Image: Las crónicas del dolor

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Letras

Las crónicas del dolor

Melanie Thernstrom

19 octubre, 2012 02:00

Gálata moribundo, copia romana en mármol de una estatua helenística del siglo III A.C. Museos capitolinos (roma)

Traducción de Cecilia Ceriani. Anagrama. Barcelona, 2012. 510 páginas. 23'90 euros


Más de setenta millones de estadounidenses sufren algún tipo de dolor crónico. Un 44% de los norteamericanos sufre dolor con regularidad. La degradación de la calidad de vida de quienes padecen cáncer, diabetes, esclerosis múltiple o artritis se debe al dolor persistente. El coste económico del dolor persistente estaría por encima de los 100.000 millones de dólares anuales. A pesar de que el dolor es el principal motivo para acudir al médico en Estados Unidos, sólo hay colegiados 2.500 especialistas en medicina del dolor.

Con estos datos comienza Melanie Thernstrom (Boston, 1964) un libro que mezcla con ingenio ciencia, historia, periodismo de investigación y autobiografía. Una combinación de reportaje médico, crítica cultural y memoria personal que tiene en vilo al lector a lo largo de medio millar de páginas. Ya en la Universidad de Harvard, Thernstrom comenzó a ganarse fama de "chica lista y gótica". Su tesis senior fue un texto en el que daba cuenta de la misteriosa muerte y desaparición de su mejor amiga. Fascinado, su profesor de poesía consiguió que Pocket Books le diera un adelanto de 367.000 dólares y publicase su libro en 1990. El archirespetado Harold Bloom puso The Dead Girl por las nubes. Otro gurú de la crítica, Harold Brodkey, escribió que era mejor que A sangre fría de Truman Capote. En 1995 Thernstrom publicó, también con éxito de ventas, un segundo libro sobre otro asesinato entre estudiantes en Harvard. En la actualidad escribe en distintos medios norteamericanos.

El hilo conductor de esta fascinante historia es la narración en primera persona del dolor que de pronto se instala de modo permanente en nuestra autora. Todo comienza en el verano de 1993, cuando decide pasar unos días de vacaciones con su mejor amiga y su antiguo novio, del que con el tiempo Thernstrom acabará enamorada. En pleno coqueteo juvenil, se empeña en dejar de tomar el sol y cruzar a nado un lago que acabará exigiendo más esfuerzo físico del previsto.

Al salir del agua comienza a sentir un dolor en el hombro y en el brazo que se incorpora como un perro fiel a su vida. Un dolor que, como leemos en estas páginas, formará parte de su vida amorosa, de su trabajo o de cualquier otra actividad cotidiana. Esta exposición del yo agarra al lector, aunque su fuerza melodramática es tan fuerte que en ocasiones se desencaja del caudal central de una narración habitada sobre todo por el esfuerzo médico que a lo largo de la historia ha tratado de evitar el dolor en cualquiera de sus expresiones.

Para llevar al lector hasta el discurso que registra el enorme esfuerzo realizado por la ciencia para vencer la mordedura del dolor, Thernstrom muestra y clarifica los tres paradigmas que a lo largo de los años han servido para entender, interpretar y sufrir el dolor. En un primer estadio, el paradigma premoderno contempla el dolor como algo situado más allá de la experiencia corporal. Los premodernos lo ubican en el ámbito de lo espiritual, lo mágico y lo religioso. El dolor, o su ausencia, se interpreta como un gesto vinculado a la deidad. En este sentido, algo tan evidente como el uso de la anestesia en los partos tuvo un comienzo controvertido. Se rechazaba porque transgredía el mandato bíblico de parir con dolor.

Con los avances científicos, a mediados del siglo XIX, la influencia de Darwin modifica la percepción del dolor y comienza a interpretarse como un conjunto de señales cuya función consistía en avisar de la existencia de lesiones tisulares. De este modo, remediar la enfermedad significaba la desaparición del dolor. Esta relación de causa-efecto es eficaz para lidiar con dolores agudos. La sencillez del paradigma biológico era incapaz, sin embargo, de dar cuenta y razón de la enorme variedad de dolores que afligen al ser humano. Desde este paradigma funcionalista y darwiniano el dolor se consideraba un síntoma y no una enfermedad.

En el último tercio del pasado siglo fue cristalizando una síntesis de los presupuestos anteriores. El nuevo paradigma comenzó a considerar el dolor como una interacción extremadamente compleja entre el cerebro, el sistema nervioso central y el resto del cuerpo. Una enfermedad que debía tratarse como tal. Entender el dolor crónico como algo que afecta al cerebro y al sistema nervioso central, hace más inteligible su morfología y permite entender que muchos síndromes del dolor no tienen ni causas ni razones claras. Una osteoartritis demoledora puede cursar con un dolor leve, sin embargo ciertos cambios en una osteoartritis degenerativa pueden provocar un dolor agónico atroz. Afecciones comunes y corrientes pueden causar un dolor extraordinario en algunas personas sin que una resonancia magnética pueda apreciar con suficiente claridad el estado de los nervios que inervan la zona lesionada.

No obstante, las nuevas tecnologías han permitido un considerable avance en el conocimiento del cerebro y del sistema nervioso central. Las últimas técnicas de obtención de imágenes permiten ya visualizar el cerebro mientras experimenta dolor. A estos avances se añaden las técnicas de análisis genético capaces de identificar qué genes se activan ante el dolor.

El modelo actual considera el dolor como una percepción cerebral en la que influyen factores biológicos, psicológicos, sociológicos y culturales. Desde el nuevo paradigma se interpreta el dolor desde una perspectiva multidisciplinar aupada sobre los hombros de la digitalización.

Como ya hemos señalado, este volumen mezcla con audacia e información la experiencia de Thernstrom como sujeto del dolor con su extensa y profunda investigación. A las numerosas entrevistas realizadas a médicos y pacientes se añade una cuidadosa revisión bibliográfica de lo escrito en torno al dolor. Con una eficacia narrativa sorprendente, el lector se familiariza con los perfiles del intrépido grupo de médicos y científicos que trabaja en las fronteras de la neurobiología o de investigaciones tan punteras como las que ahora mismo se llevan a cabo sobre el efecto de los placebos en los pacientes con dolor crónico.

La ausencia de tecnicismos en este volumen permite al lector entender las diferencias entre distintos tipos de dolor en función de su localización (dolor abdominal, dolor de cabeza), tipo (punzante, lacerante), intensidad (leve, fuerte), agudo (aquel que dura poco tiempo, como el producido por un golpe), emocional (derivado de problemas familiares) o, por supuesto, crónico. Al mismo tiempo, se van desgranando otros tipos de dolor como el producido tras una amputación quirúrgica o traumática de una extremidad. Todo ello sin olvidar el conjunto de penalidades que acompañan de forma siniestra al dolor crónico, entre las que se encuentra la depresión. Thernstrom señala que entre un tercio y la mitad de las personas aquejadas de dolor crónico presentan un trastorno depresivo.

Un volumen extenso, fácil de leer y, en definitiva, una ventana abierta a una enfermedad por la que un buen número de seres y grupos huma nos han pasado o pasarán. En tan penosa circunstancia el bálsamo recomendado por estas páginas es amor y compañía.