'Escaleras arriba y abajo'
La esfera de los libros publica este ensayo con aires de Downton Abbey de Jeremy Musson
10 septiembre, 2012 02:00Jeremy Musson.
En 'Escaleras arriba y abajo. Historia de los criados en las casas de campo inglesas' (La esfera de los libros), Jeremy Musson se adentra en las mansiones británicas para explorar las vidas de los sirvientes, artífices de la impecabilidad con la que funcionaba todo en los hogares de los aristócratas. Su vida diaria, desde la Edad Media hasta nuestros días, se refleja mediante cartas, memorias y otros documentos. La rigidez del protocolo y de la jerarquía entre los propios empleados, las tareas que tenían que cumplir desde el amanecer hasta que los patrones se fueran a dormir son algunos de los aspectos que analiza Musson, pero también cómo pasaban su tiempo libre e incluso algún que otro escándalo protagonizado por el servicio.Según el famoso Diccionario de la lengua inglesa de Johnson de 1755, un sirviente es «aquel que atiende a otro y actúa a sus órdenes». Resulta curioso pensar que hasta la década de los cincuenta del siglo pasado la palabra era tan común como cualquier otra en el campo semántico de la administración de la casa entre las clases altas y medias, pero en los sesenta y los setenta prácticamente había desaparecido del vocabulario habitual. El diccionario Shorter de Oxford, publicado en 1979, ofrece una definición casi idéntica a la de Johnson, si bien añade una segunda acepción proveniente del inglés tardomedieval: «Persona que tiene la obligación de ofrecer determinados servicios y obedecer las órdenes de otra persona o grupo de personas, a cambio de un salario o jornal».
Así pues, la palabra «sirviente» ha englobado tradicionalmente el estatus del aprendiz de un oficio en relación con su maestro, y a menudo se extendía a otros emplea - dos. El término «sirviente doméstico» parecería haber surgido para diferenciarse de la acepción cada vez más extendida de sirviente «público», es decir, de funcionario del gobierno. Quienes disfrutan hoy recorriendo las casas de campo comprenderán que el servicio es parte imprescindible de su historia. Igual que las grandes máquinas, estas casas albergaban reuniones públicas y privadas, al ser lugares de residencia y de recepción, así como sedes políticas y de administración estatal. Además de acomodar a la familia propietaria, se construían para albergar a un amplio cuerpo doméstico que llevaba la casa, y cuyas responsabilidades abarcaban desde proveer alimentación, calor y luz, hasta el mantenimiento del contenido y el mobiliario de valor que requería una atención constante.
Este libro se centra en el servicio doméstico de las grandes casas de campo, y no tanto de las residencias urbanas y de clase media El primer capítulo empieza con el siglo XV, y a partir del XVII se dedica un capítulo a cada centuria. Evidentemente, los dos que tratan el período que abarca hasta 1700 son más bien un repaso centrado en el servicio de grandes residencias, analizando su vida y su trabajo a través de fuentes bastante limitadas. A partir del siglo XVII, empezamos a tener un conocimiento más real de las complejas vidas y responsabilidades de los sirvientes en las casas de campo, gracias a memorias y cartas como las de la familia Verney, y obras de autores como Hannah Wolley. Los capítulos dedicados a los siglos XVIII y XIX se centran de manera especial en los distintos roles y responsabilidades del sirviente, identificándolos a través de tratados, listas de jornales y normativas domésticas, junto con cartas y diarios publicados e inéditos, tanto de empleados como de señores. A partir del siglo XX y hasta nuestros días, esta obra se basa más en memorias actuales, incluidas entrevistas con varios empleados domésticos retirados y aún en servicio, así como con propietarios de casas de campo repartidos por toda la geografía británica. Estas memorias vivas nos permiten ver cómo funcionaban las grandes casas en el pasado y cómo lo hacen hasta el día de hoy. A menudo nos llevan al período de entreguerra, cuando los sirvientes de más edad habían aprendido el oficio en la época eduardiana.
Uno de los temas recurrentes es el cambiante papel de ambos sexos en el servicio. Por ejemplo, en la Edad Media y la época Tudor, la mayoría del servicio era masculino, incluso en las cocinas, pero a partir de finales del siglo XVII, empezó a haber más sirvientas que sirvientes, y el ama de llaves se hizo con tareas fundamentales en el funcionamiento de la casa, supervisando el trabajo de las sirvientas, como apoderada de la señora. Las labores de limpieza, cocina, lavandería y la lechería se convirtieron en responsabilidades casi exclusivamente femeninas, y podría decirse que las dos últimas siguen siéndolo hoy, a pesar del impacto de la tecnología. Otro asunto destacado es la diferencia entre la casa visible y la casa invisible. En las casas medievales y Tudor había ideales profundamente arraigados que exigían la visibilidad del servicio y defendían una hospitalidad más pública, pero en el siglo XVII el creciente deseo de intimidad trajo consigo un alejamiento de los sirvientes de menor rango de los lugares ocupados por la familia del propietario. Esta separación se logró por medio de divisiones arquitectónicas y a través de la propia organización de la casa. Fue entonces cuando aparecieron las primeras escaleras y comedores reservados para los sirvientes y las campanillas para llamar al servicio.
A partir de 1777 y hasta 1930, los sirvientes varones, especialmente los lacayos, estuvieron sujetos a impuestos, y en los archivos de algunas casas de campo aún se puede encontrar rarezas como las «licencias para perros, sirvientes y blasones». Pero además de aportar su majestuosa presencia vestidos con sus uniformes de colores ricos, conocidos como librea, y sus pelucas empolvadas, los lacayos desempeñaban funciones prácticas, como guardaespaldas y acompañantes en los carruajes, cuando no hacían de mensajeros. Sus responsabilidades manuales diarias, como limpiar la plata y la cristalería fina, eran supervisadas por el mayordomo. La creciente especialización del servicio doméstico, por la que ciertas tareas se fueron vinculando con áreas concretas dentro de la casa y dentro de la zona del servicio, es un rasgo distintivo de los siglos XIX y XX. Es entonces cuando la hospitalidad y la organización de las casas de campo alcanzan su máximo esplendor y se ganan la admiración de los visitantes extranjeros. El comienzo de la Primera Guerra Mundial desencadenó una inevitable disminución en el número de empleados domésticos (por razones económicas, entre otras cosas), y la Segunda Guerra Mundial marcó un hito aún más significativo.
No cabe duda de que la aparente desaparición del estilo de vida de la casa de campo atendida por un servicio conforme avanza el siglo XX, y a pesar de haber sido un elemento definitorio de la imagen británica en los siglos precedentes, es un tema fascinante por sí mismo. Sin embargo, ¿fue este un corte tan radical? Varias casas de campo mantuvieron cuerpos de casa sorprendentemente extensos hasta los años sesenta, y algunos, incluso más. La dramática imagen de la procesión funeraria tras la muerte de Andrew Cavendish, XI duque de Devonshire, en mayo de 2004, es un elocuente testimonio de la existencia de casas de campo con un personal muy completo y cuyos propietarios siguen disfrutando del servicio de personas preparadas e implicadas que se enorgullecen al máximo de su papel.
Cabe recordar que en la Edad Media, los empleados domésticos de mayor rango, ya de por sí pequeños propietarios, aceptaban gustosos su estatus como sirvientes de un noble. La palabra no tenía el estigma social que empezó a lastrarla a principios y mediados del siglo XX. Es más, hasta el siglo XVIII, curiosamente la palabra «familia» se utilizaba también para referirse a todas las personas que vivían bajo el mismo techo, englobando a todos los empleados que residían en la casa, aunque se utilizaba con la acepción latina legal que alude a todas las personas bajo la autoridad del páter familias.
A partir de finales del siglo XVII, los sirvientes empezaron a buscar la manera de progresar, ya fuera con un trabajo nuevo o mejor, a veces incluso dejando de lado el servicio doméstico, aunque la palabra «sirviente» seguía utilizándose para hacer referencia a hombres y mujeres con gran experiencia y habilidad, como los administradores, los cocineros franceses y las amas de llaves. Es más, el mundo del servicio doméstico estaba sujeto a una enorme jerarquización interna, reflejada en diferentes códigos, como el tratamiento, la indumentaria, las comidas y el alojamiento. Cuanto mayor fuera el sirviente, más estatus tendría y más retribuciones disfrutaría por su posición. Y, evidentemente, los puestos con más beneficios extra resultaban especialmente atrayentes. En 1825, un lacayo podía ganar 24 libras al año y tenía alojamiento, vestuario y gran parte de la comida gratis (además de posibles propinas), lo cual es bastante en comparación con el salario medio de un agricultor, que rondaba los 11 chelines a la semana, con alguna mejora en temporada de cosecha, y teniendo en cuenta que con eso tenía que cubrir su alimentación y vestuario, el de la familia y pagar el alquiler.
En la década de 1870, un cocinero francés podía ganar hasta 120 libras anuales en una casa de campo, mientras que un mayordomo se tenía que conformar con unas 80. El sueldo de los lacayos más jóvenes rondaría las 28 libras al año, más comida, alojamiento y una asignación para ropa y polvos para el peinado. Estos datos sitúan a los sirvientes de las casas de campo muy lejos de los trabajadores industriales, peor pagados en aquella época. Un estudio de la mano de obra realizado en Salford en la década de 1880 sugiere que más del 60 por ciento de los trabajadores de la industria vivían en la pobreza, con un salario inferior a los 4 chelines semanales para costearse cobijo, vestuario y comida.
Un tema fundamental y recurrente a lo largo de los siglos es la interdependencia dentro del mundo de las casas de campo. Muchos sirvientes trabajaban para la misma familia durante prácticamente toda su vida, y en muchos casos surgió entre ellos un enorme apego, lealtad y respeto mutuos. Para encontrar un ejemplo sumamente evocador y bastante conocido de este vínculo no hay más que acudir a la serie de retratos que encargó la familia Yorke durante el siglo XVII de sus sirvientes en Erddig, cerca de Wrexham (hoy propiedad del National Trust, el Patrimonio Nacional británico), y a los versos describiendo y celebrando su papel en la casa. De hecho, encargaron más retratos de sus sirvientes que de la propia familia.
Ya en la Edad Media podemos encontrar legados a empleados concretos como reconocimiento a la confianza y la lealtad demostrada, además de para asegurar su bienestar en la vejez. Después de la Edad Media, el cambio en la percepción de la libertad individual hizo que se replanteara el papel y la profesión del sirviente doméstico interno, cuya vida reglamentada y dependencia hacían posible la existencia de la casa de campo. Los desafíos al poder establecido de los terratenientes, unidos a los cambios derivados de la revolución individual y un renovado idealismo político, tuvieron un impacto significativo en la percepción de los sirvientes de su propio trabajo. A comienzos del siglo XIX la palabra ya había empezado a adoptar tintes negativos relacionados con la sumisión a un sistema de clases inflexible. Por ejemplo, William Tayler, lacayo de gran experiencia, escribía en su diario en 1837: «La vida del sirviente de un caballero es como la de un pájaro enjaulado. Está a refugio y bien alimentado, pero falto de libertad, y la libertad es el bien más preciado y dulce para todo inglés. Por tanto, preferiría ser un gorrión o una alondra, tener menos refugio y alimento, y disfrutar de más libertad».
Sin embargo, en otro comentario decía que no podía comprender el desprecio con el cual comerciantes y mecánicos miraban a los sirvientes domésticos cuando veían mucho más mundo que ellos, al estar expuestos al contacto con mayor variedad de gentes, mayor riqueza de experiencias y mayor movilidad. Independientemente del concepto que se tenga hoy en día del servicio doméstico, no cabe duda de que fue un elemento definitorio en la vida de las casas de campo durante siglos, y estas páginas ofrecen una muestra de la extraordinaria variedad de hombres y mujeres que pasaron por ellas y cuya aportación debería ser valorada como merece.