Image: Julio Camba. Los escritos de la Anarquía

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Letras

Julio Camba. Los escritos de la Anarquía

Pepitas de Calabaza publica gran parte de los artículos de Julio Camba de entre 1901 y 1907. Ofrecemos un adelanto con tres artículos.

14 mayo, 2014 02:00

La editorial Pepitas de Calabaza se ocupa aquí de la escritura primera de Julio Camba y reúne, en esta antología llamada ¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno! Los escritos de la anarquía, un volumen de casi seiscientas páginas, lo más significativo del trabajo del genial columnista gallego entre 1901 y 1907. Se trata de un Camba juvenil y comprometido, "un joven -escribe el editor, Julián Lacalle- con un talento innato para contar lo que pasa a su alrededor y con la férrea voluntad de intervenir en la realidad que lo envuelve".

Dicen que Julio Camba llegó a ser el columnista mejor pagado de España, pero lo que es seguro es que fue uno de los redactores más perseguidos del país. Y lo fue, eso también es seguro, por conducirse al margen de determinadas actitudes que le hubieran hecho la vida más fácil, pues eran muy del gusto de la época; como el gregarismo, que él rechazó siempre, incluso en estos primeros tiempos de fuerte militancia. Porque hay que decir también que estos textos son los más políticos de Camba, los más militantes y en ellos late el compromiso de un joven que pasaría -y este es el trayecto que muestra el libro- de la creencia al escepticismo, siendo esta última estación la definitiva, el verdadero sello cambiano, ya en su madurez. Todos los artículos se publicaron en El Cuento Semanal, La Protesta Humana, Tierra y Libertad, El Rebelde, La Anarquía Literaria, El País y España Nueva, y una gran parte de ellos no habían sido reeditados hasta la fecha.

A continuación, ofrecemos tres de los textos que componen el libro: "Momentos de prueba", "La duquesa de Nájera y su perro Doré" y "El hambre":


N.0 23, 26 de mayo de 1904

Momentos de prueba

Son las tres de la tarde: mayo, Madrid… El sol hierve en el espacio.

Por las calles desiertas algunos organillos lanzan sus notas duras, tenaces, imposibles…

Vengo del juzgado de primera instancia del distrito del Hospicio. Ante este juzgado me presenté en apelación de una sentencia que se me impuso en [ilegible]. El señor juez ha tenido la amabilidad de confirmar la sentencia anterior, condenándome, además, al pago de costas. Mañana pues, mañana o pasado, ingresaré en la Cárcel Modelo porque, naturalmente, ni yo tengo dinero para satisfacer la multa a que se me ha condenado, ni la

satisfaría aun cuando lo tuviese.

Vengo, dije, del juzgado. Al llegar a casa de Apolo, me entero de que Apolo se halla detenido por su artículo titulado "Los Viajes del Señor". Apolo detenido y yo en vísperas... "Decididamente -exclamo- nosotros somos terribles con la pluma". Y como no hay tiempo que perder, como tal vez mañana ya no me encuentre yo en libertad y Apolo no podrá subsanar mi ausencia, cojo unas cuantas cuartillas, mojo la pluma y escribo. Así cuando yo sea encarcelado esta noche, El Rebelde saldrá, que es lo importante...

Escribo aprisa, febrilmente, contando los minutos que transcurren mientras voy llenando y llenando cuartillas. Si este número sale un poco descuidado, que disculpen los compañeros. Con un pie en la calle y otro en la cárcel, sin disponer del tiempo necesario y con la precipitación que estas andanzas producen, no se pueden hacer grandes cosas.

En este artículo, solo me propongo dar la voz de alerta a los camaradas de provincias. Yo tuve la humorada de decirle a Maura que debía matarnos, y Maura, por lo que se ve, ha tomado en consideración mi consejo. Se trata, según todos los indicios, de hundir El Rebelde y para ello, se nos mete en la cárcel casi a la vez, a Apolo y a mí. Pero El Rebelde no morirá. Desde la cárcel, desde el presidio, desde donde sea lo escribiremos. Creo que hasta desde la tumba seríamos capaces de seguir nuestra obra...

Los momentos son de prueba. Ahora es cuando la conciencia revolucionaria debe hallar una manifestación positiva. Por nuestra parte estamos dispuestos a arrostrarlo todo, que para eso hemos lanzado El Rebelde a la calle en circunstancias nada propicias y hemos mantenido la entereza de su actitud cuando ello fue necesario, sin callarnos como se callan los cobardes, como se han callado los cobardes, ¡mil veces cobardes! en la hora más crítica para el Ideal… No, por cierto. Nosotros no nos hemos callado, ni nos callamos,

ni nos callaremos nunca. Si por propagar la Anarquía -nuestra bien amada Anarquía-, se nos encierra, nosotros gritamos con toda la fuerza de nuestros pulmones. ¡Viva la Anarquía!

Si por defender a los trabajadores presos se nos mete en la cárcel, nosotros decimos que esos trabajadores presos son la ignominia de España y afirmamos, una nueva vez, su derecho a la libertad. Si por combatir la opresión y la injusticia se nos aherroja, nosotros nos rebelamos como antes contra esa opresión y contra esa injusticia crispando el puño ante las narices emporcadas de todos los altos lacayos. No. Nosotros no nos hemos callado, ni nos callamos, ni nos callaremos nunca. Nosotros no somos de los cobardes que se callan, vaciando su miedo en los retretes de donde jamás debieran salir…



Ya que tanto empeño hay en matar a El Rebelde, El Rebelde se continuará publicando, más valientemente, si cabe, que hasta ahora. Iniciada la lucha, esta será terrible: una lucha de poder a poder, de fuerza a fuerza, de tesón a tesón… Todo el mundo capitalista, burgués, autoritario, está contra nosotros. Es un mundo de fusiles, de montones de oro, de carne amaestrada, de atavismo aún preponderante: un mundo que dispone de los hombres y de las cosas, que tiene en sus manos las llaves de los presidios, que puede hacer y deshacer, en fin, sobre el eterno rebaño de la multitud inconsciente. Nosotros apenas si representamos una idea. Pero la Idea ha triunfado en todos los tiempos porque la Idea es indestructible y todopoderosa. Y declarada la lucha entre nosotros y ellos, entre

El Rebelde y la autoridad, entre el anarquismo y sus adversarios, la victoria será ardua para cualquiera de las dos partes.

Por la nuestra llevamos una gran ventaja: No tenemos nada absolutamente que perder…

Así las cosas solo necesitamos una ayuda: la de los compañeros de buena voluntad. Si nuestra gestión revolucionaria se considera buena; si se estima que nuestra inteligencia y nuestras energías pueden ser útiles a la causa común, que se nos otorgue el apoyo debido.

Con este apoyo, nos reiremos de todo en las barbas del fiscal, en las del juez, en las de Maura y en las de todo Cristo que las tenga.

Y ¡Viva la Anarquía!

Madrid.- A veinticuatro horas de la Cárcel Modelo

N.0 24, 3 de junio de 1904

La duquesa de Nájera y su perro Doré

"No podría sobrellevar mi vida -ha dicho Schopenhauer- sin el amor de un perro". Por cierto que uno de sus enemigos le replicó: "¡Cuánto mejor que en labios de un filósofo, estarían esas palabras en boca de una perra!...". Pero no se trata de una perra ni de un filósofo, sino de una muy grande y noble dama española, la excelentísima señora duquesa de Nájera.

El lector conocerá a la duquesa de Nájera por la deslumbradora leyenda de su Fausto, por el rancio abolengo de sus apellidos y por toda esta novelería que circunda los nombres ilustres. La duquesa de Nájera es un corazón capaz de todas las ternuras y de todos los caprichos: una de estas aristócratas, voluptuosas y perversas, que leen a Paul Bourget para indignación del Sr. Queralt, hombre de mundo, de muy poco mundo... Cuando su esposo llevó a San Petersburgo, con motivo de la coronación del zar, la representación de España, nuestra ilustre duquesa hizo conducir sus propias carrozas, con todo el personal de las caballerizas, a aquella esplendorosa corte de los grandes duques. Y entre todos los príncipes que acudieron allí, ella fue quien dio mayores pruebas de grandeza y de suntuosidad.

Pero habíamos invocado la exclamación de un filósofo: el querido maestro Schopenhauer que odiaba a los hombres y amaba a los perros. La marquesa de Nájera también ama a los perros. El lector conoce, sin duda, a muchas mujeres semejantes. Habrá visto sobre su regazo y a sus plantas los falderos de hociquito nervioso, pequeños y juguetones. Acaso estemos punzando en una herida sentimental, puesto que, a veces, miramos con un poco de rabia y de despecho, como el hocico de la bestezuela hurta de labios de mujeres los besos que nosotros hemos anhelado. Ello es, dejando aparte tristes pensamientos, que la duquesa de Nájera tenía un perro que era uno de sus mayores amores. Llamábase Doré y durante dieciséis años no se apartó de la duquesa ni aun en sus viajes. Debemos advertir que este favorito de la gran dama no se distinguía por ningún rasgo de belleza. Doré era un perro mezquino y de fea catadura, según aparece en una fotografía de Los Sucesos, el popular periódico informativo y sensacional.



Hace poco, Doré se ha muerto. Estos perros amados de las damas son como unos enemigos nuestros, a los que no podemos vencer ni con el talento, ni con el valor, ni con la fortuna. Es así, pues, que nosotros, cuando sabemos que uno de ellos se muere, nos regocijamos en lo más íntimo de nuestro corazón. Las damas, al contrario, lo sienten mucho, y, en este caso, la duquesa de Nájera ha querido perpetuar su sentimiento en una forma digna de ella. La duquesa de Nájera -y este es el motivo de nuestra crónica- ha comenzado por hacer embalsamar el cadáver de su amigo Doré; luego mandó construir una lujosa caja de roble, forrada de raso blanco y en cuya tapa un hábil tallista esculpió el busto del perro. En esta caja fue depositado el cadáver. Después, un notable marmolista se encargó de edificar un soberbio panteón, y este panteón será colocado en el mejor sitio del jardín de la duquesa para guardar los restos mortales del que, en vida, fue su más fiel camarada.

Creemos que es en el Fenelón donde se dice que amará mucho a los hombres quien sepa amar a los perros. Si la máxima es cierta no habrá muchos corazones femeninos tan sensibles como el de la duquesa de Nájera. El recuerdo que dedica a la memoria de su Doré le cuesta dos mil duros, de los cuales, la sola caja de roble ha importado tres mil pesetas. Además la duquesa hará rodear el monumento por un artístico enrejado y cuidará de que allí haya siempre frescas rosas que den su perfume al "triste recuerdo del amor perdido".

Suponemos que el lector no será uno de esos sociólogos que todo lo encuentran mal. Si lo es, nosotros no podremos complacerle. Sería ingrata la tarea de calcular cuántos desgraciados podrían alimentarse con lo que se gastó la duquesa en homenaje de su perro. "No seáis farsantes -decía Emerson a los filántropos que trataban de remediar la trata de negros- no seáis farsantes, que ya imaginamos lo que se os puede importar por la suerte de unos cuantos salvajes negritos". Más explicable parece perpetuar con grandeza la memoria de un animal familiar, que dar una limosna para socorrer a un pobre hombre, al cual no se conoce, cuyos lamentos no llegan al oído y el que no puede inspirar ni piedad ni simpatía. La injusticia social y la fórmula para resolverla están fuera de este breve y efímero episodio. "La señora duquesa -dice el periódico Los Sucesos- lloró la muerte de su amado perro". Esta es una razón de orden sentimental que lo explica todo. Un dolor que suscita lágrimas merece más respeto que el que solo produce frases, y aún que aquel que se traduce en buenas acciones. Por mucho que el lector haya sentido la muerte de los soldados rusos y japoneses, sentirá más la de un buen amigo suyo. La duquesa de Nájera ha sentido hondamente la de su perro, porque este era uno de sus mayores cariños. Y observad que la ley del cariño carece de articulado y que estamos ante el misterio, siempre impenetrable, de un corazón. Dejemos, pues, que ese pecho afligido, pomposo y ducal, se incline sobre la tumba de su fiel amigo, reservando nuestra indignación para las farsas caritativas y para las hipocresías filantrópicas.

El amor lo comprende todo: los hombres y las mujeres, las flores, las joyas, los versos, los vinos, los dioses, los héroes y los perros. qepd el pobre Doré y que se mitigue pronto el dolor de su amiga y dueña…

9 de octubre de 1905

El hambre

(disertación humorística sobre

un tema fúnebre )

No conozco un oficio más repugnante que el de consolar al hambriento, sobre todo si el consuelo se le da en filosofía o en literatura. Ambas materias tienen, con la ventaja de entretener, el inconveniente de no nutrir, y nada me parece más innoble que usurpar, mediante una amena disertación, el tiempo que un hombre necesita para procurarse el sustento.



El hambre de los trabajadores demuestra una cosa: que es preferible ser rico a ser pobre, aun a falta de esos cronistas sentimentales que idealizan la miseria, diciendo que es en ella donde está la virtud. La virtud es un lujo demasiado caro y sus resplandores, sobre el rostro de una hermosa muchacha que no haya comido, no serán menos absurdos que lo serían sobre su cuello los de un collar de diamantes ¡tan fácil de desprender y de empeñar!

Los pobres poseen esa triste sabiduría que entre un lirio de Florencia y una hortaliza murciana les lleva a escoger la hortaliza murciana, y que entre una rosa de Alejandría y unos garbanzos castellanos, les hace optar por los garbanzos castellanos. Saben apreciar lo útil a costa de lo agradable y obran lógicamente ya que la naturaleza no ha puesto en las patatas el perfume de los nardos ni dispuso que las mariposas fuesen tan alimenticias como los corderos. Y no seré yo quien reproche a los pobres por esta falta de idealidad. Creo que para amar la hermosura de la nieve es necesario estar bien abrigado, y que, para apreciar la belleza del rocío, de las auroras y de los crepúsculos -cosas vaporosas y etéreas- se necesita llevar en el vientre la mitad, por lo menos, de la grasa que pueda contener en el suyo un comerciante de ultramarinos. Una mujer fea, pero casta, un escritor malo, pero modesto y un hombre pobre, pero honrado: he aquí tres sustantivos que para nada necesitan de sus adjetivos. Sobre todo en el último caso, donde el adjetivo, a más de sobrar, molesta.



De todo lo cual se deduce que el pobre no tiene consuelo ni en verso ni en prosa. Los poetas podrán, si quieren, darle hemistiquios; pero ha de ser después de las chuletas y a manera de postre. Antes aún había para los pobres una esperanza: la del cielo. Esta esperanza ha sido ya destruida, y hoy, como los pobres no se labren un paraíso en la tierra, pueden tener por seguro que su honestidad y su virtud, muy útiles para los ricos, habrán de ser para ellos perfectamente estériles.



Para consolar al pobre será menester engañarlo y este engaño se realizará en cuanto se pretenda apaciguar su hambre con un vaso de lágrimas. En su famoso artículo "Las palabras" ha escrito Larra unas líneas que vienen muy bien aquí: "Preséntele usted a un león devorado del hambre (cualidad única en que puede comparase el hombre al león) preséntele usted un carnero y verá usted precipitarse a la fiera sobre la inocente presa con aquella oportunidad, aquella fuerza, aquella seguridad que requiere una necesidad positiva que está por satisfacer. Preséntele usted al lado un artículo de un periódico, el más lindamente escrito y redactado, háblele usted de felicidad, de orden, de bienestar; y apártese usted algún tanto, no sea que, si lo entiende, le demuestre su garra que su única felicidad consiste en comérselo a usted".

¡Consolar al pobre! Tengo para mí que sería mucho más útil destruirlo. El pobre no tiene razón de ser. Su pobreza está en pugna con todas las leyes naturales y con todos los preceptos de la ciencia. Un buen gobierno sería aquel que eliminase a los pobres de la sociedad, para lo cual bastaría con prescindir de los ricos. El pobre no tiene razón alguna que le consuele de su pobreza. Los ricos se empeñan en dársela, porque a los ricos les conviene la resignación de los pobres; pero los que no son ricos ¿para qué van a esforzarse en revestir con apariencias de hermosura, de bondad o de virtud una cosa tan fea, tan sucia, tan triste como la miseria?

Esa literatura sentimental aplicada a un problema esencialmente económico -el problema del hambre- ejerce sobre los pobres una función reaccionaria y vil. Mejor sería escribir elogios de la riqueza y dedicárselos a los pobres. Al hambriento que estuviese ante el escaparate de un restaurant de lujo, se explicaría que el dueño lo expulsara de allí; pero no que lo cogiese de la mano y con igual objeto un transeúnte que no tuviera en la tienda interés alguno. A los pobres, como a los enfermos y a los maridos ultrajados, hay que decirles la verdad para que luego se echen sus cuentas. La verdad de los pobres es que su condición les hace sucios, incultos, inútiles y desgraciados; que caminan por el mundo fatigados bajo el peso de la felicidad ajena, y que el día en que se irguiesen, echarían al suelo esta felicidad. He aquí la verdad de los pobres. Después de haberla dicho, es posible que me encuentre a un pobre en la calle y me enternezca hasta el punto de darle una pequeña limosna, que al fin y al cabo, uno es también un sentimental. Pero ya en mi casa, no me acostaré creyendo que hice una buena acción, porque sé demasiado que la tranquilidad de la conciencia no se puede comprar por una moneda de calderilla.

En mi casa diré como Anatole France: "Hoy he realizado una mala obra: le he dado una limosna a un pobre…".

5 de abril de 1906