Image: El enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista (1936-1945)

Image: El enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista (1936-1945)

Letras

El enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista (1936-1945)

J. Domínguez Arribas

29 enero, 2010 01:00

Cartel franquista de 1937. Foto: Archivo

Marcial Pons, 2009. 534 páginas. 22 euros


Los españoles que vivieron bajo la dictadura franquista nunca podrán olvidar las alocuciones del propio Franco, sus ministros y otros altos responsables políticos contra la alianza judeo-masónico-izquierdista que, supuestamente, siempre al acecho, pretendía subvertir o romper España. Cualquier opositor al régimen sabía además que aquellas amenazas no se quedaban en mera retórica sino que constituían normalmente el anuncio de una represión que se aplicaba con manifiesta discrecionalidad, asimilando a la condición semita, masónica o marxista a todo el que luchara por el restablecimiento de las libertades o se atreviera a discrepar. Que esa inquina se manifestara contra las fuerzas de izquierda en general y contra los comunistas en particular -el adversario por antonomasia durante la guerra civil- tenía todo su sentido y no requiere explicación alguna.

Pero ¿qué pintaban los otros en el cuadro de honor de enemigos del régimen? Una pregunta -o una perplejidad- que surge de la constatación de que en España no había judíos como comunidad visible desde la expulsión de 1492 y que la masonería como organización había tenido siempre en nuestro país -pese a lo que se afirma a menudo desde tribunas conservadoras- una influencia bastante limitada, debido en buena parte a que las logias no contaban con muchos miembros (unos 5.000 militantes en 1936). Es verdad que hubo durante la República masones prominentes en puestos clave, pero ellos habían sido barridos por el huracán de la guerra civil y sus redes, destruidas o neutralizadas.

No obstante, dejando ya aparte a los comunistas, que no son objeto de este trabajo, un peculiar antisemitismo (muy distinto al nazi o al de otros Estados fascistas) y una proverbial animosidad antimasónica distingue al sistema franquista desde sus orígenes. La reiteración durante décadas de furibundas proclamas contra esos grupos pudo conducir paradójicamente a una saturación que, aún hoy, impide el entendimiento cabal de aquella obsesión. Empezando, por ejemplo, con un dato que a muchos les parecerá sorprendente y que se destaca en este libro desde los compases iniciales: la expresión "contubernio judeo-masónico" no aparece en el período que aquí se estudia, el correspondiente al llamado primer franquismo. No es la única falsa creencia que hay que combatir, pues aún más importante es deshacer el prejuicio de que se trata de un tema trillado. Muy por el contrario, como también se subraya desde el principio, hay muy poca bibliografía específica sobre las cuestiones concretas que aquí se abordan. Por ejemplo, gracias sobre todo a la labor de Ferrer Benimeli, conocemos muchos datos acerca de la masonería española, pero bastante menos de su contrario, el antimasonismo militante y doctrinal. Algo no muy distinto puede decirse de los judíos (en este tramo histórico) y el antisemitismo hispano, aunque en este caso contamos con la magnífica síntesis de álvarez Chillida El antisemitismo en España. (M. Pons, 2002).

Tiene razón por tanto el autor, Javier Domínguez (1975), cuando destaca que falta un estudio sistemático y en profundidad sobre la materia que aborda, que es, no lo olvidemos, la amalgama y representación que hace de esos colectivos la propaganda franquista y no la atención a los judíos y masones reales (enfoque que, por otra parte, no daría mucho de sí, dada la escasa presencia de ambas comunidades en el ámbito español). Esa paradoja es la que ilumina el sentido de esta investigación -tesis doctoral en su origen-, que pretende rastrear la lógica interna del discurso franquista para explicar por qué se yuxtaponen dos grupos tan minoritarios y tan diversos entre sí y, sobre todo, cuáles son las funciones que desempeña su presencia machacona en la propaganda franquista. Dicho de otro modo, ¿que pretendía el régimen al señalar enfáticamente a esas colectividades como sus enemigos señalados?

Para contestar a esas cuestiones, Domínguez comienza por examinar los "condicionamientos" en dos sentidos distintos pero convergentes: la genealogía del enemigo judeo-masónico en la tradición española (destacando el papel que desempeñaron en la construcción del mito conspiratorio el rancio catolicismo y el pensamiento reaccionario dieciochesco) y la posición personal de Franco respecto a esas cuestiones. Resulta especialmente reveladora la actividad de una misteriosa red de información denominada crípticamente APIS que, según el autor, estuvo suministrando falsos informes masónicos al Caudillo, que éste tomaba por auténticos y que, siempre según el investigador, fue determinante en el rígido antimasonismo del dictador. Es un asunto de importancia que lleva a concluir que, mientras esta manía "marcó su pensamiento de manera obsesiva", el antisemitismo "nunca fue un rasgo definitorio de las ideas del Caudillo" (p. 154).

Las dos partes centrales de la obra están dedicadas a estudiar las características concretas del discurso franquista contra judíos y masones durante la guerra civil y II Guerra Mundial, respectivamente. En el primer lapso (1936-1939) se destaca la labor de una editorial que llevaba irónicamente el título de Ediciones Antisectarias y de su fundador, el sacerdote barcelonés Juan Tusquets; en el segundo período, el protagonismo se lo lleva Ediciones Toledo (1941- 1943), con otro nombre propio indiscutible, el del mallorquín Francisco Ferrari. Aunque con matices distintos, el resultado de ambas actividades editoriales fue una colección de panfletos, de elevadas tiradas, que se movían siempre en la órbita de un catolicismo muy tradicional y unas acusaciones apocalípticas contra la hidra judeo-masónica.

La cuarta y última parte de la obra recoge todos los hilos anteriores para contestar a las grandes cuestiones propuestas desde el principio, con dos derivaciones fundamentales, el uso del discurso antimasónico como arma política y la utilización del espantajo judeo-masónico como factor de cohesión en las filas franquistas. Según Domínguez hubo cuatro grandes razones para que el franquismo asumiera y desarrollara esta hostilidad: una función explicativa de la realidad en forma mítica, muy rentable en términos propagandísticos; una simplificación ideológica, con una clara delimitación del enemigo "antiespañol"; una legitimación en términos nacionales y religiosos frente a una conspiración de tintes anticristianos e internacionalistas y, por último, el esbozo de un referente casi demoníaco que no sólo permitía, por contraste, reforzar una recta identidad colectiva sino que justificaba la existencia de un poder fuerte (y con ello la restricción de libertades).

Todos esos cometidos estaban, como es obvio, profundamente imbricados y tenían incluso desviaciones sorprendentes como las veladas acusaciones de connivencia con la masonería entre las diversas facciones franquistas como instrumento para quebrantar a los competidores. Hay que subrayar en este sentido que la aversión antimasónica siempre fue más importante -hasta en el propio Franco- que la predisposición antijudía. Aunque el afán puntilloso del autor le lleva a señalar al final algunas cuestiones aún pendientes de dilucidar (desde la dimensión internacional a la recepción de ese discurso en la sociedad española de la época), lo cierto es que su libro constituye un exhaustivo estudio del tema que no deja casi ningún hilo suelto, tan sólido en el aspecto documental como bien ordenado y pulcramente escrito.

Masones franquistas

El caso del general Cabanellas

Destaca Javier Domínguez en el libro que, aunque la masonería fue percibida desde el inicio de la guerra como uno de los mayores adversarios del llamado bando nacional, numerosos masones se unieron a sus filas. "Irónicamente, había sido masón hasta el general Miguel Cabanellas, presidente de la primera institución que dirigía en teoría a los militares rebeldes, la Junta de Defensa Nacional. Sin embargo, como organización, la masonería española manifestó públicamente su apoyo a las autoridades republicanas legítimas, y es casi seguro que centenares de masones fueron fusilados durante los primeros meses de la guerra en las zonas controladas por los sublevados, aunque, al parecer, no tanto por masones como por su pertenencia a las fuerzas de la izquierda" (p. 157)