Image: Pan, educación, libertad

Image: Pan, educación, libertad

Letras

Pan, educación, libertad

Petros Markaris (Estambul, 1937) retrata una Grecia que ha vuelto al dracma, la antigua moneda griega. En estos tiempos difíciles aparece un grupo neonazi y los agentes policiales investigan asesinatos.

19 agosto, 2013 02:00

Petro Markaris

Comienza el año 2014 en Grecia, un país en bancarrota que regrasa al dracma. Al igual, España vuelve a las pesetas. Por esas fechas, Jaritos y su familia comienzan a estar en una situación delicada debido a que no van a cobrar la nómina en los próximos tres meses. La paralización económica y el empobrecimiento del país traen consigo un aumento de la solidaridad hacia los desfavorecidos, pero también, peligrosamente, de los movimientos neonazis. Con esta situación, encuentran el cuerpo sin vida de un contratista de obras adinerado. Un hombre maduro que había participado en los 'Hechos de la Politécnica', en 1973, cuando los estudiantes se rebelaron contra la dictadura de los Coroneles. Junto con el cadáver hay un teléfono móvil que emite el lema que los estudiantes voceaban: 'Pan, educación, libertad'. ¿Ha regresado el país a aquellos negros tiempos? ¿Siguen siendo válidas las consignas y reivindicaciones de aquellos antiguos estudiantes? ¿O algo más se esconde detrás de ese asesinato? La aparición de un segundo cadáver quizá ayude a Jaritos y a su diezmado grupo de agentes de policía.
Aquí pueden leer el primer capítulo de 'Pan, educación, libertad' (Tusquets) de Petros Markaris.


Lo sostiene en la mano izquierda mientras la palma de la mano derecha se desliza suavemente sobre él, como si quisiera alisar un papel arrugado. La mano le tiembla al tocarlo.
-¿Podéis creéroslo? Llegué a echarlo de menos -murmura.
Lo que tiene en la mano es un billete de mil dracmas, idéntico a los que teníamos antes, con el Discóbolo de Mirón impreso en una cara.
-Mamá... Con este billete de mil, mañana no podrás pagar ni un café -le dice Katerina.
«Mañana» es el 1 de enero de 2014. Hoy es el último día de 2013 y estamos a punto de cortar el pastel de Nochevieja en compañía de Fanis, Katerina y nuestros consuegros, Sevastí y Pródromos.
-Piensa que es mucho más apetecible cobrar mil dracmas que tres euros por un café -le contesta Adrianí.
-Sí, pero ahora un euro equivale a quinientos dracmas.
-No le amargues la noche -le susurra Fanis.
-Es que mañana le amargarán el día -replica Katerina a Fanis.
-Déjalo para mañana, entonces -le contesta Fanis en tono cortante.
-Katerina, nosotros ya hemos vivido todo esto y estamos inmunizados
-interviene mi consuegra, Sevastí-. ¿Sabes cuántos miles de dracmas tenía que pagar mi madre por una oká de arroz cuando terminó la guerra civil? Pródromos, ¿recuerdas cuánto costaba una oká de arroz antes de la devaluación de Markesinis?
-Sí, claro. ¿Y por qué no me preguntas cuántos cañones tenía el acorazado Avérof? -contesta Pródromos.
Aquí termina la conversación, porque Adrianí se dirige a la cocina para buscar el pastel y los frutos secos, y Katerina, como siempre, corre detrás para ayudarla. Personalmente, estoy indeciso, y no quiero participar en la discusión hasta ver hacia dónde se inclina la balanza. Comprendo la ansiedad de Katerina ante la transición del euro al dracma.
También puedo comprender la serenidad de Adrianí y de Sevastí. Piensan que las pasamos crudas con el dracma y que, sin embargo, sobrevivimos. De acuerdo, sí, pero ahora estamos hablando de abandonar un piso para ir a vivir en una buhardilla o un pequeño estudio. No es moco de pavo. Adrianí y Katerina reaparecen cual camareras de un restaurante de lujo, llevando cada una la mitad de los manjares. Apenas los depositan en la mesa cuando suena el timbre y aparece Zisis. La decisión de invitarle fue unánime, para no dejarle solo en Nochevieja, apesadumbrado y haciéndose a la idea de que, a partir de mañana, la miseria que cobra de pensión quedará en nada. Sin embargo, sus miserias de mañana no le han impedido traernos un frutero como regalo.
Su regalo sirve de pretexto para que nosotros nos intercambiemos los nuestros.
-Estos regalos tienen un valor simbólico -comenta Adrianí-. Son los últimos que hemos comprado con euros.
-Por eso te he comprado algo que te será muy útil -dice Katerina a su madre mientras le entrega su regalo.
Adrianí abre el envoltorio y saca un grueso monedero.
-Tiene muchos bolsillitos, para que separes bien los dracmas -le dice Katerina riendo.
-Volvemos a los monederos con muchos bolsillos vacíos -dice Adrianí.
-¿Tú no dices nada? -pregunto a Zisis. -¿Qué puedo decir?
-Que se puede vivir con poco dinero. Tú dominas este arte.
-Se puede, pero no es fácil. Quizá pongamos buena cara almal tiempo para conservar la dignidad, pero fácil no es.
Es la primera vez que Lambros deja traslucir sus dificultades para salir adelante. El resto de los regalos son los típicos de Nochevieja. Jerséis, camisas, blusas, corbatas... Hasta que Katerina se me acerca con una gran bolsa de plástico, que deja delante de mí.
-Aquí tienes tu regalo, de mi parte y de parte de Fanis.
Miro la bolsa de plástico tratando de adivinar qué puede haber dentro, al tiempo que pillo a Fanis y a Katerina riéndose por lo bajo. Al abrirla, aparece el embalaje de un ordenador portátil. El descubrimiento viene acompañado de una felicitación general, mientras yo me quedo mirando el ordenador como un pasmarote.
-¿Qué se supone que debo hacer con él? -pregunto desconcertado.
-Ya es hora de que tengas tu propio ordenador y no dependas tanto de Kula.
-¿Habéis gastado vuestros últimos euros para comprarme un ordenador e independizarme de Kula? Yo no sé nada de ordenadores. Ni siquiera sé utilizar una máquina de escribir. Siempre lo he escrito todo a mano.
-No es difícil, Kula te enseñará -lo tranquiliza Katerina.
Se me ocurre que, si hubiera ascendido a subdirector de policía, tendría ya un portátil, que es el kit con el que viene ese cargo. Pero ni yo ni Guikas conseguimos el ascenso. Hubo cambio de gobierno y los nuevos colocaron a su gente.
«Se ha ido todo al garete, Kostas. Lo había calculado todo menos que hubiese elecciones. Reconozco que tengo mis contactos, sólo que en estos momentos hay que tener contactos en todos los partidos. Esto es imposible en la práctica», me dijo Guikas, soliviantado, mientras yo me preguntaba si se sulfuraba por mí o por sí mismo. En cualquier caso, los dos nos llevamos un chasco. Como decía mi padre: «Espera sentado». No es que me importara demasiado el ascenso, pero no me habría importado cobrar un fajo más grande de dracmas a final de mes.

Dejo a un lado los pensamientos desagradables y me acerco a la mesa, donde se han reunido todos para cortar el pastel. Empiezo a marcar la cruz con el cuchillo al tiempo que comienzan a sonar los villancicos en la tele. Sigo fielmente el ritual y reparto los trozos. Todos empiezan a rebuscar en su porción con los dedos para ver si les ha tocado la moneda hasta que Zisis anuncia:
-¡Aquí está! ¡Me ha tocado a mí!
-Enhorabuena, éste será tu año de suerte -exclama Katerina en medio de los vítores generalizados. -Si es señal de buena suerte, pues la verdad es que llega tarde -responde riéndose Zisis, que recibe las felicitaciones de todos con su tímida sonrisa.
-¡Dios mío! ¿Qué es esto? -grita Adrianí de repente. La pantalla del televisor está llena de papelitos volantes. La fiesta en la plaza de Sintagma ha desaparecido, no se ve nada.
-¡Si son dracmas! -exclama Sevastí.
Es cierto, los papelitos son falsos billetes de cien, de mil y de cinco mil dracmas.
-¡Llueven dracmas! -grita con entusiasmo el presentador mientras el público reunido en la plaza vitorea y aplaude exaltado.
-Se han vuelto locos. Celebran nuestra ruina -comenta Pródromos.
-¿Por qué no vamos a verlo de cerca? -propone Sevastí.
-¡Sí, vayamos, será divertido! -exclama Adrianí.
-Tenemos dos coches, cabemos todos -dice Fanis, y su expresión proclama que él también quiere disfrutar del espectáculo.

Sin embargo, el problema no son los coches, sino el tráfico que encontraremos camino de Sintagma. Mis temores resultan infundados, porque se puede circular por Spiru Merkuri. Torcemos a la izquierda en la avenida Rey Konstantinos para llegar a la plaza Riyilis, que está más cerca de Sintagma. A la altura de la Escuela de Oficiales nos detiene un agente de tráfico.
-No continúen, señor comisario. Reina Sofía está cerrada a la altura de Kumbari.
-¿Podemos dejar los coches aquí? Es el mío y el de mi yerno.
-Déjenlos, ya se los vigilo yo. Regalo de un colega -concluye con una risa, para recordarme que el soborno, nuestra moneda nacional, seguirá vigente cuando llegue el dracma.

En la avenida Reina Sofía hay pocos peatones y se camina sin dificultades. La multitud se hace más compacta a la altura de la calle Solón, y ya resulta imposible transitar cuando llegamos al hotelGran Bretaña. Nos detenemos delante del hotel y observamos un nuevo aluvión de papelitos que se esparce por el cielo como si fueran palomas.
-Esto son pesetas -explica el presentador desde la balconada-.
Un homenaje a nuestros amigos españoles, que hoy celebran lo mismo que nosotros. La orquesta empieza a tocar una canción española mientras, en la acera de enfrente, un grupo de chicas baila frenéticamente al son de la música con la mirada fija en lo alto del hotel.
-Veo que os estáis divirtiendo -les dice Adrianí.
-Allá arriba, en la terraza del hotel, hay un equipo de la televisión alemana que nos está grabando-explica una veinteañera rubia-. Queremos que vean que pasamos de ellos y que seguiremos divirtiéndonos aunque tengamos el dracma. Ellos no saben lo que es divertirse.
-Pues yo veo que hace tiempo que se lo pasan muy bien con nuestra desgracia. Es increíble -murmura Katerina.
Zisis la toma del brazo.
-Cuando los nuestros tuvieron que huir del país, siguiendo los pasos de los últimos jirones del Ejército Democrático, celebraban que pronto regresarían a la patria, antes incluso de llegar a su exilio en Taskent -le susurra, para que no le oigamos los demás-. Sólo al llegar se dieron cuenta de que les esperaban años terribles.
-Esto no es una celebración, tío Lambros. Esto es odio -le dice Fanis-. Cien años después de la primera guerra mundial, el odio vuelve a apoderarse de Europa.
Un nuevo aluvión de papelitos se arremolina en el cielo.
-Esto son liras para nuestros amigos italianos. Para que sepan que estamos a su lado y nos acordamos de ellos. Una canción italiana sustituye a la española.
-¿Puedo hacerle una pregunta, señor? -dice un negro con pinta de turista que está a mi lado, con su mujer, contemplando el espectáculo.
-Adelante, pregunte lo que quiera.
-Mi mujer y yo dimos cinco mil dollars para cambiar a euros.
Ahora está el dracma. ¿Cinco mil dollars, para acabar con dracmas?
-C'est la vie -dice su mujer, cogida a su brazo.
Pregunto a Katerina, que fue al Instituto Francés en Salónica, qué significa «c'est la vie».
-Así es la vida -traduce ella.
Tiene razón la mujer. Así es la vida hoy. Pero ¿cómo será la vida mañana?