Valente-Ayma

Valente-Ayma

Letras

Valente vital (Galicia, Saboya, París)

12 diciembre, 2014 01:00

Claudio Rodríguez Fer, Tera Blanco y María Lopo

Universidad de Santiago, 2014. 516 páginas. 36 euros

Hay un toque juanrramoniano en la probada querencia del poeta gallego José Ángel Valente (1929-2000) a guardar todos aquellos papeles que concernían a lugares, personas o hechos que le interesaban. Por eso cabe imaginar, en la Cátedra que le han dedicado en la Universidad de Santiago, un trasunto de ese pozo sin fondo que es la Sala Zenobia-Juan Ramón de la de Puerto Rico: una invitación permanente a sumergirse en una existencia que dejó su rastro en esos papeles y puso en ellos algo de lo que la vida propiamente dicha carece: un principio de orden, además de una profesión de fe en la valía autónoma de cada uno de los elementos -personas, ciudades, obras- que en ella confluyen.

De eso da fe Valente vital, el cumplido trabajo que, bajo la dirección de Claudio Rodríguez Fer (Lugo, 1956) , está llevando a cabo la mencionada Cátedra. A mitad de camino entre la biografía y el repertorio documental, esta ambiciosa obra da cuenta de todos aquellos hechos de la vida de Valente de los que ha quedado testimonio en sus archivos, tomando como hilo conductor las entrevistas que el propio Valente concedió a la revista Moenia, de la Universidad de Santiago, y algunos otros testimonios específicos espigados al efecto. Tras un primer volumen dedicado a los años formativos del poeta, este segundo se extiende sobre los años que Valente pasó en Ginebra -y, por cercanía, en la Saboya francesa, donde también residió- como traductor para diversos organismos internacionales, entre 1958 y 1982, y luego en París, donde trabajó para la UNESCO entre 1982 y 1984.

De la documentación conservada se desprende, no sólo que Valente ejerció de “cónsul cultural hispánico en Ginebra”, o que cedió a la permanente fascinación que París ha ejercido sobre tantos escritores de nuestro ámbito, sino que entre el poeta y estos privilegiados escenarios de la cultura y la política europeas hubo una potente ósmosis, que determinó los intereses intelectuales del escritor y también, cómo no, la mirada distanciada que supo mantener hacia los actores del sempiterno drama político español.

En efecto, la actitud de Valente hacia la realidad española del momento fue la de un intelectual independiente y lúcido, lo que le llevó incluso, pese a su inequívoco antifranquismo militante, a algún enfrentamiento con los círculos de exiliados o con el entorno del omnipresente Partido Comunista. “Lo peor es creer/ que se tiene razón por haberla tenido”, escribió en un poema referido al exiliado José Herrera Petere; y juicios igualmente acerbos dedicó al desnortado socialista Julio Álvarez del Vayo, que terminó su andadura política como admirador del maoísmo y fundador del grupo terrorista FRAP; o al “poeta proletario” Marcos Ana, de quien escribió: “se limitaba/ al aprendido oficio/ de (…) decir lo consabido, / consolidar de prisa el argumento […]/ que a su causa servía”, en alusión a la utilización propagandística que el PCE hizo de la larga estancia de este militante suyo en las cárceles de Franco.

Valga lo aducido como testimonio de la difícil independencia que el poeta supo mantener en aquellas circunstancias; y más cuando Valente tampoco rehuyó el compromiso con la causa antifascista o la cultura española en el exilio; de lo que da fe, por ejemplo, su amistad con María Zambrano; o con el institucionista Alberto Jiménez Fraud, una de las figuras más venerables de esa ideal “familia” en el exilio de la que el poeta quiso rodearse; y en la que no faltaron algunos episodios desdichados, como el suicidio en Ginebra, en 1974, del también poeta y traductor Alfonso Costafreda, en quien Valente vio una víctima de la inclemencia del medio literario en general; o el del escritor cubano Calvert Casey, a quien los muchos proyectos que concibió durante su amistad con Valente no le apartaron del designio de poner fin a una vida que, a decir del poeta gallego, venía ya “suicidada” desde que el cubano abandonara su patria huyendo de la persecución castrista a los homosexuales.

Es esta permanente invitación a revivir decenas de historias, propias y ajenas, lo que hace apasionante el recorrido que Rodríguez Fer y sus colaboradores hacen por los archivos de Valente. Y quizá la única objeción que podamos poner al resultado sea el hecho de que muchas de esas historias quedan apenas esbozadas. Aunque tampoco cabe exigir más a este documentadísimo alarde, en el que sin duda habrá de fundamentarse cualquier biografía futura del poeta que haya de escribirse. No es poco.