarde, su nieto Barack Hussein Obama está a punto de convertirse en presidente de los Estados Unidos. Como encarnación del sueño americano es difícil encontrar un modelo mejor.

Barack Obama publicó Los sueños de mi padre en 1995, un año antes de que su elección al Senado de Illinois diera inicio a su fulgurante carrera política. De hecho, se trata de un libro que difícilmente habría escrito un político en activo, porque Obama no se presenta como un hombre seguro de sí mismo y capaz de ofrecer a sus conciudadanos una solución a sus problemas, sino como alguien que se busca a sí mismo. Para encontrar al Obama político el lector debe dirigirse a su segundo libro, La audacia de la esperanza, publicado cuando ya era senador de los Estados Unidos. Los sueños de mi padre es en cambio la historia de un joven que trata de encontrar su propio camino y ansía arraigar en una comunidad que pueda considerar suya. Ese sentimiento de pertenencia no le podía venir directamente de su entorno familiar, que resultaba insólitamente complejo. Su padre, un africano de piel negrísima nacido en Kenya, se casó con su madre, una americana blanquísima nacida en Kansas, al poco de conocerse en Hawai, donde la familia de Ann se había asentado en busca de una prosperidad que nunca llegó del todo y Barack padre estudiaba en la universidad con ayuda de una beca. Poco después se separaron. él volvió a Kenya y ella marchó con su hijo a Indonesia, el país de su segundo marido. Luego, cuando tenía diez años, Ann le envió de vuelta con sus abuelos a Honolulu, para que recibiera una educación americana.

La primera parte de Los sueños de mi padre evoca esos primeros años de su vida, en los que Barack Obama no sufrió discriminación racial alguna, pero hubo de enfrentarse a problemas de identidad. Ser uno de los pocos alumnos negros en un colegio de elite era ya una situación bastante peculiar, pero si además se daba el caso de que los abuelos eran blancos todo resultaba más insólito. En la difícil etapa de la adolescencia Barack se inició en el alcohol y las drogas, pero evitó el proceso autodestructivo de algunos de sus amigos, caídos en la trampa de afirmar su identidad juvenil negra a través de un rechazo de todas las normas convencionales de comportamiento. Luego, durante sus primeros años de universidad en Los Angeles, simpatizó con el radicalismo negro, pero sin integrarse del todo en el movimiento.

Todo esto lo narra Obama mediante la reconstrucción de determinadas escenas que quedaron grabadas en su memoria, con una técnica similar a la de un novelista. Los sucesivos ambientes en que se formó su personalidad, primero en Yakarta, luego en Honolulu y más tarde en Los ángeles, están bien trazados y la sensación que provoca su protagonista es la de alguien que siempre mantiene una distancia respecto a los que le rodean, que nunca asume del todo un papel definido. No podía ser un niño indonesio, evitó que colocarse con la marihuana y la cerveza fuera el centro de su vida, no se convirtió en un activista radical y tampoco optó por olvidarse de su negritud para integrarse sin más en la próspera clase media americana.

Tras licenciarse en Ciencias Políticas por la Universidad de Columbia trabajó un par de años en el mundo de los negocios de Nueva York, en el que podría haber hecho una brillante carrera. Renunció sin embargo a ello para trabajar como responsable de un proyecto comunitario en los barrios pobres del sur de Chicago, poblados mayoritariamente por negros. Esa decisión, que terminaría por conducir a Obama a hacer carrera política en Illinois, es muy reveladora. Quiso vivir en una de las grandes comunidades urbanas negras de América y contribuir a que se interrumpiera la espiral de degradación que se padecía un uno de sus barrios.

Es el tema que se aborda en la segunda parte de Los sueños de mi padre, en la que de nuevo encontramos a un Obama que no encajaba del todo en su entorno. En su trabajo como organizador de iniciativas a favor del barrio tenía éxito, pero no se sentía satisfecho, porque los logros que iba obteniendo eran siempre parciales. Los vecinos que colaboraban con él eran conscientes de que venía de fuera y algunos no terminaban de entender porqué había optado por ese trabajo, renunciando a empleos más rentables. Obama no compartía tampoco la fe religiosa que era el principal estímulo de quienes trabajaban por la comunidad, que se estructuraba en torno a las parroquias, católicas o protestantes. Hasta que un día se le saltaron las lágrimas durante un sermón del reverendo Wright, de quien tanto se ha hablado, y no precisamente bien, este año.

En su descripción de los problemas sociales en el sur del Chicago, que vivió durante sus tres años como organizador comunitario, Obama no puede estar más lejos del tópico discurso de un agitador político: no hay diagnósticos simplistas, ni culpables obvios, ni soluciones fáciles. Hay el drama cotidiano de familias abandonadas por el padre, de chicos que se tuercen, de comunidades que pierden la capacidad de autorregularse, de gestores que renuncian a cambiar las cosas. No era un panorama halagöeño y Obama se alejó de allí por un tiempo para doctorarse en Derecho en uno de los más prestigiosos centros de estudios jurídicos de América, la Harvard Law School. Era una decisión que la mayoría de sus amigos del barrio comprendieron y que le abría las puertas del éxito profesional.

Harvard le aceptó en la primavera de 1988 y ese verano Barack Hussein Obama emprendió un viaje en busca de sus orígenes. Pasó unas semanas en Kenya en compañía de sus numerosos parientes y visitó la aldea luo en que, junto a la casa de su abuela, se hallan las tumbas de su padre Barack y su abuelo Onyango. Supo que su padre había sido un hombre brillante que al final había fracasado por no ser capaz de adaptarse a la corrupta política de su país, que no había sido un modelo de marido con sus sucesivas o quizá simultáneas esposas, ni tampoco un buen padre para sus hijos africanos. Supo que su abuelo, un hombre inteligente y emprendedor, había sido un padre de familia tiránico y que lejos de ser un defensor de la identidad africana, había tenido éxito porque había sabido servir a los blancos. El reencuentro con sus orígenes tuvo un sabor agridulce pero en definitiva le dio fuerza para realizar sus sueños, algo que su padre no logró.

Si, como es previsible, Obama es elegido presidente de los Estados Unidos, la historia le juzgará no por quien es, sino por lo que logre hacer. Sin embargo su propia elección representará ya un hito histórico. Un gran país, que sigue siendo esa ciudad en la colina a la que todos miran, habrá elegido como líder al hijo de un africano, a un hombre cuyo color le habría cerrado todas las puertas hace no muchos años. ése el tipo de ejemplos que necesita un mundo al que las fuerzas de la globalización empujan hacia la integración, pero en el que fanáticos religiosos, nacionalistas obtusos, racistas y xenófobos de toda laya se esfuerzan por poner puertas al campo.

Los otros libros de las elecciones. La pugna entre Obama y McCain llega a las librerías españolas

El senador afroamericano de Illinois protagoniza la producción ensayística sobre las elecciones estadounidenses también en España. Además del libro que reseñamos, el lector podrá encontrar en las librerías La fe de Barack Obama, de Stephen Mansfield (Nowtilus), donde se degusta la mixtura de creencias católicas e ideales progresistas del candidato como reflejo de la más tolerante versión de la religiosidad de su país. Los "elefantes" republicanos, a su vez, reparten su protagonismo entre las obras dedicadas al presidente saliente, el denostado George W. Bush y el aspirante John McCain. Sobre el inquilino actual de la Casa Blanca destacan La oca del señor Bush, de Lluis Bassets (Península), virulenta crítica del desorden mundial impulsado desde Washington, Tres presidentes, de Zbigniev Brzezinski (Paidós), sucinto estudio de los últimos 16 años de gobierno protagonizados por los apellidos Bush / Clinton, y La tragedia Bush, de Jacob Weisberg (RBA), un catálogo de sus ideas, relaciones e influencias. "Maca", como ha bautizado cariñosamente la prensa al héroe de guerra republicano, desvela su ambigua personalidad en ¿Quién es John McCain?, de Fernando Alonso Barahona (Ciudadela). Regresa, cómo no, el inevitable Michael Moore, con un esbozo paródico del sistema electoral titulado Mike for president (Temas de hoy). A destacar ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los conservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, de Thomas Frank (Acuarela & Antonio Machado), una lúcida y penetrante autopsia del alma conservadora de los Estados Unidos que merecerá próximamente una crítica más extensa.