Image: Lucidez y voluntad crítica en Paz

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Letras

Lucidez y voluntad crítica en Paz

28 marzo, 2014 01:00

Octavio Paz con don Juan Carlos y doña Sofía con motivo del premio Cervantes en 1981.

El escritor Jorge Volpi defiende aquí que Octavio Paz "usó todo su prestigio para señalar los abusos del poder". Una trayectoria intelectual, literaria y política en la que el nobel mexicano defendió la solidaridad contra la soledad.

El 11 de octubre de 1984, un rabioso grupo de manifestantes recorrió el Paseo de la Reforma hasta congregarse ante la embajada de Estados Unidos para condenar el hostigamiento al régimen sandinista. Un episodio singularizó la protesta: cargando a cuestas un monigote con los rasgos del poeta más reconocido del país, los jóvenes se desgañitaban con este (más bien torpe) díptico: “Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz”. Y, sin calmar su ira, procedieron a quemarlo como si se tratara de un judas en sábado santo. Esta odiosa escena no sólo selló el instante en el que Octavio Paz y la “izquierda” se hallaron más enemistados que nunca, sino un quiebre en su imagen pública que el poeta jamás logró olvidar. La paradoja era clara: justo cuando su voz era más escuchada en el mundo -obtendría el Nobel en 1990-, Paz se veía como un exiliado en su propia patria. El malentendido pronto se transmutó en cliché: al lado de Tatcher y Reagan, el poeta cerraba el cuadro de los monstruos que fraguaron el neoliberalismo y sepultaron los anhelos revolucionarios.

Paz recogiendo el Nobel en 1990.

En efecto, desde fechas tan tempranas como 1945, Paz había comenzado a cuestionar a los sistemas comunistas y a partir de los 70 se había convertido en un acérrimo detractor del socialismo real y los intelectuales de izquierda que disimulaban los crímenes de la URSS, China, Cuba o las diversas guerrillas latinoamericanas. Más tarde, en su íntima batalla contra sus antiguos camaradas, no dudó en asociarse con figuras con las que, en términos ideológicos, sólo compartía la animadversión hacia el enemigo común. No obstante, Paz nunca se sintió cómodo en esa camada liberal que lo arropó durante su lucha y su postrera victoria. En el fondo, Paz siguió siendo un socialista: un socialista democrático que sólo a regañadientes era liberal en términos económicos. Para confirmar esta hipótesis hubo que esperar hasta la antesala de su muerte. Cuando el 1 de enero de 1994 el EZLN se alzó en armas contra el gobierno de Salinas, Paz previsiblemente condenó la asonada, imaginándola como el último estertor de la vieja izquierda con la que se había batido por décadas. Y, cuando los intelectuales “progresistas” comenzaron a demostrar su encandilamiento hacia los zapatistas, otra vez se unió a los intelectuales que simpatizaban con el régimen, para vapulearlos: “Los años de penitencia que han vivido desde el fin del socialismo totalitario, lejos de disipar sus delirios y suavizar sus rencores, los han exacerbado”.

Junto al escritor y exministro Jorge Semprún.

Sin embargo, sus opiniones comenzaron a matizarse conforme la figura de Marcos adquiría mayor relevancia mediática y literaria. “La elocuente carta que el 18 de enero envió el subcomandante Marcos a varios diarios, aunque de una persona que ha escogido un camino que repruebo, me conmovió de verdad: no son ellos, sino nosotros, los que deberíamos pedir perdón”. Más adelante llegará a aplaudir su estilo y dirá: “Una parte de mí lo aplaude: son sanas la insolencia y la falta de respeto”. A diferencia de los críticos liberales, que deploran esta atracción final de Paz hacia Marcos como un extravío senil, esa “parte” de sí mismo es la que más me atrae. El Paz anciano sin duda se identificó con Marcos: a fin de cuantas, de joven él también viajó a Yucatán para trabajar con los mayas ahíto de ideales revolucionarios. Pero en sus palabras no hay que observar un desvarío romántico, sino un nuevo instante de lucidez en el que, luchando contra sus propias convicciones, Paz fue capaz de entrever -¡en 1994!, con la misma claridad con que atisbó el autoritarismo estalinista en los cuarenta-, los límites y las trampas del liberalismo. Porque, a diferencia de sus seguidores liberales o de derechas, en el centro de su poesía y de su pensamiento siempre prevaleció la solidaridad frente a la soledad, incluida la soledad del mercado. La renuncia de Octavio Paz a la embajada en la India - octubre de 1968- encarnó uno de los momentos más brillantes de la tradición del intelectual público en México y habría de convertirse en un ejemplo para muchos de los poetas más relevantes de la época, como José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid, José Carlos Becerra o Juan Bañuelos. Siguiendo el modelo iniciado en 1898 por Émile Zola con su célebre J'accuse, Paz usó todo su prestigio para señalar los abusos del poder. Desde entonces, la figura del escritor comprometido adquirió cada vez mayor prestigio en México. De hecho, el poder simbólico de los intelectuales se volvió tan grande que los políticos de entonces nunca dejaron de verlos con una rara mezcla de temor, admiración y desprecio. Este perverso sistema, en el cual los intelectuales fungían como guías morales de la sociedad, siempre dispuestos a exhibir los abusos de un gobierno que a su vez se esforzaba en complacerlos o neutralizarlos, comenzó a extinguirse en el 2000. Por disfuncional que haya resultado nuestra transición a la democracia, acarreó una drástica mutación en el modelo de autoridad. Como revela el caso extremo del 68, durante la larga época del autoritarismo priista los intelectuales eran -casi- las únicas voces disidentes, y sus opiniones eran escuchadas tanto por los círculos de poder como por las pequeñas élites lectoras. Sus palabras adquirían, pues, un carácter netamente performativo y tenían claros efectos en la realidad.

Octavio Paz.

A partir del 2000, con una sociedad cada vez más abierta y plural, ese rol de gurú o de oráculo se erosionó drásticamente. Las razones son múltiples, y van de la nueva influencia de historiadores, sociólogos, politólogos y economistas a la de "opinadores profesionales", y de la desaparición de los intelectuales paradigmáticos del siglo XX a la proliferación de comentarios en blogs y redes sociales. Ninguna de las opiniones de escritores, artistas o científicos que hoy aparecen en los medios alcanzan siquiera de lejos el peso que tuvieron hace unas décadas. Y está bien que así sea: el modelo intelectual francés respondía a una época de autoritarismo ahíta de figuras admirables. Hoy, la opinión pública se modela de forma más plural, más caótica, más interactiva. Aunque sin duda hay pérdidas: basta leer cualquier artículo de Paz para saber que, si acaso hemos ganado en precisión o variedad, sin duda hemos perdido en términos de estilo. De ese gran estilo que, en el pasado reciente, les servía a nuestros grandes escritores para desmenuzar la realidad e incordiar al poder. Al conmemorar los 100 años de su nacimiento, no debemos perder de vista que, más allá de sus devaneos con el poder, el mejor Paz se hallaba en esa voluntad crítica que al final siempre lo puso en guardia contra las tentaciones dogmáticas y autoritarias, incluidas las de sus amigos -y las suyas.