Fragmento de Kate Moss Machine
por Christian Salmon
16 abril, 2010 02:00El libro ha dado qué hablar estos días y no sólo porque en la portada luzca el provocador y morboso rostro de la polémica modelo, que bastaría para hacer el libro atractivo, sino porque, como anuncia Miguel Roig en el prólogo del mismo: "Salmon utiliza de manera inteligente la peripecia de Kate Moss en el mundo de la moda para describir el final de una época y el comienzo de otra, en la que estamos inmersos". Mostramos aquí un capítulo en el que el autor aprovecha los orígenes de la modelo para explicar que la "conciencia moda" se ha convertido en una cuestión de supervivencia para los adolescentes amenazados por la exclusión social o la marginalidad.
La "conciencia moda" de los suburbiosEn el cerrado mundo de la moda, Kate es, después de Twiggy, la modelo fetiche de la década de 1960, una de las raras modelos que asume sus orígenes modestos, hasta el punto de convertirlos en la cuna de su leyenda y de su vocación. "Yo era exactamente como mis amigos de Croydon; eran fashion conscious porque venían de los suburbios y así es como es la gente en los suburbios. Tienen una mayor 'conciencia moda', son mucho más tendencia [...]". Para Kate Moss y sus amigos, la moda no es un tema frívolo, simple coquetería o dandismo propio de las épocas que llegan a su fin. Lo que está en juego va más allá del simple estilo o del look tan buscado por los agentes de marketing, es, por muy sorprendente que pueda parecer, una cuestión de conciencia.
Cuando se es joven y se vive en los suburbios de Londres, explica Kate Moss, se es fashion conscious. La elección de una prenda, de un par de botas o de una cazadora no es sólo una cuestión de gustos, sino una apuesta estratégica: un visado para franquear las fronteras sociales, un signo de identidad. Aquí no es posible la falsificación o el desmarque. Cualquier falta de gusto o aproximación lleva a la exclusión social: la infame etiqueta del inútil o el hortera. Hay que ser cool, trendy o fun -una palabra que aparece continuamente en las entrevistas de Kate Moss-, o volverse invisible. Los chicos de los suburbios quieren ser vistos, ya sea en las pasarelas, el estadio, el escenario, la pantalla o la calle. El rap desarrolla continuamente este lamento. El marketing del deporte lo convierte en una epopeya: la del cuerpo visible, su llegada y su vuelo, su velocidad y su victoria. La cadena MTV será su espejo.
La nueva "conciencia moda" revela la aguda importancia que ha tomado la moda en los procesos de legitimación, hasta el punto de convertirse en una cuestión de supervivencia social para el individuo en situación de exclusión o de marginalidad. Sailor, el simpático y romántico héroe de la película de David Lynch Corazón salvaje (1990), no dice otra cosa cuando declara enfáticamente que su chaqueta de piel de serpiente (de la que nunca se separa) es el "símbolo de su individualidad y de su creencia en la libertad personal". Es un Don Quijote del grunge, como lo son todos los hijos de la generación X: víctimas, en el fondo, del mismo desprecio que el caballero de la triste figura, que ve en una bacía un yelmo de caballero, ven en la ropa no lo que es -un simple objeto de consumo-, sino experiencias que vivir, los vectores de una vida más novelesca.
Evidentemente podemos burlarnos de la importancia que han tomado las marcas en los suburbios occidentales, en los que ciertos jóvenes -como recordaba Naomi Klein- hasta prefieren sus deportivas a sus novias. Pero sería ignorar el papel de las marcas en una economía social en que cada uno debe hacer un uso estratégico de sí mismo para maximizar su valor. Es decir, producir y controlar su vida, considerada como una performance ininterrumpida y cuyo valor sólo se mide según los efectos que produce en los demás. Los adolescentes de los suburbios no están, por lo tanto, "alienados" por la sociedad de consumo, como se oye a menudo. Más bien al contrario, son muy conscientes de las lógicas de clasificación y de distinción que obran en la moda...