El Cultural

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Letras

Fascinación

2 marzo, 2012 01:00

Don DeLillo

Traducción de Gian Castelli. Seix Barral, 2012. 366 páginas 19 €. E-book: 13,49 €

Empezar explicando que Fascinación es un thriller construido en torno a la cachonda premisa de que se rodó una película porno en el búnker de Hitler sin duda estimulará al lector, pero puede llamar a la confusión. Porque esta novela que DeLillo escribió en los 70 utiliza esa estructura narrativa y ese pretexto, pero es, sobre todo... una novela de DeLillo. Con esto quiero decir que, si no le hacemos las preguntas adecuadas, el libro puede desorientarnos. Éstas, por ejemplo: ¿qué formas adopta el poder? ¿Cuál es el espacio asignado al individuo hoy? Además, hay que recordar que leer al autor es leer la historia reciente de los USA. O sea, leernos.

Aunque las novelas setenteras de DeLillo no alcanzan la calidad de lo que hizo después, suelen merecer la pena. Fascinación presenta una trama post-Vietnam en la que un objeto de deseo, esa cinta hitleriana que en realidad nadie ha visto, provoca un cruce de intereses entre políticos, espías, mafiosos y periodistas. Es una novela deliberadamente confusa, en sintonía con el mundo que recrea. Un personaje afirma sobre el submundo de la inteligencia y la contrainteligencia americanas que, en él, “las lealtades están tan entremezcladas que todo es como un juego”; y en efecto, a veces aquí cuesta discernir quién representa o no al poder y, sobre todo, por qué demonios están tan inquietos los participantes en este juego y por qué todos desean obtener ese viejo, tal vez inexistente, documento cinematográfico. La respuesta es que están fascinados y, como escribió Bataille, la fascinación es lo contrario de la voluntad: vamos, que ni ellos lo saben. DeLillo dijo que el libro no habla de la obsesión, sino del marketing de la obsesión. De todo lo que la rodea. Puede ser.

Anthony Burgess escribió que el Mal (en oportuna mayúscula jesuítica, ya que DeLillo recibió formación ignaciana) no pintaba nada en Fascinación. Su autor, cuestionado al respecto, respondía que el Mal sí estaba ahí, aunque sin un centro visible. No hay que ser ingenuos: si DeLillo pone a Hitler, que es el proto-icono de lo maligno, en el núcleo de su trama, es porque cree que su figura nos interpela. De hecho, en el magnífico giro final de la novela, Hitler interpreta un papel inesperado, y lo hace dirigiéndose a los personajes de DeLillo tanto como al lector. Sobre esto no seré muy explícito, porque no quiero introducir lo que suele llamarse un spoiler, pero digamos que ver al dictador parodiando su parodia es uno de los grandes hallazgos de la narrativa delilliana. Después de eso, uno puede imaginarse a un capitoste de Standard & Poor's disfrazado de pensionista griego.

En Fascinación, el humor de DeLillo explota aquí y allá con la dosis de absurdo habitual, como cuando alguien dice de los sicarios contratados para matarle: “me alegra saber que esos cabroncetes cuentan con empleo fijo”. Del mismo modo, su estilo profético funciona con la precisión deseable, y en la mezcla puntual de misticismo y violencia creo ver, aquí más que en otros libros suyos, trazas de Flannery O'Connor. Para los delillianos abundan los guiños a temas recurrentes, desde la alusión a una esposa que pasa el tiempo leyendo el informe Warren hasta esta afirmación: “todas las conspiraciones comienzan mediante una autorrepresión individual”.

Y en fin, DeLillo retrata en su protagonista Glen Selvy a un individuo pleno, consciente, empapado de fe. En Fascinación, queda claro que a un individuo así sólo pueden aguardarle uno de estos destinos: la peregrinación al desierto y la muerte; o el ingreso en la Mafia, última institución tradicional y honesta. Bien.