De izqda. a dcha, José Miguel Ullán, Octavio Paz, Lucio Muñoz, Amalia Avia, Marie Jo Paz y Antonio López en el estudio de Muñoz
Alberto Ruy Sánchez, escritor y editor mexicano, rememora aquí la privilegiada mirada que Octavio Paz lanzó sobre el Arte. El de su tiempo pero también el de la Historia de la Humanidad, de la pintura de México en el XIX a los retratos del siglo II de Fayún.
Recuerdo claramente la sonrisa abierta de Octavio Paz el día que descubrió el vínculo asombroso entre ese pintor formidable del siglo XIX, perdido en la provincia mexicana, Hermenegildo Bustos, y los retratos del siglo II de Fayún, pintados sobre los sarcófagos de los muertos.
El detalle, la mirada, el paralelo inusitado pero palpable. Era un ensayo para la revista FMR y Octavio se regalaba a sí mismo imaginando las páginas de imágenes, deslumbrantes, no menos brillantes que las ideas.
Entre las más disfrutables conversaciones con Octavio Paz estaban las que tenían como aparición súbita un cuadro, un artista o un objeto artesanal. Y al mismo tiempo eran como luces que indicaban caminos de reflexión, de entendimiento. Algunos lectores muy jóvenes de la enorme cantidad de páginas que Paz dedicó a los temas más variados se asombran hoy ante la actualidad de sus ideas.
Para muchos resulta increíble, por ejemplo, que desde los años setenta, en uno de sus ensayos sobre Marcel Duchamp, Octavio Paz les proporcione ideas claras para comprender y explicar esa polémica disyuntiva actual entre el arte contemporáneo y el arte moderno. Pero en el mismo ensayo proporciona una clave de su método de pensamiento que aplicaba tanto en sus ensayos sobre arte como en sus ensayos sobre política:
transformar una mirada en una visión. Propone tomar distancia, profundizar desde otro ángulo y adquirir una perspectiva en el doble sentido del término, es decir una posición de observación extraña y una opinión. De esa manera Octavio Paz obedecía esa máxima de la poética de Aristóteles que marca la diferencia entre el historiador y el poeta.
El historiador habla de lo que sucedió mientras el poeta habla de lo que sucedió y lo que podría y debería suceder. Su mirada se abre hacia lo posible y por lo tanto hacia el futuro. Paz así construía en su vida ensayística una actitud de poeta, un sistema de pensamiento, una visión. Durante los años en que tuve el privilegio de trabajar con Octavio Paz en la redacción de la revista Vuelta, lo ayudé a hacer algo que él amaba, ofrecer a su audiencia una visión. Introducir una sorpresa, una idea novedosa y removedora de certezas.
Más adelante me pidió que colaborara con él en los guiones para una serie de programas de televisión en los que hablaba del arte. Me correspondía ayudarlo a sintetizar, en un par de emisiones de una hora, su inmenso recorrido por las artes de varios siglos. Traté de localizar en su obra piedras de toque. Una de ellas fue su ensayo
Risa y Penitencia, sobre las caritas sonrientes prehispánicas. En él hay un acercamiento que podríamos llamar fenomenológico a la existencia misteriosa de un objeto antiguo con el que convive. A las preguntas de todo tipo que esa presencia de piedra le plantea.
Octavio Paz, insaciable, tan sabio como sensible, sintetiza como suele hacerlo todo lo que se conoce sobre ese arte. Pero lo hace estableciendo vínculos inesperados y explicaciones sorprendentes. En ese ensayo sobre las caritas sonrientes Octavio Paz adquiere definitivamente o termina de forjar esa visión de “las líneas fundamentales del objeto artístico” que estará presente e utilizará de ahí en adelante en toda su muy variada relación con el arte.
Cuando en 1988 me convertí en director de la revista Artes de México, tuve en Octavio Paz no sólo un colaborador generoso sino un asesor activo. Comprendió como nadie lo que estábamos tratando de forjar con esa otra revista codirigida con Margarita De Orellana y nos animó lúcidamente a perseverar en la labor de dilucidar a México. A sumar, como él hacia en su propia obra, al enorme placer de admirar el placer de comprender. Meses antes de ganar el Premio Nobel, un museo dedicó una gran exposición a las relaciones de Paz con el arte. Con la ayuda fundamental de Marie José, Octavio la comisarió apasionadamente. Usó de nuevo como emblema de su actitud y labor la cita de Góngora que él atesoraba: “ejecutoriando en la revista / todos los privilegios de la vista”. Lo usaría en varios libros distintos.
Es la insignia antológica bajo la cual quiere ser situado: un privilegiado que mira el mundo como poeta, descubriéndolo. “Ver, nos dice Octavio Paz, es un privilegio y el privilegio mayor es ver cosas nunca vistas: obras de arte”.