Image: Eduardo Mendoza

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Letras

Eduardo Mendoza: "No voy a repetir novelas de risa. Quiero hacer algo nuevo"

16 octubre, 2009 00:00

Eduardo Mendoza en el salón de su casa. Foto: Santi Cogolludo

Sonríe con timidez pero sin temor al fotógrafo, mientras un retrato suyo de tamaño casi natural le mira burlón, escondido junto al sofá. No rehúye ningún tema, ni el Nobel a Obama (“¡vaya tontería!”), ni el escándalo del Palau, ni el nacionalismo o el fútbol, que considera “el relato épico de nuestros días”. En la mesa, frente a un televisor que está deseando jubilar “para poder comprarme un plasma, pero no hay manera”, le aguarda The murder room, de P. D. James . A la vista, en cambio, no parece haber ningún ejemplar de Tres vidas de santos (Seix Barral), su último libro, tres relatos con los que dice que ha vuelto a jugársela, "con lo fácil que hubiera sido escribir otra de mis novelas de humor". Quienes dicen que Mendoza es enfermizamente tímido y parco en palabras, casi telegráfico,no han tenido la suerte de conversar con él en su salón: entonces se desborda, lenguaraz y divertido, se pierde en mil anécdotas y gesticula, sonriente. Para empezar, descubre que los tres relatos que componen el libro fueron escritos en momentos muy distintos, pero que se resistía a publicar, sobre todo el tercero, porque “tiene todo lo que he reprobado siempre en literatura, es decir, es teoría y es discursivo”. Pero no ha podido evitarlo: “verá, es que llevo mucho tiempo reflexionando sobre la ansiedad que parece dominar estos tiempos inciertos para la literatura. Porque todos los años me preguntan qué hay que leer en verano, por ejemplo, o cómo seleccionar entre 70.000 novedades... Y hay que romper ese discurso”. -¿Así que comparte las opiniones del protagonista, que considera Rayuela, de Cortázar, una “fantasmada”? -Bueno, si las opiniones las diera yo las matizaría, pero me gusta mucho ponerlas en boca de alguien que es contundente: lo que dice de Henry James, de Proust, de Cortázar... Soy tan estúpido que se me ocurrió decir en Buenos Aires, hace unos veinticinco años, que se estaban equivocando porque despreciaban a Borges por razones políticas, reales o atribuidas, y en cambio estaban poniendo por las nubes a Cortázar. Les dije: Cortázar pinchará, y Borges cada día escribirá mejor. Y el tiempo me ha dado la razón: Borges, que es un disparate, nos ha dado todas las metáforas que estamos utilizando en este milenio, y de Cortázar no queda nada, un París polvoriento y bohemio, su intelectualismo. Es un buen escritor, claro, pero es que yo sólo me peleo con los talentos, no pego a los niños.
"El tiempo me ha dado la razón: Borges, que es un disparate, nos ha dado todas las metáforas que estamos utilizando, y de Cortázar no queda nada, un París polvoriento y bohemio"
Confiesa Mendoza que las vidas de los santos le fascinan desde niño, “porque son destinos insólitos pero posibles, que no requieren un talento singular”. Por eso no le sorprende que Ernesto Caballero, por ejemplo, esté preparando con García May e Ignacio del Moral una función sobre ellos. “Claro, es que no son dioses ni semidioses, sino pobres desgraciados a los que les toca dar testimonio de algo que no saben lo que es y que no siempre entienden. Me gustaría hacer un día una antología de santos curiosos”. -¿Por qué ha reunido tres relatos escritos en momentos tan distintos de su vida? -No sé, como le decía antes cuando acabé el tercero no quería publicarlo, pero tampoco entendía por qué lo había escrito... luego encontré el de enmedio, y pensé lo mismo, así que rehice el primero, el más antiguo, y los pasé a mis asesores de imagen, que son Pere Gimferrer, y todos los demás, Balcells, Elena Ramírez. Quise publicarlos porque hasta que no están impresos no los has terminado, y a mí me gusta hacer lo que no se espera de mí. -¿Por eso no ha vuelto a escribir novelas como El laberinto de las aceitunas o La verdad sobre el caso Savolta? -Desde luego. Hace poco estuve en Polonia, donde soy un best seller pero sólo por mis novelas de risa, y entonces me preguntaban sin cesar por qué decidía, de vez en cuando, escribir cosas larguísimas, pesadísimas, que no tienen ningún interés, y pensé, claro, tienen razón, que si sacase cada año una de risa me forraría, y mis editores y los lectores y mi agente estarían contentísimos. Y no lo voy a hacer porque no me da la gana, porque quiero hacer lo que no he hecho. Ahora no sé lo qué va a pasar, no sé si me van a decir muy bien o muy mal, pero hay que estar siempre apostando por algo nuevo. "Nos domina la desconfianza" Por eso, insiste, también es nuevo el objetivo de su último relato, que en realidad es el viaje: “un discurso muy actual. He observado que el referente constante de nuestro tiempo hoy es la Odisea. Ya no creemos en los puertos pero sí en el viaje, y claro, la desconfianza es lo que nos domina, en la cultura pero también en la política, la ciencia, la economía...” -¿Algún tópico sobre la literatura que le resulta cercano? -Quizá el de escribir para que te quieran, porque creo que hay que ser humildes, aunque básicamente uno escribe porque quiere escribir. ¿Para quién? Para el libro, para que quede bien. Yo en realidad escribo para justificar mi presencia en el mundo. Puedo haberlo hecho mal todo en esta vida, pero, no sé, tal vez en el último momento recordar que Sin noticias de Gurb o El laberinto... entretuvieron a varios enfermos... eso quizá me salve, y que me digan que pase... y que les dedique un libro. -No sé si comparte la imagen que da uno de los personajes del libro de nuestra cultura, “anémica”, “nutrida de trivialidades y modas pasajeras”... -Algo de eso hay en la vida cultural pública, no sólo a nivel institucional de las autoridades que tienen que cortar la cinta de las cosas más banales, sino del mundo cultural. Vas a ver las novedades literarias y te encuentras dos sectas milenarias, tres cosas sobre la guerra civil y ahí se acabó todo. Así nos va. El otro día un editor me enseñó un libro que le habían enviado y por el que le pedían un millón de dólares como anticipo. Imagine: una mujer que no sabe que es descendiente de Sansón, tiene visión de rayos x, va a una escuela de magia y se enamora de un vampiro. ¿Imagina lo que habría que vender para amortizar ese millón de dólares, lo que costaría invitar a croquetas a todos los libreros para que lo pongan en escaparates, que ahora están todos así? (y abre los brazos como si abrazara a una imaginaria ballena, entre risas).
"El fútbol es hoy una bendición, es el punto donde nos encontramos todos. Entras en un taxi, hablas de Messi y tienes un amigo antes de cerrar la puerta"
De todas formas, lo que sí reconoce Mendoza es que el vivir en su ciudad natal, en Barcelona, es un problema, porque a duras penas puede evitar las distracciones de una intensa vida social y literaria. Por eso pasea en busca de otro nido en una ciudad europea en la que estudió hace años. Porque no para: le piden artículos, conferencias, le consultan tesis sobre su obra que acaban siendo, en general, “insufribles, de una falta de originalidad sorprendente. Una tesis es una aberración, una especie de gimnasia enloquecida en la que hay que hacer de todo menos leer, y abarrotarlo todo de esquemas y mucho Lacan.” Sabe de lo que habla porque Mendoza, además de escritor, intérprete y viajero, fue profesor universitario. Una educación deshecha -¿Está la educación tan mal como nos la pintan? -La verdad es que la educación esta deshecha, pero no sé en qué momento no lo ha estado. Cuando yo estudiaba, tenía que memorizar una sarta increíble de disparates. Además, hay un nivel científico muy alto entre la gente joven. El aumento del presupuesto para investigación de hace unos años ha hecho que esté saliendo gente muy joven y valiosa. -O que saliera, porque parece que los presupuestos de investigación van a bajar también, como los de Cultura... -Me temo que hay que subvencionar la cultura en algún momento de su crecimiento, darle un complejo vitamínico extra, como a los niños, pero es muy difícil saber cuánto, cuándo, a quién, en qué etapa, o si el Prado necesita ayuda... bueno, seguro que sí. -Pero las subvenciones al cine no descienden... -No sé cómo está el cine español. Yo creo que está mal, pero como el del mundo entero, porque ya no hay cine, sólo series de televisión.
"Todo lo que sea mover dinero fomenta la caradura, el amiguismo, lo peor de cada casa, pero me resisto a pensar que sólo es una fuente de chanchullos"
-Por cierto, ¿a usted le gustan las películas basadas en sus libros o las sufre como Marsé? -La verdad es que no, no creo que se haya hecho una película buena de un libro mío, tal vez por exceso de respeto y por no haber sabido traicionar el libro y aprovechar el impulso de las palabras. Volviendo a las subvenciones, creo que todo lo que sea mover dinero fomenta la caradura, el amiguismo, lo peor de cada casa, pero me resisto a pensar que sólo es una fuente de chanchullos. No sé, yo soy hombre de teatro y lo veo muy desprotegido, y poco y muy mal subvencionado. Se ve que lo del teatro le toca muy hondo, porque se ha volcado en él en los últimos tiempos, dice que por la “novedad. De todos los géneros narrativos, cine, TV, novela, el teatro es el que tiene más vitalidad. Me gusta mucho, es peligroso, emocionante, a veces aburridísimo, pero siempre irrepetible”. ¿Lo último que ha visto y le ha gustado? “Urtáin, a pesar de las pegas que le veo al espectáculo”. -¿La frivolidad es un buen remedio, incluso en literatura, contra la crisis? -Más que de crisis, yo hablaría de desconcierto. Cuando era pequeño se sabía lo que tenía que leer cada uno, estaba clarísimo, y qué era la literatura también. Hoy el desconcierto es total, pero es consecuencia de la libertad de expresión, y que permite recibir todas las opiniones, incluso las más contradictorias. Lo de los periódicos es curiosísimo: no hay dos periódicos que te cuenten lo mismo; no es que opinen de forma distinta sino que los hechos que narran también lo son. Al final acaban siendo una fusión entre lo que piensa el dueño, el director, el partido al que parece que apoyaba pero ya no. Y ya no sabes qué estás leyendo. Así que la gente sale corriendo a comprasre lo que lee en los aviones... -...que es -...prensa deportiva. Los deportistas, sobre todo los futbolistas, son los santos de nuestros días, y las páginas deportivas, el relato contemporáneo por excelencia. Hoy nadie quiere leer nada sobre Caperucita, que nos trae sin cuidado, o de un lobo feroz. Queremos que nos cuenten ese relato épico por excelencia, heroico, y por capítulos, que es el fútbol. El fútbol es hoy una bendición, es el punto donde nos encontramos todos. Entras en un taxi, hablas de Messi y tienes un amigo antes de cerrar la puerta. En el fútbol encuentras la historia del patito feo (ese niño que no puede crecer y acaba siendo el mejor jugador del mundo); el Príncipe Valiente, el negro retorcido pero luchador, el que se pierde en la mala vida... Cuando estoy cansado de leer pongo la televisión para embrutecerme, y si hay un partido me quedo, porque siempre está pasando algo. Lo del ebook no le preocupa todavía, pero sí la piratería que puede generar: “Sí, vamos a perder mucho dinero, porque va a pasar como con los dvds y los discos, que todos se lo bajarán de internet”. Más doloroso le resulta en realidad su enfrentamiento con el nacionalismo exacerbado. Se remueve incómodo en el sillón al recordar la polémica que le niega como escritor catalán por no usar esa lengua. Describe los campos de batalla, dice que todo es más sencillo, que jamás le ha quitado el sueño, y que lo peor fueron los excesos de ambas partes.
"Hay muchas negociaciones pendientes, mucha comunicación que restablecer, y un evidente victimismo catalán que no nos hace ningún bien"
Omertá en el Palau -¿Cree, de todas formas, que la aprobación del Estatut vuelve a abrir una brecha con el resto de España? -Creo que sí, y es parte de este malvivir que llevamos; creo que hay muchas negociaciones pendientes, mucha comunicación que restablecer, y un evidente victimismo catalán que no nos hace ningún bien, y que se complementa con la omertá que a veces nos explota en la cara, como en el caso del Palau. -¿Omertá, ley del silencio? -Sí, porque habían convertido el Palau en un símbolo del catalanismo, sin que tuviera que serlo, y de pronto se nos cae. Y ahora no saben qué hacer. La diferencia con el pasado es que ahora los sinvergüenzas acaban en la cárcel con sus cómplices, aunque debemos ser un país riquísimo porque a pesar de los escándalos de Marbella, Görtell, De la Rosa y demás no hay pueblo perdido que no tenga su polideportivo de Norman Foster.