Image: Cómo ser mujer

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Letras

Cómo ser mujer

Anagrama publica el nuevo libro de Caitlin Moran

8 julio, 2013 02:00

Caitlin Moran (Brighton, Reino Unido, 1975) es una columnista de 'The Times' que escribió su primer libro, 'The Chronicles of Narmo' a los 15 años de edad. Siendo la mayor de ocho hermanos tuvo que cuidarse de sí misma y pronto empezó a leer libros sobre el feminismo, sobre todo, para hacerle ver a su hermano, Eddie, que ella era científicamente superior. Con 'Cómo ser mujer' (Anagrama) ha sido premiada con el libro del año en los Galaxy National Book Awards siendo uno de los libros más exitosos de su país en los últimos años. ¿Cómo ser mujer? esa es la pregunta que se plantea Caitlin Moran y ese su objetivo a resolver mediante una gran ironía, desvergüenza y franqueza, basándose en su propia experiencia como mujer y desde un punto de vista feminista.

Aquí puede leer un extracto del capítulo 8 de 'Cómo ser mujer', de Caitlin Moran


Junto con la ropa interior, el amor es una tarea de las mujeres. Las mujeres se tienen que enamorar. Cuando hablamos de las grandes tragedias que pueden ocurrirle a una mujer, una vez descartadas la guerra y la enfermedad, la idea que más nos estremece es la de no ser amada, y por tanto que no nos necesiten. Es posible que Isabel I estableciera las bases del imperio británico, pero nunca se pudo casar: pobre y pálida reina cubierta de mercurio. Jennifer Aniston es una hermosa y triunfadora millonaria que vive en una casa junto a la playa, en Los Ángeles, y nunca tendrá que hacer cola para devolver unas botas en Topshop resfriada; y, sin embargo, toda su treintena se describió como la década en que no fue capaz de retener primero a Brad Pitt, y luego a John Mayer. La princesa Diana, ¡con tanta mala suerte! Cheryl Cole, ¡sola! Hilary Swank y Reese Witherspoon..., bueno, ganaron un Oscar, ¡pero sus maridos las abandonaron!

El lenguaje nos dice exactamente lo que pensamos sobre las mujeres sin pareja; todo está ahí, en la diferencia entre "solteros" y "solteronas". Para los solteros todo es un juego. Las solteronas se lo juegan todo en ello, y rápido. La ley de la demanda fija el valor de una mujer: si está soltera, nadie la quiere, por lo que, cuanto más se alargue ese estado, menos deseable se vuelve.

Así que, como las mujeres saben la importancia que se da al hecho de que tengan pareja, no es raro que se obsesionen con la idea del amor y de las relaciones. Pensamos en ello todo el tiempo. A veces, cuando explico a los hombres el modo en que las mujeres imaginan posibles relaciones, empiezan a sentirse muy, muy alarmados. Si comentas lo mismo con las mujeres, en cambio, te responderán con un ladrido avergonzado de reconocimiento.

Fíjate, por ejemplo, en la típica oficina o lugar de trabajo. Si la plantilla es mixta, habrá varios coqueteos en marcha, más o menos obvios para un observador curioso. Eso ya lo sabemos.

Pero, si existiera una especie de Casco Psíquico que permitiera leer los pensamientos de las mujeres, cualquier hombre que lo llevara se quedaría aterrorizado al descubrir el nivel oculto de locura femenina.

Mira a esa mujer de la esquina, una jefa de departamento completamente normal, nada psicótica, tranquila y agradable con todos los que trabajan con ella. Que se sepa, no le gusta nadie de la oficina. Parece estar escribiendo un largo e importante email. Pero ¿sabes lo que hace en realidad? Está pensando en ese tipo sentado cinco mesas más allá, con el que sólo ha hablado una decena de veces.

"Si nos fuéramos un fin de semana largo juntos, no podríamos ir a París..., ha estado allí con su ex novia", piensa. "Lo sé. Lo contó una vez. Me acuerdo. No pienso andar por el Louvre para que me compare a mí, con mi gabardina de primavera, con ella, con su gabardina de primavera. No es que vayamos a ir en primavera, de todas formas; teniendo en cuenta en qué punto está nuestra relación, si él diera un primer paso HOY, podríamos irnos de puente como muy pronto en...", cuenta con los dedos, "noviembre, y entonces llueve mucho y mi pelo se quedaría todo aplastado. Necesitaría un paraguas."

"Pero", continúa, tecleando enfadada, "entonces no podríamos ir de la mano, porque yo llevaría el paraguas en una mano y el bolso en la otra. Así que sería una mierda. ¡A MENOS QUE...! ¡A MENOS QUE... pudiera meter todo lo necesario en mis bolsillos! Entonces no tendría que llevar un bolso al Louvre. Pero entonces estaría sin medias de repuesto si me las salpican, y tendría que ir con las piernas al aire, y haría tanto frío que mis piernas se pondrían moradas, y yo estaría tan nerviosa cuando volviéramos a follar al hotel que intentaría taparlas con una toalla, y él pensaría que me estoy insinuando y yo dejaría de gustarle. ¡HAY QUE JODERSE! ¿POR QUÉ TIENE QUE LLEVARNOS A PARÍS EN NOVIEMBRE? LE ODIO."

El tipo ni siquiera le gusta. Apenas ha hablado con él. Si la invitara a tomar algo, probablemente diría que no. No le apetece lo más mínimo tener una relación con él. Y, sin embargo, cuando vuelva a hablar con ella, se mostrará muy cortante con él, que, ni en sus fantasías más salvajes y cargadas de opio, podrá adivinar jamás ni remotamente el motivo de su cambio de humor. Supondrá quizá, encogiéndose de hombros, que le va a venir la regla o sencillamente que tiene un mal día.

Nunca llegará a saber la simple verdad: que pasaron juntos un puente imaginario en París, que fue desastroso y acabó con su ruptura por culpa de unas medias.



Elucubro posibles relaciones todo el tiempo. Todo el tiempo. Santo Dios, en mi adolescencia, me ponía jodidamente trágica al respecto. Casi no existía en el mundo real. Vivía en una especie de... Narnia del sexo. Mi vida amorosa estaba llena, era emocionante y totalmente imaginaria.

Mi primera relación fue con un famoso humorista del momento, y ocurrió desde el principio hasta el fin en mi imaginación. Nunca le conocí, ni hablé con él, ni coincidimos en la misma habitación; y, sin embargo, en el tren de Wolverhampton a Londres Euston tuve una de las relaciones más intensas de mi vida: todo ilusorio. Naturalmente, nos conocimos en una fiesta, pensé. Bromeamos, como en Luna nueva, y nos divertimos tanto que empezamos a escribir juntos antes de, finalmente, graduarnos como amantes apasionados e ingeniosos.

Mientras el tren cruzaba a toda velocidad Coventry, imaginé nuestra casa, nuestras cenas con amigos, nuestro círculo social, nuestras mascotas. Cuando llegué a Rugby, estábamos apareciendo juntos en Wogan, hablando de nuestro último proyecto: una inocente comedia romántica que arrasaba en ese momento en taquilla.

-Pero mientras escribíais el guión vivisteis una gran tragedia, ¿no es así? -pregunta Terry Wogan, inclinándose hacia delante y poniendo su cara "sensible".

-Sí, Terry -contesto, al borde de las lágrimas. Puedo sentir cómo la cámara 1 se me acerca para un primer plano-. Cuando estábamos en la mitad del guión, perdimos... perdimos a nuestro primer bebé. Me quedé destrozada. Habría sido tan querido, lo deseábamos tanto. Vivir una pérdida así es como... tener una trampilla abierta en el corazón.

El famoso humorista me rodea con su brazo, en silencio.

-Caitlin fue asombrosa -dice, enjugándose los ojos con el puño de la camisa-. En ningún momento renunció a escribir el guión. Durante el día era una leona. Pero por la noche... por la noche llorábamos hasta caer rendidos.

Se convirtió en una de las entrevistas más famosas de la carrera de Wogan, debido en gran parte a que la cámara también captó una lágrima en su mejilla, mientras ponía fin a la entrevista para acercarse a PJ & Duncan, que tocaban su nuevo tema: "Let's Get Ready to Rhumble".

Imaginando todo esto, me entró tal congoja que, cuando llegué a Euston, tuve que ir al baño de señoras y meter la cabeza bajo el grifo de agua fría. Todavía hoy, diecisiete años después, me pongo de lo más sensiblera al recordarlo. En muchos sentidos, sigue siendo una de las relaciones más memorables de mi vida. En un viaje de hora y media conocí al amor de mi vida, gané un Oscar, perdí un bebé, sufrí, hice que asomara una lágrima al rostro de Terry Wogan en el horario de mayor audiencia de la BBC1, e inspiré el segundo single de PJ & Duncan "Too Many Tears (For a Beautiful Lady)".

Cuando se convertía en Número uno en Navidad, el vídeo mostraba una foto mía en blanco y negro con un marco ricamente labrado, con aire señorial; y PJ & Duncan me dedicaban el tema, en la nieve.

Ya sé que todo esto suena a chifladura. Y quizá sea un ejemplo algo exagerado. Algo. Y generó una situación un poco delicada cuando, finalmente, conocí al humorista en una fiesta: una amiga, dándose cuenta de que estaba borracha, tuvo que sacarme a rastras de la habitación, diciendo: "¡NO LE DIGAS NADA! ¡RECUERDA QUE SÓLO OCURRIÓ EN TU CABEZA! ¡NO TIENES NADA REAL QUE REMEMORAR CON ÉL!"

Pero casi todas las mujeres que conozco tienen una historia más o menos parecida; en realidad, docenas: historias en las que se obsesionan con un famoso, un compañero del trabajo o alguien que conocieron vagamente durante años; y viven una existencia paralela en su cabeza, evocando tramas y escenarios sin fin para algo que nunca ha sucedido.

Los días en que tengo que racionalizar estas locuras, pienso que todos estos intensos enamoramientos son subproductos evolutivos necesarios para ser una mujer. Como nuestra ventana de fertilidad es tan corta (permitiéndonos quizá unas cuantas relaciones serias potencialmente reproductivas antes de la menopausia), estas fantasías serias son en realidad "ensayos" que permiten a las mujeres vivir toda clase de relaciones posibles en su imaginación, para ver si a la larga podrían o no funcionar. Como un ordenador que analizara algoritmos.

Pero esta capacidad febril de tener relaciones intensas e imaginarias a menudo se extiende a las relaciones que existen de verdad, difuminando la línea que separa la relación real y la imaginada. Algunas veces, esto es completamente inofensivo. ¿Quién no tiene una amiga que venera a su amado con una pasión incomprensible para todo aquel que los conoce? Antes de presentártelo, habla de él como si fuera una mezcla de Indiana Jones, Barack Obama y El Doctor Who. Cuando finalmente lo conoces, resulta ser una cosa menuda y silenciosa, una especie de alubia cocida con gafas que carraspea.

No puedo creer que me haya comprometido a pasar el fin de semana con ellos, piensas, dolorosamente, sirviéndote un café triple. "Está saliendo con el Bony King de Nowhere.com."

Y otras veces, por supuesto, esta capacidad de vivir relaciones imaginarias no ayuda nada en las historias reales que, por el motivo que sea, son insatisfactorias, poco estables o sin importancia.

En cuanto mis amigas y yo empezamos a tener citas reales, entramos en una paradoja agotadora: la convicción de que, en el amor, nada es como parece. La idea de que es normal que un hombre esté loco por ti y desee pasar el resto de su vida contigo, pero lo demuestre de un modo tan variado y sutil que sólo las más dotadas y decididas comprenderán sus verdaderos deseos. Como si esto fuera El código Da Vinci, y un hombre que te invitara a cenar, se diera el lote contigo y no volviera a llamarte en dos semanas, te estuviese lanzando un reto secreto que, con unas cuantas operaciones aritméticas, la consulta de viejos pergaminos y algunas llantinas por teléfono a tus amigas, pudieras descodificar para, finalmente, casarte con él; es decir, ganar.

-Escucha este correo electrónico -dice una amiga-. Ha escrito: "Rachel, ¡me encantó verte! ¡Gran noche! Deberíamos repetirlo algún día." Eso sí que es no comprometerse, ¿verdad?

-Realmente suena poco comprometido, sí -coincido con ella.

-Pero, mira -continúa Rachel, con ese tono especial y "un poco desquiciado" de las mujeres en este tipo de conversaciones-, lo ha enviado a las cuatro de la tarde.

Se calla. Doy una especie de resoplido.

-¡A las cuatro de la tarde! -repite-. Así que ¡aún debía de estar en el trabajo cuando lo envió! Quizá le preocupara que alguien lo leyese por encima de su hombro, y por eso se ha mostrado un poco frío, adrede. Además, ha escrito "XXX" al final. Es su forma de darle un toque más íntimo, ¿no?

-Rachel -le digo-. Tú escribes "XXX" al final de los correos electrónicos que mandas a Hacienda. Todo el mundo se despide así.

-He mirado en su página de Facebook, y ha cambiado su lista de Canciones Favoritas e incluido "Here Comes The Hotstepper" de Ini Kamoze. ¡Y ESTUVIMOS HABLANDO DE INI KAMOZE EN LA CENA!

-Rachel, creo que si le gustaras habría... pasado más tiempo contigo, y te habría dicho cosas como "me encantas" -digo.

-Pero ¿no te parece... significativo, a pesar de todo? -suplica Rachel-. No creo que uno cambie su lista de Facebook SIN NINGÚN MOTIVO. Es un mensaje para mí.

Una hora más tarde, dejo de intentar convencerla de que nada de eso significa algo. Es inútil. Ni siquiera gritarle "¡NO ESTÁ POR TI!" mientras suena un claxon da resultado. Ella es una chica Matrix que trata de coger esas balas invisibles y a cámara lenta que los que estamos fuera de la película no vemos.

Siempre sabes si una mujer está con el hombre equivocado, pues ella tiene mucho que decir sobre el hecho de que no esté pasando nada.

Cuando una mujer encuentra al hombre ideal, por otra parte, los dos... desaparecen seis meses para luego reaparecer con los ojos brillantes y, generalmente, casi tres kilos más.

-Y, dime, ¿cómo es? -preguntarás, esperando el típico aluvión de cosas que él dice y que él hace, y que te pidan tu opinión sobre el hecho de que su película favorita sea La guerra de las galaxias ("¿Atrapado en la adolescencia... o en contacto con el niño que lleva dentro?").

Pero se quedará extrañamente callada.

-Es... bueno -dirá-. Soy tan feliz.

Cuatro horas después, cuando esté completamente borracha, te contará con una franqueza asombrosa lo maravilloso que es en la cama.

-En serio, el tamaño de su pene está en el límite de una urgencia médica -dirá con una alegría intolerable.

Y ahí se acabará la conversación. Normalmente para siempre. Dejas de hablar de las cosas cuando las resuelves. Ya no eres una observadora, sino alguien que participa. Estás demasiado ocupada para esas gilipolleces.