Image: Populismos latinoamericanos. Los tópicos de ayer, de hoy y de siempre

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Letras

Populismos latinoamericanos. Los tópicos de ayer, de hoy y de siempre

Carlos Malamud

16 julio, 2010 02:00

Hugo Chávez y Evo Morales. Foto: Martín Alipaz

Nobel, Oviedo, 2010. 411 páginas, 22 euros

Los medios de comunicación, o quizá habría que decir los seres humanos, tenemos la perversa tendencia a prestar más atención a los líderes histriónicos que a los políticos eficaces. No es pues sorprendente que Hugo Chávez sea con toda probabilidad el líder latinoamericano más citado en los medios de comunicación españoles, aunque es cierto que últimamente anda un poco de capa caída.

Ni siquiera el carismático y muy eficaz Lula da Silva, líder de la gran potencia emergente de América latina, recibe tanta atención, quizá porque no se dedica a decir tonterías pintorescas. Así es que el observador poco atento puede concluir que nada ha cambiado en América latina, que ésta sigue confiando más en los caudillos que en las instituciones y atribuyendo sus males a la influencia exterior en vez de analizar sus verdaderas causas. Pero esa imagen es demasiado simplista, porque América latina está cambiando y no precisamente gracias a los discursos de Chávez o de Evo Morales. El crecimiento económico que se espera para este año es del 4,5 por ciento, que ya quisiéramos los europeos, y un reciente informe de Naciones Unidas indica que la desigualdad social, esa plaga tradicional de América latina, se está reduciendo. En cuanto a su percepción del exterior, el último Latinobarómetro indica que el 74 por ciento de los latinoamericanos tienen una opinión favorable de Estados Unidos, y un 65 por ciento la tiene de España; un 64 por ciento piensa que la influencia de Estados Unidos es beneficiosa para la región, y sólo el 34 por ciento piensa lo mismo de la influencia de la Venezuela chavista.

Todo lo cuál no significa que la región no tenga graves problemas, que podrían agravarse mediante recetas equivocadas, como las que integran el ideario populista, de lejanos orígenes pero actualizado en este comienzo del siglo XXI por los Chávez, Morales y compañía, que Carlos Malamud analiza en Populismos latinoamericanos. Catedrático de Historia de América de la UNED, investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano y frecuente visitante de aquellas tierras, Malamud es uno de los mejores conocedores del tema que tenemos en España. La gran virtud de Populismos latinoamericanos es que ofrece en un número de páginas no excesivo una gran riqueza de información, narrada con amenidad y analizada con inteligencia. No se trata, por otra parte, de un estudio sistemático, pues las cuestiones no se abordan de acuerdo con un orden lógico riguroso, sino que van apareciendo como si se tratase de una conversación.

Carlos Malamud no ofrece una definición precisa del escurridizo concepto de populismo, tarea que por otra parte resultaría harto ardua, pero sí un conjunto de rasgos que resultan cruciales en la Venezuela de Chávez, la Bolivia de Morales y el Ecuador de Correa, los tres casos a los que presta mayor atención, e incluso, aunque en menor medida, en la Argentina de los Kirchner, que no en vano proceden de la tradición del general Perón, cuya influencia en todos los populismos posteriores ha sido importante.

Se trata de movimientos muy personalistas en los que la esperanza de renovación e incluso de refundación del país se pone no tanto en las nuevas instituciones como en la persona del líder, de acuerdo con la vieja tradición caudillista. El nacionalismo y el antiimperialismo, es decir, la denuncia de toda influencia real o supuesta de los Estados Unidos y últimamente también de Europa y sobre todo de España, son utilizados como recurso constante para ganarse a la población y para disimular todo tipo de errores propios, con la particularidad de que en Bolivia ese nacionalismo toma la forma de indigenismo. Se busca también la polarización y la crispación internas, mediante la denuncia de las élites tradicionales y la satanización de los opositores, evitando ese consenso básico sobre las reglas del juego en que se apoya la democracia. Pero a diferencia de lo que ocurría en el pasado, ninguno de estos movimientos ha roto del todo con ella, aunque Chávez y Morales han restringido los derechos democráticos de quienes se les oponen. A menudo critican las insuficiencias de la democracia representativa, es decir, de la democracia tal como la conocemos, y defienden en cambio la democracia participativa, que nadie sabe muy bien en qué consiste.

El anticapitalismo, que en la práctica se traduce en el incremento del papel del Estado, a menudo con consecuencias perniciosas tanto respecto a la eficacia como respecto a la corrupción, es otro rasgo esencial, y los enemigos por excelencia son el "neoliberalismo" y la globalización. Por otra parte, las políticas sociales, que sin duda han beneficiado a muchos sectores populares y explican en parte los repetidos éxitos electorales de Chávez o Morales, no tienden a la construcción de un Estado del bienestar imparcial, cuyas prestaciones se rijan por criterios objetivos, sino que se canalizan a través de organizaciones sociales afines al poder, perpetuando así el clientelismo endémico en la región. Lo cual responde a un rasgo que Malamud considera a la vez crucial en el populismo y tradicional en América latina, el desprecio hacia la división de poderes y hacia las instituciones que actúan como frenos y contrapesos en los Estados de derecho. Esa actitud hacia la justicia y los medios de comunicación recuerda a la de un líder de un gran país europeo que forma parte de la UE y del G8. Me refiero, como el lector habrá adivinado, a Silvio Berlusconi, en cuyo arsenal figuran muchas armas populistas.

Berlusconi es un populista de derechas cuyo enemigo favorito son los supuestos "jueces rojos". En cambio, los populistas latinoamericanos se sitúan todos a la izquierda y es bien conocida la entrañable amistad que une a Chávez con el patriarca Castro, quien por motivos difíciles de entender a este lado del Atlántico sigue siendo una figura respetada por la izquierda latinoamericana. Malamud insiste, sin embargo, en lo equivocado que sería creer que el objetivo de Chávez es el comunismo. Tras la implosión de la Unión Soviética, el comunismo ha desaparecido de la agenda política latinoamericana y de hecho se ha producido un reciclaje populista de antiguos partidarios de la revolución a lo Castro, fácilmente identificables en el entorno de Chávez y de Morales.

Pero al margen del populismo existe otra izquierda en América latina, que se guarda mucho de criticar a Chávez o a los Castro, pero que ha comprendido que la vía hacia el bienestar del pueblo pasa por las instituciones democráticas, la seguridad jurídica, la economía de mercado y la apertura a la globalización, todo lo cual es perfectamente compatible con las políticas sociales, como lo muestran los ejemplos de Lula da Silva en Brasil y de Michele Bachelet en Chile. Lejos de mi está el pensar que la virtud sea recompensada en este mundo, y mucho menos que sean los resultados macroeconómicos quienes lo hagan, pero cabe observar que de los grandes países latinoamericanos serán precisamente Brasil y Chile los que experimenten un mayor crecimiento este año mientras que Venezuela sufrirá un fuerte retroceso.

El populista

Una masa de cuerpos sin rostro se congregó en el valle. Desde la cima pronuncié con ardor la palabra pueblo. Se hizo un silencio expectante. Para entonces ya me había desprendido de la corbata. Llevaba desabrochados los tres botones superiores de la camisa. No me olvidé de elogiar al zapatero sencillo ni a la mujer abnegada. Salpiqué mi discurso con metáforas floridas que cualquiera entiende y a cualquiera halagan, luciendo mis dotes para la campechanía; incluso solté dos tacos bien soltados en prueba de que procedo del pueblo y sigo en él. Les dije: ha llegado vuestro momento. En adelante os expresaréis directamente a través de mí. La justicia será vuestra voluntad, que yo ejecutaré en vuestro nombre. Quien me critique os critica. Quien me acuse os acusa. En esto, se arrancaron a aplaudir y, a una señal de mi mano, corrieron como locos a votar mi candidatura. Fernando Aramburu