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Pere Gimferrer: "Intento ser siempre el mismo poeta sin escribir nunca el mismo poema"
Lo mejor de 2011: Poesía
30 diciembre, 2011 01:00Pere Gimferrer
El poeta barcelonés se embaló en la escritura de Rapsodia, un poema largo y único, que avanza como un bucle obsesivo y de imaginería arrebatada.
-¿Es usted un rapsoda?
-Bueno, no voy por ahí declamando versos homéricos. Yo me remito a la definición de 'rapsodia' que da el diccionario de Oxford: "Entusiasta y extravagante declamación o composición de tono elevado, emocional e irregular pieza musical".
-Entusiasmo tuvo que ponerle mucho: lo escribió en seis días, ¿no?
-Así fue, encerrado en mi casa, mientras en Barcelona caía una lluvia insistente que aconsejaba no salir a la calle. La lluvia fue esta vez una gran aliada del poema, sobre todo para sostener su continuidad.
-Y luego dedicó más de seis meses a corregirlo. ¿Eso no desnaturaliza su carácter impulsivo?
-No, porque no he cambiado ni un solo verso completo. Lo único que cambiaba eran palabras concretas, y a veces ni eso: sólo su orden. Y corregí algunos errores y repeticiones. Nada más.
-Detrás de su arrebato está el amor, que como dice en sus últimos versos "es un espejear".
-Sí, porque nos permite salvar el cerco del ser individual y nos pone en contacto con la otredad. Los amantes se reflejan el uno al otro. Ocurre lo mismo con los poemas. Yo me reflejo en mis poemas y ellos se reflejan en mí.
-Y destilado en versos, ¿en qué deviene el amor?
-El poema se cumple a expensas de quien lo escribe. La poesía es algo que está muy por encima de los poetas. Cuando cualquier experiencia se traslada a un poema, ésta se objetiviza y asciende a otro nivel, separada de quien lo compuso. Ahí es cuando cobra vida propia la poesía.
-¿Entonces lo que pretende es desaparecer disuelto en el poema?
-Siempre lo he intentado. Es a lo que debe aspirar todo artista, no sólo los poetas. Un ejemplo perfecto es las Meninas de Velázquez, donde se consigue el efecto de la máxima impersonalización a la vez que el de la máxima profundidad.
- La sucesión de imágenes y referencias es trepidante. ¿El poema avanzaba desbocado o intentaba controlarlo del algún modo?
- Avanzaba por sí mismo, sí, pero no como un potro desbocado. Yo sabía que al final todas las palabras y todas las imágenes tendrían un sentido unitario de conjunto, un sentido que estaba dentro de mí, y que ha sido una recapitulación de todos los poetas que he sido y sigo siendo. Decía Octavio Paz que el sonido es el bastón de ciego del sentido.
- Es usted un autor consagrado y venerado pero se la sigue jugando cuando escribe.
- Si no, ¿para qué hacerlo? Sin riesgo, en la época contemporánea, no merece la pena ponerse a escribir.
- ¿Y cuáles cree que han sido los principales peligros que ha afrontado en Rapsodia?
- En estos poemas largos es muy sencillo caer en la palabrería y el manierismo. También repetirse. Pero cuando empiezo a escribir unos versos, intento prever si llevarán a un espacio nuevo que no conozco. Si no es así, abandono. No me interesa ni me estimula seguir. Es algo que he hecho toda la vida: intentar ser siempre el mismo poeta pero sin escribir nunca el mismo poema.