Image: El juego sigue sin mí

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Letras

El juego sigue sin mí

Martín Casariego

30 enero, 2015 01:00

Martín Casariego. Foto: Alberto Cuéllar

Premio Café Gijón. Siruela, 2015. 216 pp., 16'95€

Llama la atención la convivencia pacífica en nuestra novela reciente de libros de gran aparataje constructivo con obras de engañosa simplicidad. A estas últimas pertenece El juego sigue sin mí, donde Martín Casariego (Madrid, 1962), otras veces dado a ciertas complicaciones formales y modernismos, cuenta una historia clara, sencillísima, sin dificultades anecdóticas ni técnicas. El relato fluye con una grata naturalidad y hasta la prosa, en general pulcra y directa, funciona como simple andadera para facilitar el desarrollo del argumento. Algo más hay, no obstante, debajo de una peripecia adolescente ni del todo común ni constituida por experiencias insólitas o excepcionales.

El innominado protagonista y narrador evoca un episodio de nueve años atrás, cuando, con 13, se hizo amigo de un chico algo mayor que él, Raimundo o Rai, a quien los padres contrataron como profesor particular. La relación duró solo el curso escolar, pero dejó honda y definitiva huella en el niño. Unos pocos condiscípulos del narrador completan el reducido paisaje humano de una estampa estudiantil amueblada con los lances habituales de la primera adolescencia.

Rai, un chico bastante enigmático, más maduro de los 19 años que tiene, con un pasado espinoso, actúa como maestro integral del niño, a quien revela la complejidad de la vida, le orienta en las primeras pulsiones vitales, le esclarece las perplejidades que suscita el mundo sin autoritarismo ni ingenuo coleguismo. Hasta le sirve de guía intelectual: le descubre cierta música, le abre horizontes de especulación filosófica y le proporciona muy selectas orientaciones literarias y cinematográficas. Todo ello se lo trasmite con un punto de calidez y otro de misterio cual envoltura del gran secreto de la existencia, el propio sentido de la vida y la muerte. La novela ofrece un generoso aparato especulativo (trascendental y artístico) que no entorpece el interés humano de ambos personajes porque Casariego dispone una materia muy sugestiva mediante la elaboración de un retrato minucioso de ambos chicos donde vuelve a mostrar su interés por las fábulas intimistas. También rinde tributo al gusto por contar, de modo que, sin rebuscamientos, la novela aloja a su vez una segunda novela, la de un disimulado alter ego de Rai, un tal Samuel cuya historia dramática alcanza el valor de una metáfora general de la situación en el mundo de los seres humanos.

Esta imagen no es otra que la inevitabilidad de arrostrar la vida con los materiales que proporciona la experiencia: el dolor, el fracaso, lo desconocido, la cruda realidad, los impulsos ideales, los engaños, el despertar al sexo y al amor, la amistad... y la muerte. El narrador no tiene nombre, ya lo he señalado, pero dice que "se me podría llamar Ismael". La proposición apunta a Moby Dick, una de las muchas referencias de la novela dentro de un juego de asociaciones librescas algo abusivo. En sus páginas desfilan Leopardi, Peyo Yavorov, Onetti, Goethe, Rulfo, Sábato, Hesse, Salinger, Cavafis, Tolstoi, Camus, Pavese... La mayor parte de las citas remiten a una concepción existencialista del mundo, a una visión desolada que una y otra vez plantea el suicidio como alternativa al sinsentido vital. En esa selecta biblioteca, la novela de Melville desempeña un papel a la postre definitivo: Rai instruye a su inocente amigo igual que hace el arponero Queequeg con el joven marino en la famosa aventura del barco ballenero. Y ambas obras comparten un parecido fondo enigmático de la realidad.

Con las lecciones recibidas, nuestro Ismael estará preparado para enfrentarse a su propia ballena blanca, es decir, la existencia, aunque no para evitar sus demoledoras embestidas. De este modo, una historia medio cotidiana se impregna de discreto simbolismo. La materia se presta al discurso abstracto, pero lo especulativo tiene, como en los mejores cuentistas medievales, una clara orientación de moral práctica. Sin embargo, Casariego no hace un sermón moralizante sino una entretenida y emotiva novela de aprendizaje.