Letras

Francis Veber

8 septiembre, 2010 02:00

Pregunta.- ¿Cómo le vino a la cabeza el personaje de François Pignon, alguien que aparece seis comedias suyas pero nunca es el mismo, aunque en esencia es un pobre hombre?

Respuesta.- Imagino que porque yo me parezco mucho a él. Me hubiera gustado parecerme a un hombre apuesto y fornido, pero no ha sido así. Pignon tiene muchos de los problemas que también he tenido yo en mi vida. La verdad es soy un poco payaso. Por ejemplo, atarme los cordones de los zapatos a mí me da muchos más problemas que a cualquier persona normal. Mantengo el nombre porque me gusta mucho cómo suena. Al principio desconcertaba, pero ahora la gente ya está acostumbrada. En mi próxima comedia el protagonista también se llamará así.

P.- ¿La capacidad de hacer reír es un don o algo que se mejora entrenándose?

R.- No, no... Es un don. Estoy seguro. Después del parto, el doctor me llevó ante mi madre y le dijo es un cómico. Se lo dijo incluso antes de advertirle si era un niño o una niña. No sé qué haría en el tiempo que estuve con él, pero eso dijo. Es muy difícil escapar de ello. Yo siempre fui el gracioso, en el colegio, en la mili... Fue algo que me valió muchos castigos, pero es mi naturaleza y no puedo escapar a ella.

P.- ¿Pero cuándo decidió volcar ese don sobre el papel?

P.- Bueno, esto es una larga historia. Mi padre y mi madre eran los dos escritores, pero nunca tuvieron éxito. Los dos me desaconsejaron dedicarme a esta profesión. Yo empecé a estudiar medicina. Estuve durante cuatro años pero lo dejé porque no me gustaba nada. Yo soñaba con escribir. Luego hice unos estudios científicos para poder trabajar en una empresa petrolífera o algo así. Pero también odiaba esto. Luego me enrolé en el ejército, durante la guerra de Argelia. Aguanté 22 meses. Entré después a trabajar en una radio francesa pero me di cuenta que era muy mal periodista. Así que al final, desobedeciendo a mis padres, escribí mi primera obra con 29 años. Y no me ha ido tan mal... No me puedo quejar.

P.- ¿Y percibe cambios notables en el uso del humor de hoy en día respecto a los tiempos en que empezó a escribir? Me refiero sobre todo al impacto de la corrección política...

R.- Sí, la verdad que sí. Los grandes estudios, por ejemplo, tienen miedo de todo. Hablo por experiencia propia. En la adaptación de mi obra de La cena de los idiotas hecha por Paramount, el publicista que hace de protagonista no participa en la cena por iniciativa propia, para cachondearse de aquellos que considera inferiores, sino porque es forzado por su jefe. Sólo así podrá conseguir un ascenso. Es una manera de suavizar el argumento. En general, el humor se ha infantilizado. Es muy difícil encontrar una comedia inteligente.

P.- En cine sobre todo es habitual escribir en pareja. ¿Usted siempre lo ha hecho solo?

R.- Lo he intentado en alguna ocasión pero no ha funcionado. No he quedado del todo satisfecho. Es muy difícil encontrar un alma gemela con la que poder coordinarse. En América es muy común. Hay incluso equipos de escritores que escriben juntos una mismo guión. Pero a mí no me ha ido bien.

P.- Entre los jóvenes autores españoles hay una querencia bastante marcada hacia los dramas ampulosos. La comedia apenas interesa. ¿A qué lo achaca?

R.- Sucede exactamente lo mismo en Francia. Y es porque están mucho más pendiente de agradar a la crítica especializada y piensa que con la comedia es mucho más difícil. Creen también que con estos dramas insufribles tienen más posibilidades de participar en festivales y hacerse más famosos.

P.- Tu obra ha sido muy bien acogida desde que llegaste en América. ¿Qué le debe a Hollywood?

R.- Sobre todo la manera de estructura y la técnica mis obras. En Estados Unidos hay muchas escuelas en las que se enseña a escribir para cine y televisión. No quiero decir que si vas a alguna de estas escuelas te conviertes en mejor escritor. Pero sí adquieres una técnica. Allí te enseñan que no te debes liar demasiado con explicaciones innecesarias y llamar a las cosas por su nombre, para que la película avance y crezca de principio al fin. No digo que lo haya conseguido siempre, pero es como intento escribir desde que llegué a Los Ángeles, hace ya 25 años.

P.- ¿Cree que una buena obra de teatro puede siempre transformarse en una buena película?

R.- Bueno, yo he sido muy afortunado. Las adaptaciones que he hecho (La cage aux folles, L'emmerdeur y La cena de los idiotas) han tenido mucho éxito. No se puede afirmar categóricamente que una buena obra siempre funciona en el cine, pero hay ejemplos significativos, como el caso de Billy Wilder, que hacía muchas de sus películas a partir de obras estrenadas en Broodway. Ahí están Primera plana o Con falda y a lo loco.

P.- ¿Cuál es la principal dificultad para pasar de las tablas a la gran pantalla?

R.- La primera es que el escenario del teatro es una ámbito claustrofóbico, en comparación con las posibilidades espaciales que ofrece el cine. Son muy diferentes en ese sentido. También en teatro permite mucho más que las intervenciones de un actor sean muy largas, mientras que en el cine hay que recortárselas lo máximo posible.

P.- ¿Y qué es más importante para logra un buen resultado: la interpretación o el texto?

R.- Los dos. El texto es la base de todo. Sin uno que esté bien escrito no hay nada que hacer. Pero Milos Forman decía que en el casting se determinaba el destino de la película (‘Casting is destiny'). Y no le faltaba razón: si te equivocas con los actores, arruinas el proyecto.