La España de Larra
El escritor, y su triste final, encarnan mejor que nadie ese país mísero y gris, sin rumbo en la política interior, irrelevante y sin recursos en la política exterior y ajeno a los vientos de progreso que comenzaban a soplar en Europa y América
20 marzo, 2009 01:00En la ya de por sí convulsa Historia de España, el siglo XIX es probablemente el más “alterado”. Esta centuria, iniciada con la derrota de Trafalgar el 21 de noviembre de 1805 y las ruinas de la guerra de la Independencia, y finalizada con el desastre del 98, contempló guerras independentistas en las colonias, guerras civiles —las carlistas—, pronunciamientos militares, golpes de Estado, revueltas sociales, revoluciones, restauraciones y cambios de sistema y de modelo político. Buena parte de los grandes males de España en el siglo XIX, que se seguirán arrastrando en el siglo XX, arrancan del gobierno de Fernando VII (1808/1814-1833), sin duda alguna el peor monarca de la historia de España.
Durante los años en los que Mariano José de Larra escribe su obra literaria y periodística (1827-1837), España atraviesa una dificilísima situación política, social, económica y cultural. Hijo de exiliado (el padre de Larra fue un afrancesado que sirvió como cirujano en el ejército de José I Bonaparte) y exiliado él mismo siendo un niño, no regresó a España hasta 1818 con nueve años de edad.
Víctimas del absolutismo
Testigo desolado de los males de su tierra y de su tiempo, la obra de El pobrecito hablador, uno de sus seudónimos, es un fiel reflejo de una España mísera, sin horizonte y sujeta a la dictadura de un régimen absolutista en el que la monarquía, la nobleza, las grandes fortunas, la Iglesia y buena parte del ejército sólo atendían a sus intereses de clase y a sus privilegios de casta. El intento de reconducir al país por la senda del liberalismo había sido liquidado el año 1823, y se había reinstaurado la censura de prensa y el régimen señorial, dando comienzo a la llamada Década ominosa. La muerte de Fernando VII en 1833 abocó a España a una guerra civil, la primera Guerra Carlista, durante la cual moriría Larra.
Así, la España en la que vive Mariano José de Larra es la del absolutismo de los últimos años del reinado de Fernando VII y los primeros del de la niña Isabel II, marcados por la guerra civil.
En medio de todo ello, con Larra como espectador privilegiado desde su observatorio periodístico madrileño, España se embarcó en una gigantesca transformación administrativa a partir de una nueva organización territorial basada en la división en provincias y en un nuevo reparto de la propiedad agrícola a partir de los diversos procesos desamortizadores.
Fracaso de la desamortización
Larra vivió intensamente las convulsiones de esta época a la vez que su propia vida personal y sentimental no dejaba de ser una convulsión constante. Comprometido con su país, dolido por el retraso, la falta de libertades y la corrupción, intentó mejorar España, primero con su pluma, ejerciendo en sus artículos periodísticos una crítica mordaz, irónica e inteligente, para participar incluso en política, pues fue elegido diputado en el año 1836, aunque no llegó a tomar posesión de su escaño.
Preocupado por la situación de España, Larra apoyó en principio los decretos de modernización del ministro Mendizábal, pero en su último año de vida percibió que las tierras desamortizadas a la Iglesia caían en manos de los terratenientes y no de los campesinos, y que en lugar de solucionar la crítica situación económica, en realidad se estaba contribuyendo a aumentar la injusticia y las desigualdades sociales.
Desgraciadamente, era evidente que los egoístas dirigentes españoles no estaban para grandes gestas nacionales: la clase política, corrupta y asentada en sus privilegios, no pensaba en otra cosa que ocupar el poder como fuera; el ejército estaba más preocupado de someter a los españoles que de defender el país; y la Iglesia, expropiadas parte de sus posesiones, no tenía otra ambición que controlar los espíritus de sus fieles para sostener al absolutismo político.
Destartalado y en ruinas
La España de Larra es un país agotado y sin rumbo en la política interior, irrelevante y sin recursos en la política exterior y encastrado en pugnas internas autodestructivas, ajeno a los vientos de progreso que comenzaban a soplar en otros países de Europa y de América.
Larra contempla, en un acelerado tránsito de la ironía de sus primeros artículos al pesimismo del final de su vida, un país enfrascado en disputas estériles entre liberales y absolutistas, carlistas e isabelinos, potentados avariciosos y humildes y resignadas gentes del pueblo, clérigos trabucaires e intelectuales abatidos. En 1837, y pese a la brisa de modernización que se atisbaba desde algunos gabinetes de la Administración, España se halla sumida en una tremenda decepción política y social, en donde los nuevos románticos irrumpen con voces pesarosas y lamentos desconsolados.
Larra encarna mejor que nadie esa época de España, una España miserable, oscura, gris, destartalada y en ruinas; un país arrumbado y sumido en el más profundo abatimiento en el que ni siquiera se atisbaba el consuelo de la dulzura que a veces provoca una cierta forma de melancolía. Fígaro, otro de sus seudónimos, se suicidó en Madrid el 13 de febrero de 1837; dicen que desesperado por su azarosa vida sentimental, tal vez, pero sin duda también dolido por la herida que estaba desgarrando a España.