¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar?
Con Antonio Lobo Antunes, como antes con Saramago, parece haberse conjurado por fin aquella especie de maldición por la que en España vivíamos bochornosamente al margen de las letras portuguesas. Sus novelas son inmediatamente traducidas, y este nuevo título viene acompañado de algunas declaraciones del autor en el sentido de que se trata de un libro ideal para dar trabajo a los críticos. No podría ser de otro modo, en la medida en que leamos las obras sobre las que escribimos, porque Lobo gusta escribir novelas “que dan trabajo”. Y esta idea suya, congruente con la poética faulkneriana que lo caracteriza, se resume en estas palabras: “Creo que los libros no hablan, sino que escuchan; somos los lectores los que hablamos”.
Leer ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? encierra, efectivamente, una cierta dificultad por su condición de novela lírica, el sello de marca del escritor. La textura estilística de su prosa le confiere una limitada eficacia narrativa por el predominio de reiteraciones o refranes que marcan un ritmo recurrente, por el relato no lineal que las distintas voces narrativas desarrollan al arbitrio de sus respectivos flujos de conciencia y de los recuerdos, por la ausencia de una información trabada que, como en Faulkner, el lector ha de suplir con su cooperación diligente.
En esta novela hay dos de aquellos refranes, que en la página 89 aparecen unidos en una misma frase. El primero es el que le da título, y posee un indudable empaque poético. Pero no menos reiterado es el segundo, “qué tristes las casas a las tres de la tarde”, de alcance más modesto, pues parece apuntar a la monotonía de la vida de una familia tronada. Si en ello residen dos símbolos, la grandeza del primero no acaba de trascender la domesticidad del segundo. Porque para Lobo Antunes los personajes, lejos de contener sustancia en sí mismos, son un mero recurso para atraer al lector “hacia símbolos más profundos” porque “las grandes narraciones son siempre simbólicas”.
Lo que no es tan dificultoso es identificar el esquema básico de la historia narrada y su estructura polifónica. En este sentido, estamos ante una reescritura del Manual de inquisidores, traducido en 1998. Allí todo se centra en el ministro salazarista don Francisco que agoniza en un hospital lisboeta. Al relato de esta especie de señor feudal que desde su quinta de Palmela ejercía una tiranía intemporal sobre todos cuantos lo rodeaban se añaden los de sus hijos y el ama de llaves. En ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar?, contrafactualmente, la que agoniza es la sufrida esposa de un terrateniente, propietario de toros bravos, tarambana, mujeriego y jugador que ha dilapidado la fortuna familiar, y son sus cinco hijos los que desgranan los recuerdos, así como Mercília, la criada que los crió.
La figura central de Manual de inquisidores se refiere a João, uno de los personajes polifónicos, como “el imbécil de mi hijo”, y en esta última novela Joãozinho es asimismo el vástago marginado de la familia, papel que en otra obra de Lobo Antunes le corresponde a Francisco, outsider drogadicto y artista enamorado. Me refiero al Auto de los condenados (2003) protagonizada por otro despótico terrateniente, Diogo, que muere en su predio de Monzaraz mientras que un pueblo cercano se celebra una corrida de toros. También este motivo se trasladará a ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? donde, sin demasiada pertinencia, a lo que alcanzo, se titulan sus cinco capítulos centrales con las suertes principales de la lidia.
Lo que da de pensar la lectura de la presente novela es la absoluta reiteración de todos y cada uno de sus componentes principales, tanto en lo referente a la historia narrada como a su desarrollo discursivo, incluida la dimensión metanarrativa y autorrefencial ya presente en Auto de los condenados. Ambas obras participan de una misma fenomenicidad ambigua. No son diarios, crónicas, ni tan siquiera un dossier o legajo. Los personajes cuyas voces y visiones alientan el relato de ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? hacen vagas referencias al acto de su propia narración, incluso por escrito, pero la novedad mayor consiste en que en vez de encomendarse, como antes, a la suprema autoridad de un autor demiurgo lo hacen a Antonio Lobo Antunes. Así escrito: con nombre y apellidos.