J.Silvestre y J. Pons: "Los beneficios del estado del bienestar son mayores que sus costes"
Prensas Universitarias de Zaragoza publica un libro de análisis colectivo sobre los orígenes del Estado del Bienestar en España
28 marzo, 2011 02:00Portada del libro.
En el punto de mira de gobiernos de uno u otro signo, el Estado del Bienestar y los seguros sociales que lo caracterizan han sido los principales damnificados por la crisis que irrumpió con toda crudeza tras la caída de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008. Qué mejor momento pues, para explorar su nacimiento y configuración, como hacen Jerònia Pons y Javier Silvestre, profesores de historia económica en las universidades de Sevilla y Zaragoza respectivamente y editores del libro colectivo Los orígenes del Estado del Bienestar en España. 1900-1945 (Prensas Universitarias de Zaragoza), en el que han participado ocho investigadores de siete universidades españolas. El libro es una luminosa y original tentativa de abordar el estado del bienestar en España teniendo muy en cuenta los efectos de su implantación y la comparativa internacional.Pregunta.- ¿Qué ideas preconcebidas se verá obligado a desmontar el lector de su libro?
Respuesta.- Desde un punto de vista internacional, nuestro libro hace referencia a la investigación que muestra que el Estado del Bienestar, en términos generales y a pesar de sus ineficiencias, no ha supuesto una rémora para el crecimiento económico. Para el caso concreto de España, mostramos que su origen no está en el periodo democrático ni mucho menos aún durante el franquismo. El núcleo de lo que hoy llamamos Estado del Bienestar, es decir, los seguros sociales de accidentes, vejez, desempleo y enfermedad, se empezó a implantar a principios del siglo XX. Si bien es necesario matizar que su gran expansión, cuantitativa y cualitativa se ha producido a partir de los Pactos de la Moncloa de 1977.
P.- ¿Qué es lo que determina el nacimiento de los seguros sociales?
R.- Su aparición y expansión desde finales del siglo XIX, primero en Europa y después en otras partes del mundo, se puede explicar a partir de varios factores: el nivel de riqueza, el aumento de la esperanza de vida, la extensión del derecho al voto y la movilización de la clase trabajadora (votos a partidos socialistas o afiliación a ciertos sindicatos), la apertura económica al exterior, el grado de centralización del estado o el nivel de homogenización étnica (parece que la elevada descentralización o la heterogeneidad étnica pueden retrasar o reducir las políticas redistributivas).
P.- ¿Y cómo fueron recibidos por la sociedad española?
R.- En el libro analizamos cuatro seguros (accidentes, vejez, desempleo y enfermedad) que se implantaron en distintos momentos. No todos los grupos sociales reaccionaron igual. Los empresarios pudieron resistirse a la implantación de algunos en la medida en que tuvieron que asumir nuevos costes. Tampoco todos los sindicatos, en especial los anarquistas, tendieron a apoyarlos. Algunos grupos de trabajadores, de hecho, pudieron resultar perjudicados, por ejemplo, al reducirse su salario. Las compañías privadas de seguros tendieron a apoyar, o no, los cambios en la medida en que se contó con ellas. Los médicos temieron una reducción en sus ingresos. Entre los distintos partidos políticos, como es lógico, los hubo también más y menos proclives. Pero sin duda, en términos generales, la situación mejoró para muchas personas.
P.- ¿Cómo afectan la Guerra civil y la Postguerra a los seguros sociales?
R.- La dictadura ofreció una imagen de sí misma muy benigna. Es posible que el efecto de esa propaganda haya perdurado en el tiempo, en la medida en que no es aún extraño escuchar que "Franco creó el Estado del Bienestar en España". La realidad fue muy diferente. La dictadura heredó, como no podía ser de otra forma, la estructura para gestionar los seguros sociales creados durante las décadas anteriores, a la que añadió varias instituciones asistenciales. Sin embargo, tanto por razones presupuestarias como ideológicas, los beneficios que obtuvo una gran parte de la población fueron muy escasos, sobre todo hasta los años sesenta. Este hecho es especialmente grave si tenemos en cuenta que tras la guerra civil y, sobre todo, a causa de la nueva política económica implantada, la desigualdad aumentó y el nivel de vida para una gran parte de la población empeoró.
P.- ¿Peligra hoy el Estado del Bienestar?
R.- En realidad, no es probable. A pesar de los recortes en las prestaciones que han podido tener lugar desde las últimas décadas del siglo XX, los fundamentos del Estado del Bienestar siguen intactos. Tal vez el momento actual, en plena crisis económica y ante el debate sobre los efectos del envejecimiento de la población y el aumento desorbitado de los costes sanitarios, no es el más adecuado para ver esto con claridad. Pero lo cierto es que, al menos hasta ahora, ningún gobierno ha implantado reformas muy ambiciosas. De todas formas, sí que es necesario, y siempre lo debería haber sido, una mejor gestión. La implantación del estado del bienestar es compleja por naturaleza. No es difícil caer en el derroche. Además, no todo el mundo tiene por que salir beneficiado, al menos no por igual o no a la vez. Es más, como es bien sabido, la implantación de ciertas políticas redistributivas puede generar comportamientos "gorrones". Es inevitable. Pero este argumento no debería invalidar la propia existencia del Estado del Bienestar, cuyos beneficios económicos y sociales son mayores que sus costes.
P.- ¿No creen entonces que el Estado del Bienestar sea, como afirma la teoría liberal, un desincentivador del riesgo y del empleo y una rémora para el progreso?
R.- No todo el liberalismo es igual de reacio. En cualquier caso, como ya ha sido dicho, la evidencia parece mostrar, tanto para el pasado como para el presente, que el Estado del Bienestar genera beneficios no solo para muchos individuos sino para el conjunto de la sociedad. En esta última clase de beneficios estarían, por ejemplo, el aumento de la productividad del trabajo o el mantenimiento de la "paz social". Por otra parte, en muchas ocasiones la implantación de medidas que pueden reducir los desincentivos generados por la implantación de políticas redistributivas es más un problema de decisión o coordinación política que, por ejemplo, de falta de conocimientos o de herramientas. Desde nuestro punto de vista, el problema de algunos críticos furibundos del Estado del Bienestar es que no basan sus argumentos en la evidencia científica y prácticamente solo se apoyan en el discurso liberal del siglo XIX.