Letras

Fragmento de Vidas rotas. Todas las víctimas de ETA

por Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey

26 febrero, 2010 01:00

Espasa-Calpe, 2010

1960

El origen del terror

La máquina del terror comenzó a funcionar en las navidades de 1958. Un grupo de disidentes de las juventudes del Partido Nacionalista Vasco (PNV) se reunió en un bar del barrio donostiarra de Gros para crear una nueva organización a la que llamaron Euskadi Ta Askatasuna (ETA). Insatisfechos con la pasividad del PNV frente al régimen de Franco, decidieron crear un nuevo grupo volcado en el activismo militante. El paso hacia la violencia se dio pronto: en diciembre de 1959, un año después de la creación del grupo, colocaron sus tres primeras bombas contra objetivos simbólicos en Vitoria, Bilbao y Santander. No ocasionaron daños personales, pero fue el primer acto de una historia que con el tiempo se iba a teñir de sangre.

Cuando ETA nació había otros grupos en España que también empleaban la violencia contra la dictadura. Subsistían los últimos restos del maquis, aparecido tras la Guerra Civil, y existían también grupos anarquistas que de cuando en cuando cruzaban la frontera desde Francia para colocar algunas bombas. De todos ellos solo la organización terrorista ETA ha llegado hasta nuestros días, medio siglo después de su constitución, tras causar centenares de muertos y heridos.

Begoña Urroz Ibarrola
27 de junio de 1960. San Sebastián.

Begoña Urroz Ibarrola tenía apenas veintidós meses cuando fue alcanzada por una bomba incendiaria colocada en la estación de Amara, en San Sebastián, el 27 de junio de 1960. Era hija de un matrimonio residente en la cercana localidad de Lasarte. El artefacto le ocasionó graves quemaduras en las piernas, los brazos y la cara, por lo que fue conducida a la clínica Perpetuo Socorro, donde falleció al día siguiente. La misma bomba causó heridas a otras seis personas.

Aquel atentado coincidió con una sucesión de explosiones en instalaciones ferroviarias ocurridas entre los días 27 y 29 de junio. En San Sebastián, además del artefacto que mató a Begoña Urroz estalló otro en la estación del Norte; en Barcelona, a las ocho de la mañana del día 28 se registró otra explosión en la estación del Norte; el furgón del tren correo Barcelona-Madrid sufrió los efectos de otra bomba cuando la unidad ferroviaria circulaba entre las localidades zaragozanas de Quinto y Pina de Ebro. Por último, otro artefacto incendiario oculto en el interior de una maleta estalló el día 20 en la estación de Atxuri, en Bilbao.

Durante mucho tiempo el asesinato de Begoña Urroz, al igual que el resto de atentados de aquellos días, fue atribuido al anarquista Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL). ETA nunca asumió la autoría de la colocación de la bomba de la estación de Amara, aunque el 29 de marzo de 1992, a raíz de la captura de la dirección de ETA en Bidart, en el ordenador del jefe del Aparato Político, José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, fue encontrada una cronología de diversos acontecimientos en la que figuraba la mención a ese atentado.

Dos años más tarde, el Anuario del diario Egin correspondiente a 1994 y la obra Euskal Herria y la libertad (Txalaparta, 1994), ambos vinculados a la denominada izquierda abertzale, publicaron un texto similar: se trataba de una cronología de episodios relacionados con ETA en la que se incluía la muerte de Begoña Urroz, aunque no se mencionaba expresamente que hubiese sido obra de la banda terrorista. El que fuera vicario general de San Sebastián, José Antonio Pagola, en su libro Una ética para la paz. Los obispos del País Vasco 1968-1992 (Idatz, 1992), afirma de manera expresa que la primera víctima de ETA fue Begoña Urroz.

El ex ministro y catedrático de la Universidad de Barcelona Ernest Lluch Martín (pág. 1091), tres meses antes de su asesinato, llegó a la misma conclusión tras investigar aquel atentado de 1960: "La fuente en la que se basó el vicario general Pagola era impecable y a partir de ella he podido obtener informaciones comprobatorias y adicionales. La familia recibió versión oficial de la autoría de ETA, y en su entorno vecinal no hay duda de ello", escribió Lluch en el artículo "La primera víctima de ETA" aparecido en El Diario Vasco el 19 de septiembre de 2000.

1968

La decisión de matar

En París, los universitarios protagonizaron la revuelta pacífica del mayo francés que ha marcado a toda una generación. Los campus de otros muchos países también fueron escenario ese mismo año del descontento de los jóvenes que tenían prisa por cambiar el mundo. En el País Vasco, en esas mismas fechas, la organización ETA tomaba una decisión que cambiaría muchas cosas, pero a peor: la decisión de matar. La propaganda armada que había practicado ETA en los años anteriores dio paso a los primeros asesinatos intencionados. A partir de 1962 la denominada "rama acción" del grupo se había convertido en "rama de acción militar", continuando con una progresión que pronto causaría víctimas mortales.

En 1968 ETA provocó los primeros muertos de manera deliberada y sufrió también la primera baja en sus filas. Nada sería igual después de la primera sangre derramada. A los asesinatos de ETA el régimen de Franco respondió con la declaración del estado de excepción y con el restablecimiento de las medidas de represión contra el bandidaje y el terrorismo que recuperaban la jurisdicción militar para juzgar estos delitos.

José Antonio Pardines Arcay
7 de junio de 1968. Villabona (Guipúzcoa). Guardia civil.

Una placa azul con letras blancas identifica en la localidad coruñesa de Malpica la calle que lleva el nombre de José Antonio Pardines Arcay: "Guardia Civil 1943-1968. Morto en servicio. 7 xunio". Fue el primer agente del Instituto Armado asesinado por ETA.

Ocurrió el 7 de junio de 1968, en la localidad guipuzcoana de Villabona. José Antonio, soltero, de veinticinco años, estaba regulando el tráfico en una zona de obras de la carretera Nacional I, junto a su compañero de patrulla Félix de Diego Martínez (pág. 189), que sería asesinado en 1979. Pardines estaba en un extremo de las obras y su compañero en el otro, a dos kilómetros de distancia. Un Seat 850 Coupé, con matrícula de Zaragoza, ocupado por los miembros de ETA Iñaki Sarasketa y Francisco Javier Etxebarrieta (él escribía Echebarrieta) Ortiz, Txabi, se detuvo junto a Pardines. El agente debió de encontrar algo sospechoso en la matrícula porque solicitó la documentación del vehículo y se dirigió a la parte trasera de este para mirar el número del bastidor y contrastarlo con el que aparecía en los documentos que le habían entregado.

Treinta años después del crimen, Iñaki Sarasketa relató a la periodista Lourdes Garzón (Suplemento La Revista de El Mundo de 7 de junio de 1998) cómo habían ocurrido los hechos:

Txabi me dijo: "Si lo descubre, le mato". "No hace falta", contesté yo, "lo desarmamos y nos vamos". "No, si lo descubre lo mato". Salimos del coche. El guardia civil nos daba la espalda, de cuclillas mirando el motor en la parte de detrás. Sin volverse empezó a hablar: "Esto no coincide…". Txabi sacó la pistola y le disparó en ese momento. Cayó boca arriba. Txabi volvió a dispararle tres o cuatro tiros más en el pecho. Había tomado centraminas y quizá eso influyó. En cualquier caso, fue un día aciago. Un error. Como otros muchos en estos veinte años. Era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había ninguna necesidad de que aquel hombre muriera.

El otro guardia civil, Félix de Diego Martínez, alertado por un camionero, se acercó con su motocicleta hasta el lugar donde se hallaba Pardines, al que encontró muerto en medio de un charco de sangre.

El autor material del crimen, Txabi Etxebarrieta, murió unas horas más tarde en un enfrentamiento con la Guardia Civil en Tolosa. Sarasketa fue detenido y condenado a muerte, aunque la pena le fue conmutada por cadena perpetua. Salió en libertad en 1977 con la amnistía aprobada como parte de las medidas de democratización y reforma impulsadas durante la Transición. El día que mataron a José Antonio Pardines los etarras se dirigían a San Sebastián para preparar otro asesinato: el del inspector Melitón Manzanas.

Pardines era hijo y nieto de guardias civiles. Siguiendo los destinos de su padre, había estado residiendo en varias localidades gallegas y en Santa Pola (Alicante). Su primer destino tras incorporarse al Instituto Armado fue Asturias, pero decidió realizar el curso de Tráfico y fue destinado a Guipúzcoa, donde conoció a una chica, Emilia, de la que se hizo novio. Había perdido a su madre de joven y se había criado con la ayuda de una tía. Cuando empezó a ganar dinero como guardia civil, ayudaba económicamente a su padre y a sus dos hermanos menores para que pudieran estudiar. El padre, Antonio, estaba destinado en Alicante cuando se produjo el asesinato.

Los restos de José Antonio fueron trasladados a Malpica, donde se celebró el funeral con la asistencia del director general de la Guardia Civil y de diversas autoridades. Un año después, el 17 de julio de 1969, la localidad natal de José Pardines le rindió homenaje descubriendo una placa con su nombre, con el que fue bautizada una calle del municipio.

Melitón Manzanas González
2 de agosto de 1968. Irún/Irun (Guipúzcoa). Policía.

Villa Arana, en Irún, era una casona con la forma del típico caserío vasco y sillares de piedra. En la planta baja se alojaba un negocio de equipos de imagen y sonido, y sobre la tienda había dos plantas de viviendas. En el primer piso de Villa Arana vivía el policía Melitón Manzanas González, jefe de la Brigada de Investigación Social de San Sebastián, con su mujer y su hija.

El 2 de agosto de 1968, Manzanas se trasladó en autobús desde la comisaría de San Sebastián a su domicilio en Irún para comer. A las 15:15 horas, el policía franqueó la puerta de la calle y subió la escalera. Su esposa le oyó llegar y abrió la puerta de la casa. "Vienes mojado", le dijo. En ese momento sonó un disparo y Melitón Manzanas, alcanzado por la espalda, cayó al suelo. La mujer vio al agresor -un individuo de unos veinticuatro años, de estatura media, con bigote y largas patillas, jersey gris y pantalones claros- y forcejeó con él. A pesar de ello, el pistolero logró hacer varios disparos más. Hasta siete proyectiles del calibre 7,65 se encontraron después en el suelo. La hija de la víctima, al oír el primer disparo, se asomó a la puerta y tuvo tiempo de ver al agresor antes de que su madre la empujara al interior de la casa. La joven se acercó a una ventana, pidió ayuda a gritos y llamó por teléfono a la Policía, pero nadie pudo salvar a su padre.

Los preparativos del asesinato del jefe de la Brigada Social de San Sebastián, bautizados por ETA como "Operación Sagarra" (manzana, en lengua vasca), habían comenzado bastante antes de la muerte de Txabi Etxebarrieta. Sin embargo, el asesinato de Pardines sería presentado posteriormente como respuesta de ETA a la pérdida del primer miembro de la banda. Iñaki Sarasketa, que acompañaba a Etxebarrieta cuando mataron al guardia civil José Antonio Pardines Arcay (pág. 19), explicó (El Mundo, 7 de julio de 1998) cómo se preparó el atentado contra el policía: "La primera información sobre sus movimientos me la dio Jon Oñatibia, miembro del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y antiguo delegado del Gobierno vasco en Nueva York. Fue una decisión personal, no digo que el PNV tuviera nada que ver. Supimos qué autobús cogía, a qué hora, incluso dónde solía sentarse. Yo se la pasé a Txabi". Etxebarrieta y Jokin Gorostidi fueron los encargados de realizar los primeros seguimientos del policía.

Tras la muerte de Etxebarrieta, el Biltzar Tzipia de ETA (Comité Central) decidió llevar a cabo el asesinato de Manzanas y el del policía que desempeñaba las mismas funciones en Vizcaya, aunque este último atentado no se materializó. Xabier Izko de la Iglesia se encargó de organizar el asesinato del policía de Irún y fue condenado en el Consejo de Guerra de Burgos de 1970 como autor material del atentado, aunque siempre negó que fuera la persona que hizo los disparos.

El asesinato del policía constituyó una de las acusaciones centrales contra los dieciséis miembros de ETA que en diciembre de 1970 se sentaron en el banquillo del Consejo de Guerra celebrado en Burgos. Seis de los acusados fueron sentenciados a muerte -aunque la condena fue revocada y sustituida por penas a perpetuidad- y los diez restantes acumularon condenas que sumaban más de quinientos años de cárcel.

Melitón Manzanas había nacido el 9 de junio de 1909 en San Sebastián, ciudad en la que estudió Peritaje mercantil y en la que formó parte de un grupo teatral en su juventud. En agosto de 1936, recién iniciada la Guerra Civil, fue detenido y encarcelado en el fuerte de Guadalupe, donde permaneció hasta ser liberado por las tropas alzadas contra la República. Terminada la guerra, en 1941 entró en el Cuerpo General de Policía como inspector, y fue destinado a Irún, de donde pasó más tarde a San Sebastián como jefe de la Brigada Social. "Desde Irún fue trasladado a San Sebastián, en cuya comisaría prestó sus servicios al frente de la BIS de manera constante, fiel y abnegada, haciéndose acreedor de cincuenta felicitaciones públicas por sus destacadas acciones policiales al servicio de la región en donde encontró una alevosa pero gloriosa muerte", señala una reseña oficial difundida tras su asesinato.

Sin embargo, la figura del policía asesinado era ampliamente cuestionada, ya que había sido acusado por miembros de la oposición al franquismo de practicar malos tratos y torturas a los detenidos. José Ramón Recalde, quien luego sería consejero socialista del Gobierno vasco y superviviente de un atentado de ETA en el que resultó herido, relata en sus memorias (Fe de vida, Tusquets, 2004) las circunstancias de su detención en San Sebastián en los años sesenta:

Los golpes fueron la primera fase de las sesiones de malos tratos a las que me sometieron en un interrogatorio llevado a cabo por policías de "la social" de Madrid y por Melitón Manzanas, comisario de Guipúzcoa asesinado por ETA y condecorado a título póstumo en 2001; si bien debo aclarar que este, cuando de las preguntas se pasaba a los hechos, abandonaba la estancia, movido por alguna repentina urgencia.

La respuesta del Gobierno al asesinato de Manzanas fue la declaración del estado de excepción en Guipúzcoa durante tres meses a partir del 5 de agosto, medida que fue prorrogada en octubre por otros tres meses más. Al amparo de esta decisión quedaban suspendidos los artículos 14, 15 y 18 del Fuero de los españoles que regulaban la libertad de residencia, la inviolabilidad de domicilio y el periodo de detención policial. Además, el 14 de agosto, el Consejo de Ministros aprobó un decreto ley sobre represión del bandidaje y el terrorismo que incluía en el ámbito de la jurisdicción militar delitos de propaganda, huelgas o sabotajes si perseguían un fin político.

El crimen sirvió para hacer realidad la teoría de la acción-represiónacción que habían elaborado los terroristas como una forma de provocación al régimen franquista.