The wire
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18 junio, 2010 02:00David Simon durante el rodaje de The Wire. Foto: Paul Schiraldi / HBO
Universidades tan prestigiosas como las de Harvard o California han convertido el visionado de la serie The wire en una obligación escolar.
En 2009, un año después de que el telón cayese sobre la quinta y última temporada de la serie, el profesor en la Universidad de Harvard William J. Wilson, una de las estrellas de la sociología afroamericana, impartió un curso sobre The Wire. Harvard, la mejor universidad del mundo, no ha sido la primera institución académica en convertir el visionado de la serie en obligación escolar. Desde hace años, en la Universidad de California, Berkeley, los estudiantes tienen a The Wire entre sus asignaturas. En España los elogios no han escaseado. Sobre todo a partir de que Warner Bros comercializara en 2009 los DVDs con sus cinco temporadas. En los suplementos culturales de los grandes diarios pudieron leerse titulares como éste: "Probablemente la mejor teleserie" (los críticos siempre tan cautos, por si acaso).
El sello Errata Naturae publicó en 2009 Los soprano forever que, como su título indica, es un texto dedicado a la mítica serie televisiva Los soprano. A la vista del éxito -van ya por la tercera edición- han tenido la feliz ocurrencia de repetir la fórmula e, incluso, de mejorarla con un tipo de letra un poco mayor y un aumento en número y calidad de las colaboraciones, diez en total, que desde distintos ángulos analizan The Wire.
El creador lo deja todo muy claro
Lo normal es que el lector abra este volumen ya con imágenes, en la memoria, de la serie. Sin embargo, no es imprescindible, porque su creador David Simon, en una larga y expresiva introducción, deja todo muy claro. Por si quedaran dudas, el escritor inglés Nick Hornby le somete, desde la admiración, a una entrevista extensa y minuciosa. En páginas sucesivas Rodrigo Fresán, Jorge Carrión, Margaret Talbot, Sophie Fuggle, Marc Caellas, Marc Pastor, Iván de los Ríos y George Pelecanos van mostrando las mil y una caras de la serie.
The Wire es una serie producida por Home Box Office (HBO), una red de cable con sede en Nueva York, propiedad de Time Warner, y que entró en funcionamiento en 1972. Los servicios de pago de HBO son interminables, pero baste recordar que sólo con Los Soprano recibieron ciento once nominaciones Emmy. Emitir por cable le ha supuesto a HBO una cuota de audiencia menor que si lo hubiera hecho en abierto, pero al mismo tiempo le ha permitido una capacidad expresiva y temática que la censura norteamericana no hubiera tolerado en abierto.
Sobre esta mayor capacidad expresiva de HBO aterriza David Simon, un periodista con ganas de montar broncas siete días a la semana. Nacido en 1960 y prematuramente calvo, trabajó doce años para un periódico local de Baltimore mientras veía en primera fila cómo la ciudad se iba degradando en todos sus aspectos. Con mucha suerte y audacia convenció a los ejecutivos de HBO para producir una serie dramática que, si bien a primera vista parecía una más de policías y narcotraficantes, la realidad del proyecto desbordaba el género.
La primera temporada comenzó a emitirse en junio de 2002. El primer episodio muestra ya los dos grandes grupos de personajes: el departamento de policía de Baltimore y la familia Barksdale, cuyo negocio y modo de vida es el tráfico de drogas. The Wire se abre con los planos de un juicio en el que el "prota", el detective Jimmy McNulty, le explica en privado al juez Daniel Phelan que allí ha habido tongo. El testigo principal del asesinato que se juzga se desdice -bajo juramento- y el juez tiene que declarar inocente al asesino D'Angelo Barksdale, sobrino del jefe de los narcotraficantes. McNulty se va de la lengua y le confiesa al juez que buena parte de los asesinatos están relacionados con el tráfico de drogas.
La segunda temporada ahonda más en el análisis de Baltimore. Una ciudad desmoralizada por el declive de los sindicatos y los excesos capitalistas. En la tercera y cuarta temporada se reflexiona sobre una oligarquía política incapaz de frenar sus ambiciones. La quinta y última temporada finaliza en marzo del 2008 y tiene mucho que ver con el fracaso escolar, los políticos venales y, por supuesto, con el hilo conductor de toda la serie: la lucha contra la droga llevada a cabo por servidores públicos corruptos.
Un excelente casting
Como leemos en estas páginas, el éxito de The Wire comienza por un excelente casting en el que los afroamericanos son mayoría, lo que refleja la composición demográfica real de Baltimore. Su realismo la acerca a los documentales de ficción. Eso fue un permanente motivo de molestia para las autoridades. La música cuenta mucho. El tema de apertura está escrito por Tom Waits, y el de cierre de la serie es The Fall, de Blake Leyh. En buena parte de las escenas, la música surge de la radio de un coche o un jukebox.
A lo largo de estas páginas queda claro que The Wire se ha convertido en un clásico de la televisión. No tanto por sus índices de audiencia sino porque trata de que el espectador vea la televisión de un modo distinto. David Simon ha buscado sumergir al espectador en una narrativa visual en la que buenos y malos no están dibujados con claridad pero en la que el mal está siempre presente. La América relegada aparece retratada en una novela visual que tiene la misma fuerza que el famoso retrato que en los años cincuenta realizase Robert Frank en su serie fotográfica The Americans.
Los penetrantes diez textos aquí recopilados iluminan con fuerza el fenómeno The Wire. Pero se echa de menos un estudio de cómo el público ha visto la serie. Es necesario entender la fenomenología de la práctica doméstica de ver la televisión. Todo parece indicar que The Wire no se ha visto como Cuéntame. Su tensión, su crítica social está muy relacionada con el espectador o la espectadora que, en su soledad, ve la serie en el ordenador.
Historias seriadas
Las leíamos con fruición en los folletines del XIX. El cine mudo nos las dio con parecida profusión y mímica tremenda. La radio las incorporó a sus emisiones y el cine sonoro no tardó en adoptarlas. La televisión nos las lleva a una hora determinada a casa. Tenemos cita diaria con ciertos personajes, de paso con los actores que los encarnan. Podemos así practicar una ilusión de familiaridad con ellos y, sin mancharnos la ropa, entregarnos al gozo de hilar una red de aversiones y simpatías. El temor a perdernos un episodio que nos descuelgue de la trama nos crea una obligación, incluso una responsabilidad. El resto es tan antiguo como adictivo: la lucha perenne del bien contra el mal, una calculada incitación a la curiosidad, expectativas colmadas y no colmadas; sangre, sexo, lágrimas, risas, y la promesa de un final digno de nuestra sostenida fascinación. Fernando ARAMBURU