Letras

Siete maneras de matar a un gato

Matías Néspolo

17 julio, 2009 02:00

Libros del Lince, 2009. 220 pp., 18 euros

Ismael, el narrador de Moby Dick, volvió para contarlo. Eso nos narra, al menos, Melville en su clásica novela, y los lectores le creemos porque sin él nada tendríamos del capitán Ahab: ni su historia, ni su locura, ni su enseñanza, qué terrible. El protagonista y narrador de Siete maneras de matar a un gato, sin embargo, no se lo traga "porque el que de verdad vio algo acabó con un tiro en la cabeza, la palmó de sobredosis o ahora está en el loquero" (pág. 176). Esa distorsión con respecto a la vida real termina por alejarle de la lectura y hacerle caer en otro mundo: ni más ni menos que el suyo, aquél del que el único libro que leyó en su vida pudo acaso redimirle. Uno demasiado cruel para no tener alguna vez la tentación de escapar de él por cualquier salida disponible.

Matías Néspolo (Buenos Aires, 1975) ha escogido para su debut como novelista una historia contundente como un balazo, que se lee sin aliento. Los personajes de los barrios marginales bonaerenses conforman una suerte de escenario de la desesperanza: aquí no hay redención posible. Ni el amor de una bella joven e inocente, Yanina, ni la lectura de Moby Dick, sirven de asideros para evitar la atracción del abismo de la realidad. ésta termina por engullir a todos, incluso a los que merecían salvarse, como Chueco, el narrador-protagonista.

La magnífica novela de Néspolo, que evoca a los cuentos de colorista ambientación local de Borges, narra tres iniciaciones a un tiempo: la del amor, la de la literatura y la de la violencia. Las tres convergen sobre Chueco, un joven singularizado en ese entorno donde todos terminan por sentirse -y comportarse- "como un animal al que no le abren la jaula" (pág. 50) y donde todos se convierten en víctimas. Y un guiño para lectores: cuando todo va a comenzar pero en realidad todo está perdido, la historia acaba. Lo mismo que sucede en el estupendo relato borgiano El Sur.

De referencia obligada es el lenguaje, pieza angular de una ambientación popular que no podría expresarse en un lenguaje académico. Así, el lunfardo nos transporta a un mundo donde la vida se resuelve a navajazos, y lo hace con tal agilidad y verismo que el lector no debería asustarse: la contundencia de la historia tiene fuerza de arrastre. Por si acaso, los editores han añadido un diccionario al final del libro, de modo que los que no saben qué es un quilombo o un cafisho, ahora lo tienen fácil.

En suma, literatura de alto voltaje. Y un debut prometedor.