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Letras

Cámara Gesell

Guillermo Saccomanno publica la novela ganadora del Premio Dashiel Hammet en la última edición de la Semana Negra de Gijón

16 septiembre, 2013 02:00

Guillermo Saccomanno. Foto: Juan González

Miles de veraneantes abandonan en otoño una ciudad balneario de la costa atlántica, dejando atrás su paraíso soñado de sol y playa. No imaginan que, con la llegada del invierno, un aire de Twin Peaks arrasa las calles desoladas. Desde la redacción del diario local, el cronista Dante informa del suicidio de una joven de quince años embarazada de tres meses, un suceso visto como una premonición que desencadena el infierno. Cuando, poco después, la denuncia de abusos a menores en un colegio desata el escándalo, la cacería de los culpables pone en evidencia la fragilidad de la aparente armonía; un magma violento de asesinatos, engaños, adulterios y juegos de poder que la Villa intenta silenciar para preservar su imagen idílica y salvar la próxima temporada estival. Esta es la trama que presenta Guillermo Saccomanno (Mataderos, Buenos Aires, 1948) en su última novela, 'Cámara Gesell' (Seix Barral), ganadora del Premio Dashiel Hammet en la última edición de la Semana Negra de Gijón.

Así comienza 'Cámara Gesell'.



Esta noche, hipócrita lector, mi semejante, mientras estás empezando a leer este libro, novela, cuentos, crónica, como más te guste llamar estas prosas, migas de la nada, esta noche de helada, el mar tan cercano y ajeno, ahí nomás, en esta Villa, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, qué más da, en cualquiera de los meses fuera de temporada, acá, en su chalet del Pinar del Norte, alguien, un agrimensor progre, se está garchando su nene, alguien, un mecánico, en una casa de chapa de La Virgencita está fajando a su mina, alguien, un peón borracho, en el corralón acogota a otro peón borracho durante un partido de truco, alguien en la Terminal, un sereno en alpargatas, después del último micro, toma mate, el churrasco de los pobres, alguien, un sida, se está ahorcando en una tapera del sur, alguien, un capataz de la cementera, está enterrando el cadáver de su novia en una obra, alguien, un oficial joven, está picaneando un pibe chorro en la comisaría, alguien, un perdedor, envuelto en cartones muere de frío en la puerta de un edificio cerca del muelle, alguien, un remisero, se coje a la cuñada mientras su hermano trabaja de seguridad en un depósito, alguien, un chorrito, corre por las alamedas perseguido por un patrullero, alguien, un concejal, se manda una raya mientras se alarga la mesa de poker, alguien, una vieja asustada, suelta los perros a la noche, alguien, un operador de efeme, pone Pink Floyd y se arma un porro, alguien detrás de un templo, un evangelista poseído, descarga un hachazo en la cabeza de su prometida pecadora, alguien, un cajero del Provincia, sale del bingo después de perder además del sueldo una suma que no sabrá justificar, alguien, el rotisero de la otra cuadra, se quita el cinturón y entra en el cuarto de su hijo proyectando su sombra, alguien, tu vecino, el constructor, se pajea viendo pornos, alguien, uno de los punteros de El Monte, está vendiéndole paco a la pendejada y esas pibas y pibes, encapuchados, terminan ahora de envenenar a tu rottweiler y en un instante estarán encañonándote, haciéndosela chupar por tu mujer, garchándose a tu hija, y más te vale cantar dónde guardás la guita porque no sabés lo que pueden hacerles con esa plancha que ganaste con los puntos acumulados en las compras del supermercado, esa plancha que enchufaron y está levantando temperatura.


Una mañana el micro deja la ruta y dobla en la rotonda. La entrada a la Villa. Construcciones alpinas. Techos de tejas. Inmobiliarias. Recién más adelante está el chalet de información turística. Ahora que el micro redujo la velocidad puede apreciarse la arboleda a los costados del asfalto. Por un instante sentís que estás ingresando en un bosque encantado. Te sorprende el tótem de piedra y madera. Hay quienes dicen que es la reproducción de un tótem inca. Tiene la cabeza de un águila. Otros opinan que si se presta atención a los jeroglíficos se leerá un mensaje tibetano. En la oficina de turismo te van a decir que el tótem es una representación de la hospitalidad y advierte a los viajeros que en este lugar encontrarán paz espiritual. Pero los habitantes más viejos, los pioneros, los que se fueron afincando mientras terminaba la Segunda Guerra, alemanes y centroeuropeos, dan otra versión, interpretan distinto los símbolos y jeroglíficos. Pero no se animan a su traducción. El tótem cumple una función: proteger a los habitantes de los extranjeros. Cuando los ojos del que llega ven los ojos del águila se siente intimidado. Es un símbolo nazi, dicen los antiguos en la Villa. Y lo dicen en voz baja, con temor. Hay quienes dicen que acá nunca hubo nazis. Y al decirlo uno cree que quieren convencerse antes a ellos mismos que al visitante. Lo que cuenta es la paz espiritual: acá, a nuestra Villa, todos acuden buscando eso: paz espiritual.


Las clases comenzaron con paro, informa El Vocero en la tapa de este viernes. Los gremios docentes lanzaron paros de actividades por 24, 48 y 72 horas. En consecuencia, las clases que debían comenzar el martes en algunos casos, el miércoles en otras escuelas y el jueves en la gran mayoría, recién iniciarían el ciclo lectivo el viernes o la próxima semana de no producirse un acuerdo salarial entre los sindicalistas y las autoridades. El acatamiento de la medida de fuerza contó con una adhesión del 98 por ciento.

Gran número de padres participó en una marcha de repudio a la huelga aduciendo que no se trata sólo de cómo contener a los chicos que disponen de tanto tiempo libre. Se trata de su porvenir, adujeron.

En tanto, una marcha encolumnada con banderas ecologistas y de izquierda salió a respaldar a los docentes. Apoyamos a los maestros en la exigencia de mejores salarios y una superior calidad educativa.

Al encontrarse las marchas en la plaza Primera Junta se produjo una discusión que derivó en agresiones verbales y escenas de pugilato. Finalmente, gracias a la intervención policial, se aplacaron los ánimos y todos volvieron a sus casas.



De este lado, la costa, los hoteles tienen nombres de sueño: Capri, Cadaqués, Belvedere, San Diego, Malibú, Aloha, Niza, Buzios, Acapulco, Hawai, Bahía, Mallorca, Egeo, Taormina, Samoa, Mediterráneo, Venecia, pero si uno se aleja Villa adentro unas diez cuadras y llega hasta el Boulevard, encuentra otra Villa. El paisaje se ha ido empobreciendo. Conurbanizado, que le dicen. La periferia que avanza cercando la pretensión arquitectónica de una Villa que ya no es lo que era. De presumidos es llamar Boulevard a esa avenida ancha, con asfalto picado, que tiene en el medio unas plazoletas con bicisenda. Cada plazoleta está al cuidado de alguna asociación de bien público: padres que perdieron a sus hijos, enfermos de cáncer, abuelos joviales, mujeres caritativas, deportistas aficionados. Ya no importan tanto los nombres de los negocios: puede ser un nombre de mujer para una peluquería, un apellido para una farmacia, una humorada para un taller mecánico o un planeta para un service de computación. Entre un chalet descascarado y una casa chata hay uno o dos negocios. Acá se encuentran talleres mecánicos, autopartes, frenos, colchones, herrajes, veterinarias, pinturerías, sanitarios, plásticos, lubricentros, peluquerías, tiendas de ropa usada, carnicerías, supermercados mayoristas, zinguerías, aserraderos, carpinterías, fumigadores, kioscos, muchos kioscos, kioscos, kioskitos y también maxikioscos, remiseras, técnicos de electrodomésticos, corralones, ferreterías, tiendas, salones de fiestas, depósitos, unidades básicas y comités, transportes de cargas, panaderías, parrillas, estaciones de servicio, más kioscos, kioskitos y maxikioscos.

La división del paisaje en clases, la burguesía y pequeña burguesía distribuida entre los pinares y la cercanía de la playa por un lado y, a sus espaldas, el paisaje del pobrerío, se remonta al primer diseño de la Villa. En sus primeros trazados se había denominado a esta zona Barrio Obrero. Lo que, mirado con nostalgia, refiere una idea de porvenir optimista. Y si te alejás más adentro, pasando el Boulevard, unas pocas cuadras más allá, te vas a encontrar la otra villa, la miseria. Pero no tratés de entrar. No vas a poder. A menos que precisés mandanga y, urgido por una transa, le pagués el peaje a los pibes enfierrados y dados vuelta que están en la entrada.


Al terminar la temporada, cuando la playa se vacía, aparecen los surfistas. Los balnearios ya levantaron las carpas. La costa es un horizonte de viento, arena y mar. Entonces, los surfistas. Parecen haber estado siempre ahí, a unas brazadas de la orilla, en la rompiente, esperando. Ahora el mar les pertenece. Y van a permanecer en el agua, agazapados, aun contra el presagio de una sudestada.

Hay que verlos desde acá, desde la playa, en lo que dura esa espera, la espera de una ola. A veces están desde temprano. Así amanezca gris y pinte tormenta. De pronto, te preguntás por qué no aprovecharon esa ola. Pero la ola que el observador calcula apropiada puede no ser la que espera el surfista. Esa ola esperada es un sueño personal. Y si el mar está demasiado manso, en esa calma se advierte una premonición. Después del sosiego se van formando ondas. Viene ese suspenso del cuerpo sobre la tabla, los músculos en tensión, listos para el salto y el viaje a lo largo de la ola. Pero si se quiere una ola adecuada, además de reflejos, hace falta ese golpe de suerte que facilitará un equilibrio vertiginoso en la cresta de espuma. Porque el mar es traicionero acá. Igual, para que ese golpe de suerte ocurra hay que estar en el agua, siempre, esperando.

Uno se pregunta cómo se explica eso que está y no está en la ola. Por ahí el misterio se explica en la espera.

Ustedes se preguntarán de qué estoy hablando.

De escribir hablo.


Salió en El Vocero: La comunidad católica, orientada por el padre Martín Fragassi, ya está preparando una nueva edición del Vía Crucis Viviente, el principal evento de la Semana Santa en nuestra Villa. Durante la semana se realizaron dos ensayos para preparar el recorrido, que incluye un imponente despliegue actoral por nuestra avenida principal. La dramatización de las escenas religiosas contará con la dirección de Norberto Brandsen, responsable del grupo teatral La Marea. La representación comprometerá tanto a los actores de siempre como alentará la participación vecinal aunando, según expresó nuestro intendente Alberto Cachito Calderón, la creatividad espontánea de grandes y chicos con el fervor religioso que distingue nuestro lugar en el mundo.

Ahora, a una semana de empezadas las clases en la Escuela Media, ese lunes por la tarde Melina D'Angelo, quince años recién cumplidos y un embarazo de tres meses que todavía no se le notaba, entró, sin ser vista, en la iglesia Nuestra Señora del Mar, se arrodilló en el altar y se disparó dos tiros en el vientre con la pistola Bersa de su padre, Roberto Liberio D'Angelo, propietario del taller mecánico El Bulón, ubicado en la esquina del Boulevard y la 137. No podían caber dudas acerca de la determinación de la chica en terminar con la vida que nacía en su interior y la suya propia.


Recién era fin de marzo. Y no se podía hablar de otra cosa que del suicidio de Melina. Por más que uno lo evitara, Melina entraba en toda conversación. El tiempo, de verano. Todavía se podía andar en mangas de camisa. Las noches eran frescas y con un pulóver bastaba. Una de esas noches fue. En la Escuela Media fue. Y lo que pasó nos distrajo un rato de Melina.


En la nocturna, te decía. Un pibe achuró a otro. El asesino, se dijo, era un cabecita raquítico, metido para adentro, y el otro, la víctima, otro cabeza, un grandote que patoteaba a todo el aula y al otro, al debilucho, lo tenía de punto. Hasta que una noche de la semana pasada el matón le tira al apocado un bollito de papel. El introvertido, ni mu. En su pupitre, metido para adentro. Pero después se levanta, va hacia el otro, y le clava un cuchillo de cocina. Después raja. Chambón al buscar guarida. Se esconde en un galponcito en el fondo de su casa. Y qué hace la madre, una santa. La madre lo arrastra a los bifes a la comisaría, lo entrega. La cana lo llevó a Dolores, pero dicen que va a salir en libertad el pendejo. Por lo mansito que era, se dice, lo van a soltar. Porque actuó bajo presión emocional. Sin embargo, se cuenta que el pibe no era tan mansito ni viene de una familia tan normal como algunos juran. Cuchilleros, el padre y los tíos. Con ellos estuve en varios asados. Me acuerdo de un cordero que carneamos en un puesto de La Polaca. Un chupado lo provocó a un tío. Una luz el faconcito del paisano. Al final lo sueltan al pibe, cuenta uno. Y cuando vuelve a la nocturna lo agarran entre todos los compañeros y lo parten. Ni un hueso sin quebrar. Está en el hospital ahora. Todo enyesado. Ahora parece que en la Villa habrá una manifestación para que lo encanen de vuelta al chico. Su padre también irá a la marcha, dijo. De cuchillo, va a ir. A cuerar a los que piden prisión para su hijo. De a uno o en manada los va a cuerear, prometió.

Tuvo que ser Moure, el veterinario, quien opinó: A los cabezas no hay que mandarlos a la escuela. A cámaras de gas hay que mandarlos.

Convencido lo dijo.


En la mañana del martes, sentado ante la computadora, mientras terminaba otro jarro de café instantáneo, Dante, el sesentón director y único cronista de El Vocero, nuestro periódico de los viernes, después de redactar la crónica del pibe acuchillado en un aula de la Media, se preguntaba cómo informar el suicidio de Melina, el motivo que la había inducido.

De oro, la piba. Su padre, el Negro Berto, era un tipo querido, entrador, pero también tenía un temperamento fuerte, más bien irritable. Se quitaba los anteojos gruesos y se anticipaba a una pelea que nunca llegaba a pasar. Porque cada bronca le duraba nada y volvía rápido a ser el tipo gauchazo de siempre. Sus ataques de ira, se contaba, habían comenzado cuando enviudó y se quedó solo con Melina, que tenía tres años. Desde entonces, aunque varias le arrastraron el ala, a Berto no se le conoció ninguna historia. Melina era, como se dice, la luz de sus ojos. Mi amiga, mi compañera, mi novia, la llamaba. La luz de mis ojos. Si Berto se mataba trabajando día y noche en el taller era porque se había jurado que a la nena no le faltaría nunca nada. Para ella, lo mejor, repetía. Y cuando terminara la secundaria, garantizaba, Melina seguiría derecho. Melina tendría un título. Melina no sería una minita como las pendejas que abundan en La Virgencita y El Monte. Melina sería alguien. Y cuando formalizara con un muchacho, él debería reunir todas las condiciones favorables para unirse a una chica como es debido. Todas las condiciones. Y más también.


Los chicos de la Media. Primero el suicidio de la piba. Después el criollito acuchillado. El asesinato, pensaba Dante, entraba dentro de la normalidad. Por qué no. Marginalidad, violencia, etcétera. Y el etcétera comprendía una miseria que no era su problema, pero sí la inspiradora de la sección policiales de El Vocero, sección, debía admitirlo, que le iba quedando chica. Pero el suicidio de Melina era otra cuestión. No podía dejar de lado el secreto. El secreto, un secreto a voces, era sabido en la Media y también en el barrio. El suspenso iba en aumento. No sólo Dante. Todos nos preguntábamos cómo reaccionaría el Negro Berto al enterarse del romance de la nena.


Campeón a los tiros, informa El Vocero. Fue destacada y numerosísima la concurrencia de la Villa en el tradicional Concurso de Tiro Práctico con pistola que cuenta con el respaldo y fomento de la Cámara de Comercio y la Asociación Amigos de la Cerveza. Cabe resaltar que el público fue, en esta oportunidad, mayor que en años anteriores, lo que prueba el interés en aumento de este certamen. Al respecto debe resaltarse la creciente afluencia de jóvenes. Asistieron más de 80 tiradores provenientes de Buenos Aires, Madariaga, Mar del Plata, Necochea y Bahía Blanca. En sus 7 etapas muy fluidas que fueron de 9, 16, 18, 19, 20, 21 y 31 disparos cada una. El ganador de la división producción con armas sin modificar fue nuestro querido Esteban Armada, de 18 años. El campeón recibió las felicitaciones de nuestro intendente Alberto Cachito Calderón, quien le hizo entrega de la copa. Un balazo, Esteban.


Fin de marzo, el aire de marzo, la luz de marzo. Estoy de asado con los Melitón en el parque del edificio Transatlántico. Juan Melitón es barrendero contratado del corralón municipal. Mariela, su mujer, encargada del edificio. Están el matrimonio y Kevin, el hijo. Además, invitados, tres pibes amigos de Kevin. Como Kevin, todos tienen quince. Y no hay caso, en la charla cuesta salirse del suicidio de la chica embarazada.

Uno de los pibes lo intenta: Yo soy glam, dice el de pantalones rojos. Yo no, dice el del piercing en el labio inferior: Yo soy punk. Pero todos usamos chupines, dice Kevin. Bombilla, digo, a esos pantalones en mi época los llamábamos bombilla. Uno, el narigón, me comenta el gaucho Melitón, es huérfano. El de los granitos, aspecto de jeropa, es hijo de separados. Nosotros, reggae, dice el pibe. Y lo señala a Kevin: Yo me voy a hacer rasta, promete Kevin. Con las trencitas y todo, se sonríe.

Y yo te cago a palos, le dice el padre y echa soda al tinto. Toma un trago, vuelve a la parrilla y trae chinchus. Mientras sirve los chinchus sale la conversación sobre el asesinato en la nocturna. Además de la muerte de Melina, a los pibes les pegó fuerte lo del acuchillado en la nocturna. Todavía no se habían repuesto de la tragedia de Melina cuando les tocaba otra. Tocar, digo. No, rozar. Quizá porque a la edad de los pibes estos dramas tienen un clima novelesco, los envuelve. Y a quién no le gusta sentir que es parte de una novela, eh.

Un pibe acuchilló a otro, se contaba. El que asesinó era un tímido. Cagón, parecía. Y el otro, un guapo, lo gastaba todo el tiempo. Hasta que el débil peló un cuchillito. El del acné medita: Guarda con los callados. El narigón cuenta: Lo que dibujaba el guacho. Capo. Ciudades voladas por la muerte. Vampiros dibujaba. Esqueletos.

Y vos, le pregunta Melitón. Querés ser así.

Qué querés que sea, barrendero como vos.

Plata para pagarte un colegio como el Nuestra Señora no tenemos, le dice Mariela. Así que vas a tener que hacerte bueno y salir derecho en la Escuela Media.

Ser alguien, le dice Melitón. Con facón cualquiera es guapo. Con una alpargata, te quiero ver.


Para los de acá, ésta es la Villa, y al decir Villa remiten este lugar a su origen, los pioneros centroeuropeos. Los tanos, los gallegos, los que vinieron de otras partes, como la mayoría, porque la mayoría acá vino de otras partes y no sólo de Austria, como si Austria fuera gran cosa, todos, digo, incluyendo el criollaje, a este pueblo lo llaman la Villa. Y al llamarla la Villa se sienten raza superior, elegida. Los pibes, en cambio, los que nacieron acá, casi todos tienen como meta rajarse. Los chetos drogones que quieren seguir de vagos, a Costa Rica con la tabla. Los que son de abajo y buscan hacer guita, a España de lavacopas, o a Estados Unidos a lavar inodoros. Donde sea van a estar mejor. Donde sea, menos la Villa. El maldito pueblo, llaman a la Villa. Motivos les sobran. Esperen el invierno y van a comprenderlos, predice Dante.


Nicolás Parenti, de diecisiete años, repetía cuarto año, era famoso por la cantidad de amonestaciones y faltas que acumulaba a poco de comenzar el año lectivo. En esa primera semana ya había acumulado veinte amonestaciones, se había hecho cuatro veces la rata y no pensaba cambiar aunque su padre, José Luis Parenti, dueño de la tienda El Ropero Moderno, hiciera una donación importante a la cooperadora con tal de que no lo expulsaran.

Límites, necesita límites, decía José Luis pasándose nervioso la mano por la pelada. Pero qué vas a poner límites vos si no tenés carácter, le decía su mujer. Vos sos el responsable de su descontrol. Porque según Lidia, era José Luis quien tenía que ponerlo en vereda a Nico. De haber tenido otro hijo, Nico habría sido diferente, decía ella. Pero no, Nico fue hijo único. Y último. Porque un segundo parto habría sido fatal, le dijeron los médicos. La frustración se volvió rencor y el rencor, un encono constante contra José Luis. Al empezar las clases, ya el primer día, Nico volvió a agarrarse a trompadas con varios compañeros, puteó a una profesora y se marchó sin que nadie supiera a dónde. De pronto se había esfumado. Volverá cuando tenga hambre, dijo el padre. Y así fue. Nico regresó una madrugada, mientras sus padres dormían, la casa estaba a oscuras y atacó la heladera. El padre se despertó, discutieron. A los gritos. De todo se dijeron. La madre tardó en intervenir. Le costaba disimular que le gustaba cómo Nico lo humillaba a José Luis. Recién se metió cuando Nico volteó a su padre de un botellazo.


Si Dante, nuestro cronista, es cliente incondicional de Josema no se debe sólo al empeño estilístico que el peluquero le pone a su media americana. Es porque si llega a faltarle un dato para completar una crónica, viene a buscarlo a Josema Estilista Unisex. Porque no hay rumor, verdadero o falso, que no se peine acá. Obvio, también salió el suicidio de Melina. Compungidos, lo hablaron. El tema no daba para más, se dijo.

Yo me limito a escuchar, dice Josema. Nos parecemos, ha dicho Dante. Sabemos más de la Villa que la Villa de sí, ha dicho Josema. Lo que pasa es que él escribe y a mí me falta ilustración. Yo cuento, dice, y Dante escribe. Si se decidiera a escribir para la tele, reventamos el reiting. Lo que nos une, dice Dante, no es tanto la afición a las historias ajenas. Es el estómago fuerte para digerir la basura. A veces pienso que de tanto comer mierda, terminamos tomándole el gusto.

Y Josema pone por caso la época de los milicos, casi cuarenta años atrás, cuando en la playa amanecía algún cadáver traído por la marea. Maniatados con alambre, algunos. Comidos por los peces, casi todos. En esa época el comisario Vidal, el intendente, entraba día por medio a su peluquería. Que le recortara el bigote a lo Videla, me pedía. Sé de vos tanto como de mi hija, me decía Vidal. Pero no se refería tanto al control estricto que tenía sobre la nena como a su origen: a quien quisiera escucharlo Vidal contaba que la nena era hija de subversivos. Y, en su despacho de la Municipalidad, acariciaba la 45 sobre el escritorio. Porque Vidal te atendía con la pistola sobre el escritorio. Como su mujer era impotente, así decía Vidal, que su mujer era impotente, habían decidido adoptar. Así consiguieron esa nena de unos guerrilleros y la estaban readaptando, porque por más que fuera chiquita, igual vicios de los padres le quedarían en la sangre y habría que estar atentos. En esas veces Vidal también le recordaba a Josema su pasado militante en el PC. Nosotros sabemos que ustedes no joden a nadie, son quejosos, eso sí. Pero les faltan los huevos para agarrar un fierro.

Vidal se jactaba: Cuando vine a la Villa ya tenía los antecedentes de todos. Pero además hice inteligencia. Como con mi nena. En el fondo la Villa y la nena se parecen. A las dos hay que tenerlas cortitas, porque cuando uno se descuida, decía Vidal, y no terminaba la frase. Esas veces Josema le sacaba el filo a la navaja, afeitaba al comisario, y no podía quitarle la vista del cuello. Decime la verdad, Josema, tengo razón o no. O me vas a decir que ganas no te faltan de cortarme el gañote, lo provocaba el milico. Cuando se iba me quedaba con el estómago contraído, se acuerda Josema. Había que metabolizar esa humillación.

Lo que me alegré cuando le diagnosticaron el cáncer, se acuerda Josema. Te acordás, Dante, que nos chupamos festejando el cáncer de próstata de Vidal. Después la mujer y la nena se fueron a Córdoba. Alcohólica, la mujer. Se mataron las dos en un accidente en La Cumbre. El auto cayó de un camino en las sierras. Desequilibrada, la mujer. Ahí nos chupamos de tristeza. Merecía otro destino la nena.


Que Melina, la dulce, tierna, hermosa y sobresaliente Melina, como la evocarían todos después de su muerte, se hubiera enamorado de tremendo sabandija, era un misterio. Qué podía haberle visto a Nico era toda una incógnita. Lo cierto es que Nico, a su lado, parecía otro pibe. Cuando estaba con ella era educado, saludaba, era amable, tenía un aspecto manso, sumiso. Ustedes no lo comprenden, decía Melina. No es como ustedes piensan. Es tan suiti, decía Melina, que estudiaba inglés particular. Conmigo es diferente, decía. El Nico que sale conmigo no es el que ustedes quieren ver. Y a esta altura, cuando todos sabíamos del romance entre Melina y Nico, no podíamos evitar las conjeturas y las apuestas. Cómo reaccionaría el Negro Berto, cómo agarraría a Nico y, la pregunta del millón, qué haría al enterarse de la traición de su hija. Porque para Berto no sería otra cosa que una traición. Se mata, Berto se mata. No, la mata a ella. Pero antes lo mata al pibe. No exageren, dijo uno, la va a encerrar en un convento. La Villa entera estaba pendiente de qué pasaría cuando el Negro Berto lo supiera. Lo que nadie pudo imaginar fue que la forma de enterarse sería ésa, la piba matándose con dos balazos en la pancita. Quien dijo pancita y no bombo fue un sensible, uno de tantos sensibles que, cuando, más tarde, unas semanas apenas, se produjeron las denuncias por abuso en el jardín de infantes del Nuestra Señora, empleaban los diminutivos como quien le cuenta un cuento a un chico: vaginita, pitito, colita. Hasta abusaditos se llamó a las víctimas. Pero ésta es otra historia, una más, como todas, y falta todavía. No nos adelantemos.


Varios asaltos, puede leerse en la tapa de El Vocero de este viernes. Durante la última semana se registaron siete robos a mano armada. Cuatro a comercios, dos a viviendas y uno en la calle.