En busca del significado perdido. La nueva Europa del Este
Adam Michnik
14 marzo, 2014 01:00Adam Michnik
La historia de España y de Polonia tiene muchas cosas, buenas y malas, en común y pocos las conocen tan bien como Adam Michnik, periodista y escritor polaco que luchó contra el Gobierno de Gomulka en 1968, ayudó a fundar Solidaridad, pasó siete años en la cárcel por oponerse al régimen comunista y, tras el milagro de la Mesa Redonda del 89 y una breve incursión en la política al lado de Lech Walesa, fundó Gazeta Wyborcza, el diario más importante de la Polonia democrática, que todavía dirige, para dedicarse por entero a defender con la palabra las nuevas libertades."Supe de Adam Michnik desde 1968", escribe Vaclav Havel en el prólogo de la edición inglesa, no incluido en la española, uno de los últimos textos salido de su pluma poco antes de morir. "Recuerdo escuchar su nombre y el de Jacek Kuron en las noticias de Radio Europa Libre sobre la represión en la Universidad de Varsovia". Este prólogo, la nota de la profesora polaca de Princeton Irena Grudzinska Gross y la introducción de John Darnton habrían enriquecido la edición española.
"Para mí (Michnik) es la conciencia intelectual de la nación polaca, una conciencia -y esto es importante- sin rostro triste, caracterizada por la imparcialidad, la ironía y el uso siempre ingenioso de la palabra", añade Havel. No recuerdo el seminario sobre Europa central y oriental de la Asociación de Periodistas Europeos, todavía en la Menéndez Pelayo de Santander, en la que le escuché por primera vez. Fernando Valenzuela y Miguel Ángel Aguilar le adoptaron enseguida como el maestro imprescindible de la cita anual, trasladada después a San Sebastián, y pronto se convirtió, bajo su aparente desaliño y voz acoñada y herida, en una fuente de sabiduría y de inspiración para todo el grupo.
Tal vez me pueda el corazón, pero no creo exagerar diciendo que, para quienes le conocemos, Michnik es el español polaco o polaco español, tanto monta, que mejor ha explicado y defendido la reconciliación que hizo posible, tras decenios de dictaduras, la democratización en Europa del sur y oriental. "¿Podía acaso soñar que yo, un preso y disidente, contestatario y republicano, revolucionario y libertino, recibiría un premio español tan flamante de manos del futuro rey de España?", se preguntaba en noviembre de 1999 en Madrid al recibir el Premio Francisco Cerecedo, antes de ilustrarnos sobre el Quijote, su personaje literario preferido, la guerra civil española contada por Ksawery Pruszynski y el doctor Marañón, y el laboratorio de lecciones que la transición española representa para su generación.
En busca del significado perdido..., su último libro traducido al castellano tres años después de ganarse el aplauso casi unánime de la crítica anglosajona por su versión inglesa, resume en diez ensayos muchos de sus mejores escritos, todos ellos publicados en su periódico, sobre el vía crucis de la transición (Polonia en la encrucijada), los tres milagros que la hicieron posible (Juan Pablo II, la huelga de Gdansk-Solidaridad y el Nobel para Milosz), los años oscuros de la ley marcial, el amargo recuerdo del Budapest del 56 y el ejército de ratas de alcantarilla, ojeadores y lustradores grandes y pequeños que, hoy como ayer, luchan sin descanso para destruir a los héroes presentes y antepasados tanto en España como en Polonia.
"¿Por qué demonios ahora, tras quince años de libertad (hoy ya serían veinticinco), los polacos (y muchos españoles, podríamos añadir), que han alcanzando todos los sueños -libertad, parlamento elegido democráticamente, medios de comunicación sin censura, fronteras abiertas, mercado libre, retirada de tropas de ocupación e integración en la OTAN y en la UE-, están enfadados?", se pregunta el autor en la segunda página en un plural mayestático que no puede ocultar su sentimiento más profundo. "Se ha producido una total y absoluta confusión de conceptos y la frontera entre la verdad y la mentira se ha diluido", responde en un tono y con un mensaje que muchos españoles aplicarían automáticamente a la realidad española.
El esfuerzo por aniquilar al adversario sustituye a menudo al esfuerzo por comprender sus argumentos", añade. "Nadie cree una sola palabra de lo que dice el otro. Como resultado (...), estamos presenciando un derrumbamiento repentino de la autoridad moral. Es imposible hablar con respeto del adversario político. Es imposible buscar un compromiso en aras del bien común. Ni siquiera es posible negociar, sin tener la profunda convicción de que el adversario es un cínico y un estafador". (p. 24)
Diez años después nada de lo esencial ha cambiado, como podrán ver los seguidores del autor que lean su próximo libro, The Trouble with History, que Yale Press tiene previsto publicar en mayo de este año. Esperemos que la traducción al castellano no se retrase otros dos años. En busca del significado perdido, título del segundo de los diez ensayos recogidos en el libro, tiene tres partes, aunque en la edición española no se distingan. En los primeros cuatro capítulos, hasta la página 104, el autor analiza los momentos más destacados de la rebelión anticomunista en Polonia y en Hungría, y critica duramente a los desmemoriados, cainitas o ignorantes que se empeñan hoy en ignorar o romper los mejores frutos de aquel proceso.
En los cuatro capítulos siguientes, de la p. 104 a la 246, desnuda las contradicciones, las mentiras y la propaganda nauseabunda de los partidos y grupos empeñados en presentar a la Polonia actual como una víctima de las elites post-comunistas, los burócratas de Bruselas y una trama imprecisa de empresarios y políticos inmorales. En los dos últimos capítulos abre la tenebrosa caja de las relaciones históricas entre judíos y polacos y -él, que se siente judío y polaco- nos traslada a la matanza de judíos en 1941 en Jedwabne y al pogromo de Kielce de 1946 para separar a los criminales de los justos.
Todos los textos destilan una mezcla magistral de sus extraordinarias experiencias vitales con un conocimiento riguroso de la literatura y de la historia. Si todos somos hijos o productos de lo que leemos, Michnik, en esta obra, se nutre de lo mejor de Józef Pilsudski, Claude Lévi-Strauss, Hannah Arendt, W. Pobóg-Malinowski, Tomás Masaryk y Vaclav Havel. Muchas de sus citas política provienen de la Gazeta Wyborcza, Rzeczpospolita y Trybuna Ludu. En cuanto a sus influencias literarias, destacan Shakespeare, Stanislaw Baranczak, Gyula Illyés, Adam Mikiewicz, Jaroslaw Iwaszkiewicz y Czeslaw Milosz.