Image: Muerte en la clínica privada

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Letras

Muerte en la clínica privada

P. D. James

10 julio, 2009 02:00

P. D. James

Traducción de Juan Soler. Ediciones B. Barcelona, 2009. 464 páginas, 20 euros


La popularidad y riqueza de la narrativa inglesa se debe a la destreza con que históricamente satisface los deseos del público, ofreciéndole una mezcla equilibrada de alta literatura con libros de entretenimiento. Los editores saben que los lectores son omnívoros culturales y que tan escritoras son Agatha Christie como Jane Austen, pues lo que las distingue es la ocasión para la que el lector disfrute un libro de una o de otra. Nuestra autora de hoy, quizás una de las novelistas más originales del último medio siglo, mezcla ambas tendencias, la riqueza y profundidad de mirada hacia los asuntos humanos de la gran narrativa y una presentación de los mismos en una elaborada forma procedente de las novelas policíacas.

La propia biografía de P. D. (Phyllis Dorothy) James (Oxford, 1920) se lee cómo la historia novelada de una mujer de la clase alta británica del pasado siglo cuya carrera profesional conoce solamente cimas, pues ha sido gobernadora de la BBC y presidenta del premio Booker, por nombrar dos de sus incontables puestos, y saltándome el resto de los laureles. Su éxito social fue coronado con la concesión del título de Baronesa de Holland Park en 1983. Es precisamente este protagonismo en la vida socio-política británica lo que le permite tener un profundísimo conocimiento de la misma, y sus textos se benefician de tal circunstancia, como notamos al leer sus numerosos y agudos comentarios sobre la sociedad presente. P.D. James enuncia en sus textos, y casi de una manera subliminal, las quejas de la ciudadanía contra los políticos actuales, tan alejados de sus votantes. Así, en Muerte en la clínica privada introduce solapadamente la franca desilusión de los jubilados ingleses, que lucharon en la última guerra mundial, reconstruyendo el país, sus industrias y vida civil, y que en el presente apenas tienen dinero para sobrevivir, y subsisten en vecindades degradadas que les resultan ajenas, violentas, rebosantes de extranjeros. Si ellos les miran con un mínimo de recelo por sus velos y atuendos, les tacharán enseguida de racistas. O lo referente a la educación universitaria, la desidia con la que los estudios de humanidades están siendo desmontados y sustituidos por cómicas combinaciones, como teología y medios de comunicación.

El silencio guardado por quien muchos consideran la reina de la novela de crimen inglesa ha durado diez años, aunque mereció la pena esperar a su última entrega, donde encontramos incluso al mismo inspector Adam Dalgliesh a quien conocemos desde su novela debut Cubridle el rostro (1961). Muerte en la clínica privada ofrece un texto típico de su autora. Las novelas de crimen suelen ser obras en las que el narrador cuenta de una manera eficiente con el propósito de acelerar las pulsaciones y el interés del lector, que nos mantienen alertas pero tranquilos, sabiendo que al final el malo pagará. Las mejores novelas de crimen, como las de P.D. James, ofrecen una variante sustancial: lo importante no es tanto descubrir a los culpables como desvelar la riqueza del mundillo que rodea al crimen, y las implicaciones de los personajes envueltos en el caso.

De ahí que el texto de la novela de crimen de calidad, en vez de ir directa a presentar los hechos, nos prepara, haciendo una cuidadosa presentación de los implicados. En este caso se trata del asesinato de la famosa periodista Rhoda Gradwyn, quien acude a una clínica privada, situada en la espectacular mansión Cheverell Manor, donde opera el renombrado cirujano plástico George Chandler-Powell, para que le quiten una cicatriz, causada por el maltrato paterno durante la infancia. Gradwyn acaba de cumplir 47 años. Sabremos enseguida cómo el doctor llegó a aficionarse por este tipo de mansiones, gracias a su abuelo, de quien heredó el gusto por el lujo y una pequeña fortuna.

El narrador cuenta con minuciosidad la biografía de los personajes relacionados por el entramado ficticio. Comenzamos con la periodista misma, la triste vida de sus padres, la violenta borrachera de su progenitor que causó el corte en la mejilla, la muerte del padre, luego incluso la veremos yendo a las segundas nupcias de la madre con un viudo sesentón. Sabremos de su amante, de su vida, del gusto por el orden. Lo mismo ocurre con el resto de los empleados de la clínica. Nos comentará en detalle hasta la vida de los cocineros, una pareja que trabajaba en un buen restaurante, pero que se convirtieron en los cocineros de la clínica cuando el dueño decidió despedir a la mujer, Kimberly, lo que hace que el marido esté satisfecho y frustrado, porque su carrera de chef quedó truncada. Así con cada uno de los personajes.

Quiere esto decir que cuando se descubra el cadáver de la periodista en su habitación al día siguiente de una satisfactoria operación, no podremos utilizar a los personajes como cartas, ni después de barajar un poco acabaremos por descubrir al culpable. Muy al contrario, los personajes son tan complejos que fácilmente, a través de sus frustraciones, vamos encontrando un denominador común. Incluso cuando el famoso detective Adam Dalgliesh se presenta en un marco diferente, unido a una pareja distinta, Emma, yendo a visitar al padre de la misma. Estando de visita recibe la llamada urgente que le comunica el crimen ocurrido en la clínica y la orden de encargarse del caso. El que sea él un comandante de Scotland Yard advierte de que el asunto goza de prioridad política, porque en otro caso la investigación hubiera sido encomendada a la policía local. Sabremos asimismo los detalles de la vida de sus asistentes en la investigación, Kate Miskin, de raíces familiares modestas, y el inglés de origen indio, Francis Benton-Smith.

Un segundo cadáver viene a enredar las cosas, hasta que llega el desenlace, cuando las investigaciones descubren los secretos oscuros de las personas, los testamentos, los resentimientos, todo el arsenal oscuro del corazón humano, que P.D. James sabe ir presentándonos con talento. Al final los crímenes quedan resueltos de forma satisfactoria e inesperada. La autora es una maestra del género, pero su verdadero talento reside menos en mantener la intriga que en ahondar en las personalidades humanas.

Muerte en la clínica privada resulta una brillante tela de araña de relaciones personales. Lo extraordinario es que permite al lector descubrir, guiado por la sabia pluma de la autora, sentires desconocidos. Sin embargo, a este lector y en este momento concreto, las novelas de P. D. James le recuerdan algo que olvidamos con frecuencia: la riqueza de la humanidad, manifiesta en la variedad de maneras posibles de ser persona individual, distinta a otros, en una sociedad que ofrece uniformes iguales para todos.

Así comienza Muerte en la clínica...

El 21 de noviembre, el día que cumplía cuarenta y siete años, tres semanas y dos días antes de ser asesinada, Rhoda Gradwyn fue a Harley Street a una primera cita con su cirujano plástico y allí, en un consultorio diseñado, al parecer, para inspirar confianza y disipar aprensiones, tomó la decisión que la conduciría inexorablemente a la muerte. Más tarde ese mismo día almorzaría en el Ivy. La hora de las dos citas era fortuita. El señor Chandler-Powell no podía asignarle una hora más temprana. [...] Sabía que era una periodista respetada, incluso distinguida, pero no se imaginaba precisamente aparecer en la lista del Times de los personajes VIP que cumplen años.