Presten atención a este engañoso título,
Sonría a cámara, y no pierdan de vista a Roberto Valencia (Pamplona, 1972), quien se estrena como narrador en los doce relatos que van dando pistas de un autor a quien vale la pena considerar. Pero no se despisten: no es el humor el punto de vista desde el que van apareciendo las historias que se asoman al objetivo; tampoco las acciones, los personajes y los escenarios responden al código de la realidad frecuentada por la ficción. Ni siquiera lo llamativo está en la realidad virtual cortejando a la ficción con historias de corte pornográfico.
¿Qué hay, entonces, de atractivo en este arriesgado enfoque? Que ofrece una mirada indagadora, profunda, difícil de sostener; un punto de vista distinto, distante y mordaz, sobre quienes miran, exhiben y buscan placer en el hiperespacio. Que trata de hombres, mujeres, niños; solitarios, parejas, buscándose, asomándose a esa fiesta gratuita del sexo virtual. Tipos que no saben orientarse fuera de la comunidad virtual que frecuentan; intelectuales que discuten el valor documental del nuevo soporte; niños exhibiendo su adicción a la pornografía electrónica en un magazine...
La red: sexo, mercantilización, experiencias fraudulentas. La trabazón interna del volumen está más que conseguida. Y su propuesta va dirigida al lector cómplice: del eufemismo, el juego verbal y la acertada elipsis. ¿Qué le propone? ¿Posicionarse ante una nueva sociología del placer, de la pasión?… Entre otras ambiciones literarias.