El imperio comanche
Pekka Hämäläinen
4 marzo, 2011 01:00Quanah Parker, uno de los últimos jefes comanches
Esta imagen se completa con otra complementaria que incide en la existencia de un antes y un después de 1492, en la existencia de un mundo idílico frente a otro signado por la explotación de hombres y recursos naturales. Según contaba en Madrid, hace tres años atrás, un ministro boliviano, los pueblos indígenas, antes de la llegada de los europeos, no tenían banderas y vivían en armonía entre sí y con su entorno. Es más, podían cruzar pacíficamente de un extremo a otro del continente. Por el contrario, la presencia europea supuso la aparición de las guerras y de numerosas plagas, que condenaron a los indígenas al ostracismo interior, perseguidos por los nuevos dominadores.
De este modo, como dice Hämäläinen, los historiadores de fines del siglo XX nos presentan una historia en la cual el imperialismo europeo hacía avanzar la historia mientras la resistencia india era barbarie cruda y violenta. Esta asimetría también fue recogida por los intelectuales indígenas que intentan reivindicar su propio pasado pero que todavía no han encontrado un relato que los distinga claramente del colonizador europeo.
Estas ideas se completan con la omnipresencia de un concepto que demarca claramente el terreno de la discusión, el de pueblos originarios. El término indio, totalmente incorrecto políticamente hablando, ha sido reemplazado por el de pueblos originarios. De este modo se otorga a los descendientes de los indígenas una legitimidad sobre el territorio donde están asentados impensable de otro modo. Esta legitimidad es la que da derecho a reclamar la propiedad de tierras y recursos naturales. Es como si esos pueblos originarios hubieran vivido siempre allí donde están ahora y no se hubieran aposentado tras expulsar previamente a otros ocupantes.
De ahí la bocanada de aire fresco que supone la publicación en español de El imperio comanche, aparecido en su versión inglesa original en 2008. Su autor es un profesor finlandés asentado en la Universidad de California (Santa Bárbara), que con su prosa precisa disecciona el mundo y le da una relevancia hasta ahora inimaginable. El choque entre la fábula y la historia es inmediato y brutal. La introducción se titula "Colonialismo invertido" y comienza de la siguiente manera: "Este libro trata de un imperio norteamericano que, según los manuales de historia al uso no existió". Buen comienzo. Pero aún hay más: "Narra la conocida trama de expansión, resistencia, conquista y desaparición, pero los papeles habituales se han invertido; se trata de un relato en el que los indios se expanden, ordenan y prosperan, y los colonos europeos resisten, se repliegan y luchan por sobrevivir".
El mayor mérito del trabajo de Pekka Hämäläinen es haber convertido a los comanches en seres totalmente racionales, capaces de tomar decisiones lógicas en función de sus propios intereses y de actuar en consecuencia. Los comanches no son los pobres indios explotados por los europeos o por otros indios, sino los forjadores de un vasto y poderoso imperio que se expande por todo el suroeste de los actuales Estados Unidos. En su expansión obviamente utilizaron la violencia, pero, al igual que cualquier otro imperio su estructura y su actuación estaban definidas por su organización económica y sus instituciones políticas.
De este modo, los españoles, franceses, mexicanos y angloamericanos que tuvieron que compartir el espacio con los comanches fueron dominados por un poderoso imperio indígena que estuvo activo entre principios del siglo XVIII y el último cuarto del siglo XIX. Teóricamente en esta época el continente americano estaba dominado por los imperios europeos y por sus sucesores locales, pero es en medio de esa realidad de donde emergen los comanches y terminan imponiendo su fuerte impronta. Así, por ejemplo, Hämäläinen nos muestra cómo la emergencia del imperio comanche, de la Comanchería, es el eslabón ausente en las historias nacionales de México y Estados Unidos y explica el fracaso del virreinato de la Nueva España en la colonización del interior de América del Norte y por qué México perdió sus territorios septentrionales que acabaron en manos de Estados Unidos.
Una de las principales palancas que impulsaron la expansión comanche fue la adopción del caballo, a lo que hay que agregar su flexibilidad estratégica hasta su predisposición para incorporar nuevas ideas e innovaciones. Los caballos sumados al pastoreo y a la caza del bisonte les permitieron a los comanches disponer de un sistema productivo que tenía a su disposición una gran cantidad de energía intensiva. Gracias a ello pudieron superar el cuello de botella del nomadismo y conocieron un importante auge demográfico, que permitió multiplicar por 10 su población entre comienzos del siglo XVIII y la primera epidemia de viruela que sufrieron en 1780, momento en que alcanzaron su máximo de población con 40.000 personas.
Si bien los comanches lograron invertir "la superioridad material, tecnológica y organizativa de Europa", no utilizaron su ventaja para recrear el imperialismo europeo. Su presencia en la región de las grandes llanuras fue simultáneamente de "naturaleza claramente imperialista y claramente indígena". Así fue cómo su diplomacia, su política comercial y su explotación de la mano de obra respondían a esa lógica imperial, la misma que permite explicar su declive y decadencia en el momento de enfrentar a un enemigo mucho más poderoso.
Las claves de este proceso están en este formidable libro de Pekka Hämäläinen, una obra que, sin duda, influirá sobre los nuevos trabajos que acerca del mundo indígena americano se realicen en el futuro.
Refriegas Antiguas
Estaban tranquilos con sus flechas, sus bisontes y sus ritos hasta que llegaron los pendones, la cruz, la pólvora, la viruela. Los más indómitos son sin duda los comanches, pueblo aguerrido, diestro en el robo de caballos. El virrey manda un vasco a sojuzgarlos, Juan Bautista de Anza, siglo XVIII. Anza se adentra en los yermos de la Comanchería con un puñado de desharrapados. Su misión: diezmar de varones las huestes de Cuerno Verde. Curiosamente sus respectivos padres murieron en contiendas similares. Acontece el esperado encuentro, con la particularidad de que Anza no es Custer ni sus soldados de cuera el Séptimo de Caballería. Anza gana y España olvida dedicarle un par de estatuas. Al nacionalismo vasco no le encaja el héroe. Ni siquiera lo conoce. Y Cuerno Verde, acorralado en un barranco, cae con hombría, ignorante de la inmortalidad con cagadas de paloma que da el mármol.
Fernando Aramburu