Moravia
Con la llegada de un gran trasatlántico, el “Murray II”, al puerto de Buenos Aires en 1950, comienza Moravia, último trabajo de Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973). Son tiempos de exilio europeo masivo tras la Segunda Guerra Mundial, y casi con un logrado golpe de cámara seguimos el descenso a tierra de los protagonistas: un bandoneonista de tango (Juan Kosic), su esposa checa y la pequeña hija. Pronto sabremos que se trata de un regreso a la Argentina tras quince años en Nueva Orleans, lugar donde el músico alcanzó fama en una importante orquesta tras enfrentar muchas penalidades y haber comenzado como “lavacopas”.
El regreso es en realidad una obsesión, un plan meditado durante años: aparecer rico y famoso en la casa natal de la que fue expulsado por la madre (también de origen checo), un hogar miserable en medio de la nada, la Colonia Buen Respiro, en Rincón del Gaucho. Lo que Marcelo Luján articula y desarrolla procede de una breve referencia de Albert Camus en El extranjero. Luján reconoce el préstamo al final del libro. Su talento estriba en el despliegue minucioso y poderoso de la ocurrencia.
Se aprecia pronto el gusto del autor por relatar y detallar, su don para el suspense emerge ya en el interrogatorio inicial. El autor da con soltura el color de época, el tejido social de esta Argentina de Perón y Evita. Pero el texto también cobra a tramos el aire de una fábula centroeuropea checa, al remontarse a los orígenes familiares del matrimonio protagonista en tiempos de entreguerras y guerras. El nazismo aparece como el gran cercenador de las vidas de aquellos hombres, algo que queda ejemplarizado en el trágico final del abuelo Pavel frente a la patrulla nazi. El duro desarraigo y la difícil superación personal a través de la búsqueda de oportunidades propicias serán grandes temas en manos de Luján.
Grande es también la descripción del arduo y largo trayecto en tren desde la capital hasta ese pueblo olvidado donde se espera la recompensa moral y donde “el sol, literalmente, rajaba la tierra”. Bien dadas las notas de la perplejidad que el carácter latino produce en la esposa checa: “sus modos, sus gestos, sus despilfarros, la afición por esbozar sonrisas aunque el cielo soltara truenos y centellas”. Moravia es, en suma, una narración poderosamente cimentada y resuelta, que va creciendo en suspense hacia una inesperada crónica negra en un espacio fantasmal que consigue aterrarnos: “Afuera la noche empezaba a ganarle la pulseada a la tarde. Son largos los días de febrero en el sur del mundo. Larga la estela y largo el ladrido, larga la paciencia: larga como la esperanza de los pobres, que se pasan los años aguardando lo que nunca llega”.