Benjamín Prado: "Las crisis multiplican la clientela del diablo"
El escritor presenta Ajuste de cuentas, una nueva entrega de su serie de Juan Urbano, esta vez centrada en mostrar la España del pelotazo y el clima que hizo que creciera la corrupción
20 septiembre, 2013 02:00El escritor Benjamín Prado presenta Ajuste de cuentas (Alfaguara), la nueva entrega de su serie de Juan Urbano.
Cuando Benjamín Prado (Madrid, 1961) publicó hace dos años la segunda entrega de su saga de Juan Urbano, personaje heredero del Juan Panadero de Alberti y de tantos otros seres literarios creados por los escritores para dejar correr la bilis, reconoció que la Red Gladio, que ocupaba la trama central del libro, era verdadero "maná" para un novelista. Y tanto, en sus páginas se colaban la CIA, los GAL, el asesinato de Carrero Blanco... Asumido que la historia reciente de este país es a menudo pura literatura -a veces terrible, otras simplemente inconcebible- Prado vuelve a hacer uso de ella en Ajuste de cuentas (Alfaguara), en la que su protagonista es expulsado del hoy extinto reino de las grandes firmas periodísticas pasando a quedarse sin trabajo, sin cochazo, sin un teléfono de marca que suene y con la casa en venta. Lo hace justo en la hora señalada, en aquel momento silencioso en el que todo empezó a saltar por los aires. Plop, plop, plop.Hablamos, claro, de la explosión de todas las burbujas, del paisaje de despidos, ajustes y recortes en el que los siniestros ladrones que habían vivido durante años entre aplausos, enfundados en trajes de triunfadores, mostraron su verdadero rostro, esa coyuntura en la que descubrimos quién mandaba y en la que, en definitiva, se apena el escritor, "nos sentimos impotentes, que es lo más grave de todo esto". El propio Juan Urbano, a modo de chiste del que nadie se ríe, define la situación tal que así: "Parece una novela de Dickens escrita por Kafka". ¿Cómo no escribir sobre lo que ha pasado estos últimos años? ¿Cómo puede la literatura no ocuparse de esto?, se pregunta Prado en el bar de un hotel junto a la Gran Vía, por donde dice ver pasar a su Juan Urbano constantemente:
- Cuando baja el agua, bajan todos los barcos. Todos estamos afectados por esta crisis feroz, pero a nadie se le pudo ocurrir que el edificio se pudiera derribar en tan poco tiempo y hasta tan abajo. Es casi como las torres gemelas, sólo que con torres más invisibles. Por eso esta crisis ha llegado a las novelas de la manera en la que ha llegado. Cómo no hablar de ello en una serie como esta, que parte de la idea maravillosa de Balzac, esa que tanto le gusta citar al joven cadete Mario Vargas Llosa, de que la novela es la historia privada de los países. Se trata de contar los grandes acontecimientos que afectan a la gente normal en su día a día, que matizan su manera de estar en el mundo ¿Cómo no hablar del origen, de aquella España del pelotazo en la que los grandes modelos sociales y los héroes populares acabaron en la cárcel?
De esos héroes de cartón piedra va también Ajuste de cuentas. Al pobre Urbano, asfixiado por las facturas sin pagar, uno de esos 'grandes' empresarios, recién salido de la cárcel, le pone por delante una suculenta cantidad de dinero a cambio de que escriba una novela sobre su vida. Una situación goethiana en la que el protagonista se plantea si debe o no vender su alma al diablo. Porque de esto va al final la crisis también, ¿no? De claudicar o no, de traicionar los principios, de seguir dando brazadas como buenamente (o malamente) se pueda:
- Siempre respeto lo que hace la gente para ganarse la vida, porque en este mundo cada vez es más difícil poder pagar la hipoteca, el colegio de tus hijos y la comida diaria, pero es doloroso renunciar a tus principios para mantenerte a flote, te empiezas a caer mal. Las crisis multiplican la clientela del diablo, es lo que le pasa a Juan Urbano y a tanta gente. Y he de confesar que mientras la escribía dudaba qué debía hacer el personaje a este respecto. ¿Es un héroe o es villano por haber claudicado? Esto también nos pasa a los escritores, que somos como los ayudantes de los magos dentro de una caja, sólo que no sabemos si la espada nos va a pinchar o no. Nos pasa por todas partes porque a la crisis global se une la crisis del soporte, al hecho de que la gente que roba discos y libros diga que los ama mientras los asesina... hoy publicar un libro es un factor de riesgo, por eso yo saco dos juntos.
No se había dicho todavía: como complemento a Ajuste de cuentas, Prado entrega Qué escondes en la mano, un volumen de relatos relacionados con la novela ("pa' chulo, yo", bromea). Son los cuentos con los que el protagonista se desfoga mientras escribe la biografía de un ser al que detesta. Prado hace lo propio, recurre a la narrativa en corto para salir de la complejidad de esta serie que le exige un notable esfuerzo de documentación y, al mismo tiempo, le da la oportunidad al lector de comprar un libro suyo por seis euros. Pero el juego literario entraña otra judada más: "Quería demostrar que los libros, los debates literarios, los suplementos culturales... son necesarios, que el mundo sería mucho peor sin ellos".
De vuelta al corazón de la novela y al margen de la anécdota, Prado ha hecho uso de sus habilidades poéticas para que el libro funcione como una experiencia sensorial que habría de dejar en el lector una serie de imágenes relacionadas con la España del pelotazo y de la crisis. Aunque detesta las novelas poéticas, sí busca siempre una historia que tenga poesía, y en este caso quiso que todo aquello se quedara dando vueltas en la cabeza del lector y, más aún, alterar perspectivas:
- El buen libro es aquel que cambia la visión de las cosas. Cuando lees la Oda a la cebolla de Neruda y ves que la llama anémona nevada, redonda rosa de agua... las ensaladas ya no te saben igual. Yo quería dejar una idea sensorial de lo que ocurrió en aquellos años, de ese mundo de poderes invisibles que tienen una mano metida en nuestro bolsillo, que duermen a nuestro lado, que nos manejan y ni siquiera sabemos exactamente quiénes son. El enemigo hoy es peligroso porque es invisible, porque ha hecho de la burocracia y de la tecnología sus armas. Se trata de que todo te enrede para que no te puedas defender. Es una sensación de indefensión. Nos sentimos impotentes, no sabemos ni siquiera bien contra quién luchar.
Por desgracia, continúa, aquella España de la novela era más esperanzadora que la inmediatamente posterior, la de ahora. Por aquel entonces, recuerda, la gente cumplía condenas, mientras que hoy los corruptos no duran ni diez minutos en la cárcel y encima sancionan al juez:
- En aquella coyuntura pasaron por prisión desde el ministro del interior, hasta el jefe de policía pasando por el director del Banco de España, el de la Guardia Civil, el de la tercera entidad financiera del país y un montón de figuras que diez minutos antes eran los grandes modelos, el anagrama del nuevo español. El dinero fácil suele tener trampa, suele ser el primo hermano del dinero negro. Por eso he inventado personajes como Martín Duque y Pablo Violeta, que quieren ser una suma de todos aquellos seres que contribuyeron a pervertir la idea de los españoles, que somos un país de gente muy honrada y trabajadora. Esa idea nacida al calor de la Transición, la de levantar un país y ponernos a la altura de los más civilizados, se ha disipado. Los personajes que de la noche a la mañana se hicieron multimillonarios, a cuyos nombramientos como honoris causa acudían los reyes, a los que se estudiaba en las universidades como paradigmas, han mostrado lo que son. Se pervirtió la idea del esfuerzo, del trabajo y de los principios. De ahí han venido muchos de los problemas que tenemos, por no decir que con el dinero que no han devuelto este país tendría superávit.
Excarbando de nuevo en el dilema moral del libro, esa encrucijada de la traición a uno mismo, Prado se muestra comprensivo y apunta a otra tara de nuestro tiempo, la autoflagelación que nos aplicamos cuando, ejemplifica, nos echan del trabajo y empezamos a sentirnos en deuda con la sociedad, cuando nos roban y nos reprendemos por no haber puesto una alarma: "Tendemos a culparnos de que otros nos hagan la vida imposible. De eso hay mucho en el libro". El narrador comparte la disyuntiva con su personaje: "¿Qué haría yo? Pues afortunadamente siempre uno se ha podido ganar la vida, pero no, no me traicionaría. Aunque me voy a desdecir ahora mismo, porque si necesitara dar de comer a mi hija haría lo que fuera y no se me caerían los anillos".
¿Y cómo se sentiría hoy su Juan Urbano? Ya con años de crisis pesando sobre los hombros, habiendo pasado por el triste trance de claudicar. Según su padre, el periodista pensaría, como lo piensa él, que el mundo es peor que los que hemos tenido las últimas décadas:
- Por primera vez desde los sesenta tenemos la certeza de que los padres les vamos a dejar a nuestros hijos un mundo peor. Urbano estaría indignado de ver cómo hay una especie de nueva aristocracia que es la del dinero, que ha ido excluyendo a todo aquel que no lo tenía de la zona templada de la vida. Y no pediría mucho, simplemente lo que piden los ciudadanos y que se resume en tener una vida digna, porque la gente está empezando a no poder tenerla. Estaría por una parte indignado y por otra tan impotente, como nos sentimos casi todos cuando somos conscientes de que todo el que se acerca al poder es para vaciar la caja fuerte. Me da lo mismo que pase en Génova que en la Junta de Andalucía.
Con todo, el escritor es optimista y un militante de la risa como sistema defensivo: "Es verdad que depende de dónde estés una sonrisa puede resultar ofensiva, porque la gente lo está pasando muy mal. Pero tengo fe en el ser humano en general. Con lo único que estoy de acuerdo de todo lo que dice el presidente del Gobierno es en que este es un gran país, de gente solidaria, trabajadora, divertida... y esta cualidad nos ayudará. Pero hay que echar a toda esta gente que nos ha engañado y quiere seguir haciéndolo, robándonos los derechos que tanto nos ha costado conquistar. Es urgente desalojar a toda esta gentuza de los palacios y de las oficinas del piso 25 en el que están".