J. M. G. Le Clezio. Foto: Olivier Laban

J. M. G. Le Clezio. Foto: Olivier Laban

Letras

Urania

27 noviembre, 2008 01:00

J. M. G. Le ClézioTraducción de Ariel Dilon. Cuenco de Plata, 2008. 272 páginas. 19,95 €

En vísperas de la ceremonia de entrega de los premios Nobel de este año, hay que reconocer que la noticia de que JMG Le Clézio (Niza, 1940) era el ganador del de Literatura 2008 nos cogió a todos por sorpresa. Sí resultaba predecible que, tras la elección del extraordinario novelista turco Orhan Pamuk en 2006, vendrían años de reparto, en turno pacífico, entre las diversas áreas lingöísticas. El año pasado empezó la ronda con el inglés (Doris Lessing), y ahora ha sido el turno del francés… Es la ley de las compensaciones, aunque los lectores de habla hispánica sigamos llevando malque Vargas Llosa o Carlos Fuentes no lo reciban, por cuanto significan para las culturas hispánicas y para la literatura universal. Tampoco la obra de Le Clézio cuadra con la prototípica de un ganador del Nobel de Literatura, que debe ser un artista capaz de añadir una visión innovadora que permita comprender mejor nuestro mundo. Cervantes lo consiguió al equiparar el poder de la imaginación del hidalgo con el de la razón descartiana.

Con todo, Le Clézio merece aprecio y admiración, aunque Urania, su última novela traducida al castellano, tienda a ilustrar una verdad en vez de buscarla durante el relato, cuyo centro de valores se halla en esta frase: “Me parecía adecuada a mis convicciones, a mi fe en la comunidad del reservorio genético humano.” (pág. 248). Ese valor universal, la igualdad entre los hombres, guía su vida y sus creaciones, y resulta el punto de partida y de llegada de Urania. Es más, el relato manifiesta el propósito de ofrecer una manera diferente de entender los efectos negativos de la globalización, como la opresión. Una opresión que se ceba en los indígenas, las mujeres maltratadas, los ancianos sin recursos, los niños enfermos, las víctimas de la explotación tercermundista…

Le Clezió irrumpió en las letras cuando tenía apenas veintitrés años, con la publicación de su novela El proceso verbal (1963), que conquistó el premio Renaudot. A finales de los setenta acudió a México y estudió maya y náhuatl. Desde ese momento, su interés por las culturas indígenas se convertirá en una preocupación permanente.

Urania, que da buena cuenta de ese interés, es la historia de Daniel Sillitoe, un geógrafo francés que acude a un instituto de investigación indígena en el centro de México. En el camino conocerá a Raphäel, un joven que habita en una granja donde viven una vida utópica hombres y mujeres, unidos por la creencia de lo importante que resulta ponerse en contacto con la verdad. Daniel conocerá también a un grupo de antropólogos, de historiadores, estudiosos del pasado indígena de México, que ya han perdido la inocencia: algunos viven en ostentosas casas burguesas, y entre ellos se desatan luchas por alcanzar la jefatura del instituto.

Otra línea argumental explora con extraordinario acierto la pobreza de la región, de cuantos viven sometidos a la codicia de los ricos. Por un lado, quienes trabajan en la fresa, que fabrican las mermeladas para el consumo en los hogares norteamericanos. Junto a ellos, los poderosos de la región se enriquecen con la especulación de terrenos. La miseria y la opresión vienen representadas por seres como Lilí, una joven prostituta que huye al Norte. Aparecen también antiguos revolucionarios, a lo Che, que acabarán desperdigados por universidades o conduciendo taxis.

La utopía, la posibilidad de encontrar otro camino hacia el encuentro de la verdad, lo encarnan unos personajes que apenas conocemos a través de unas pinceladas. Le Clézio consigue dar forma y credibilidad a ese mundo invisible. Por eso, el Premio Nobel sí reconoce en este caso un empeño novelístico noble y original, que nos obliga a reflexionar nuestra falta de compromiso con el mundo retratado en esta novela.