Una tiene la impresión de que hay autores que escriben para ser releídos. Sus textos nos desvelan poco a poco un misterio que nunca termina de esclarecerse del todo y que exige del lector un regreso en busca de las claves que hayan podido escapar a su agudeza primera.

En su primer libro, Inés Mendoza ha escogido el relato, y no por casualidad. Sus textos, una docena, ofrecen con generosidad varias de esas vueltas de tuerca. Sólo unas pocas cosas quedan claras desde el primer momento: que los personajes huyen sin excepción, que intentan conseguir metas que les son esquivas, o se trasladan de casa -¿de vida?-, o navegan a la deriva por paisajes colonizados por la lluvia o invadidos de un frío polar. Hay aquí agradables sorpresas: perros que brillan en la oscuridad, parejas que se lo pasan en grande en la última escena de la comedia de su felicidad… La diversidad lo contagia todo: hay microcuentos junto a narraciones más extensas, hay una búsqueda constante de la originalidad, de la sorpresa, y lirismo a raudales. El resultado es, como dice Eloy Tizón en el prólogo,"un espacio donde alojar el misterio". También es, y sobre todo, un festín literario. Un libro que ofrece con generosidad una delicatessen para catadores exigentes.